Se diría que el PSOE es demasiado viejo y Podemos demasiado joven, y que al primero le sobra la experiencia que le falta al segundo. Se diría que al PSOE lo lastra el exceso de prudencia y a Podemos la falta de ella.

Entre la lentitud exasperante y la velocidad temeraria, en último término el PSOE prefiere la primera mientras que Podemos opta por la segunda. El PSOE es lo bastante viejo para saber que un accidente puede matarlo; Podemos, lo bastante joven para creerse inmortal.

Podemos es el niño impaciente que, nada más comenzar un largo viaje, no cesa de darle la chapa a su padre hasta ponerlo de los nervios: “Papá, ¿cuándo llegamos, eh, cuándo llegamos, papá, cuándo, cuándo?”.

El PSOE es el conductor que ha presenciado demasiados accidentes a lo largo de sus muchos años al volante, lo cual lo ha convertido en un piloto tan precavido que su cautela puede acabar exasperando al copiloto.

El PSOE cree que la fábula de la liebre y la tortuga encierra una gran sabiduría, mientras que Podemos la considera una invención de viejales decrépitos que la idearon para justificar su falta de agilidad y coraje.

El adjetivo que quizá mejor le acomoda al PSOE es el de resabiado –alguien que, por su experiencia vital, ha perdido la ingenuidad volviéndose desconfiado–, mientras que a Podemos el adjetivo que le cuadra es unas veces valiente, otras atolondrado, otras audaz, otras indocumentado…

Ellos, en todo caso, prefieren definirse a sí mismos como unos políticos valerosos e intrépidos que no le temen al Poder (con mayúsculas, por favor) y por eso el Poder –financiero, político, mediático, judicial– se ha conjurado para doblegarlos, domarlos, neutralizarlos, amansarlos… Vano intento: ¡¡¡Podemos, Unidas, jamás serán vencidas!!!

La contraposición que aquí se hace entre el PSOE y Podemos ¿no debería hacerse más bien entre el PSOE y Unidas Podemos? Técnicamente, sí; políticamente, no. Ese es el problema de Unidas Podemos, que el socio morado ha engullido al socio rojo.

Aunque a las derechas lo que de verdad les pone es llamar “comunistas” a Unidas Podemos, en realidad se trata de una formación mucho más podemita que propiamente comunista (también es cierto que hace mucho tiempo que los comunistas dejaron de ser propiamente comunistas, pero quédese ese debate para otro día).

Podemos es populista y el PCE nunca lo fue; Podemos ha incorporado de modo preeminente a la agenda pública el entrenido debate monarquía/república, que el PCE orilló muchos años atrás.

Podemos quiere hacer realidad su programa electoral a una velocidad que los alcaldes comunistas, que por supuesto querían seguir siéndolo, siempre descartaron.

En la cultura política del PCE la búsqueda de consensos siempre ocupó un lugar destacado, mientras que en Podemos ‘consenso’ es una palabra maldita: “El cielo se toma por asalto, no por consenso”, proclamó Iglesias en 2014.

Cuando Podemos e Izquierda Unida se fundieron en Unidas Podemos –una operación que para no pocos comunistas fue más una absorción que una fusión–, muchos observadores pensaron que la experiencia de gobierno de tantos años de Izquierda Unida en muchos ayuntamientos y algunas autonomías haría de contrapeso a la inexperiencia política y las ensoñaciones épicas de la morada gente.

No ha sido así. Por decirlo lo más resumidamente posible: en Podemos sobran perfiles tipo Pablo Iglesias y faltan perfiles tipo Yolanda Díaz. O perfiles tipo Íñigo Errejón, si este continuara en Podemos. El problema es que Podemos es lo que es y ha llegado adonde ha llegado gracias a perfiles como el del vicepresidente tercero del Gobierno, no como el de la ministra de Trabajo.

Por lo demás, las evidentes discrepancias que hay dentro del Gobierno entre Unidas Podemos y el Partido Socialista son verdaderas y son preocupantes para los votantes de uno y otro partido, pero son también y sobre todo discrepancias infantiles.

Diferencias desoladoramente infantiles: propias de niños malcriados más pendientes de chivarse de sus compañeros que de responsabilizarse maduramente de sus errores y gestionar con humildad sus limitaciones.