Ni si quiera los dioses (¿Aristóteles?) pueden hacer que lo que ha sucedido no haya sucedido. Para eso están las hemerotecas, un lugar por el que no deben pasar los políticos…Ni las periodistas. Hace un año, mientras el cambio climático caminaba inexorable hacia los 40 grados en mayo (algunos descerebrados siguen llamándolo buen tiempo), yo creía que lo sabía todo de la política. Bueno, yo y mi altocargo, que ponía esa cara de sobrado estupendo, pero dónde vas criatura.

Preferiría no recordarlo por si se me corta la digestión pero la cosa venía a ser que Sánchez, un tío que tenía acreditada la condición de perdedor, que no le pillábamos el punto, se inventó una moción de censura inverosímil contra Rajoy. Y allí estábamos las listas escribiéndole el itinerario preciso del fracaso y sus consecuencias, o sea, la muerte mortal de la socialdemocracia incluso europea, la herencia de Felipe, todo al carajo por la ciega ambición de un guapito sin fondo dispuesto a despeñar el sentido de Estado por unos meses de realquilado en la Moncloa de parte de los separatistas.

No es que lo escribiéramos así (el plural es mayestático), la literatura política tiene sus meandros y sinestesias, pero se entendía cristalino. Es más, la parte de Susana era que a pesar del gravísimo despeñamiento de las primarias, todo lo que quedaba era esperar a ver pasar el cadáver de Pedro, muerto por una moción de censura acrobática, para recoger los trozos y poner rumbo a Madrid después de haber ganado holgadamente unas autonómicas adelantadas que le darían la primogenitura perdida por un exceso de confianza.

Lo mejor de este primer año triunfal para un veterano (mi altocargo) que se creía de vuelta de todas las conspiraciones políticas y para una mucho menos veterana articulista preñada de escepticismo ha sido justamente la demostración de que nada está estaba escrito y donde ayer había un anticristo que dejaría en ruinas los cimientos del socialismo sociata, hay ahora un presidente del Gobierno recién ganador de unas elecciones al que Susana (mismamente) acaba de hacerle la mayor genuflexión de la rendición orgánica. Sin independentistas ni nada.

Así que donde antes escribía que el poder desgasta y el primer día de Gobierno es el principio del fin antes o después debo escribir ahora que Sánchez ha inventado todo lo contrario, tomó la palanca y movió el mundo y convirtió los nombramientos de los ministros en el festival de Eurovisión y las ruedas de prensa de los viernes en un espectáculo cargado de premios para los que ya creían que la política es esa cosa que hacen los ricos para que todos votemos y siempre ganen ellos.

En aquellos meses, en una terraza del Aljarafe, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis me recitaba el plan, me contaba el futuro, me describía en metáforas (Susana sólo bajar, Pedro sólo subir, es lo que queda) y yo escuchaba con mi retranca como diciendo a los adentros, todo eso está muy bien pero denota excesivo entusiasmo evangelizador.

Así que hoy, con las municipales también en el bolsillo, con la sultana rendida a sus plantas, con media Europa reclamándole un selfie, debo escribir y escribo que no todo está escrito en la política y en las encuestas (menos el rejonazo de Tezanos a Casado para que se lo lleven ya de la plaza). Dice mi altocargo que en estos casos de cierto sofoco y marcha atrás, lo mejor es aplicar la teoría ampariana, que por cierto acaba de abrazar la señora Díaz con entusiasmo y que viene a decir que la mejor forma de no equivocarse nunca es evolucionar con las mayorías. Y así sea.