Sábado, 9.30. Soy la primera de la frutería del barrio. La mujer que me atiende creo que siente dos cosas: que su caja se ha duplicado en dos semanas y que las medidas de confinamiento deberían prorrogarse, por el bien común.

Sábado, 9.36. A la salida se ha formado una pequeña cola de tres personas. La primera guarda un metro de distancia con la puerta de la tienda. La segunda respeta un metro y medio, casi dos. La tercera observa un desierto de cuatro metros sobre la segunda. La explicación es sencilla: la segunda persona en la cola es una señora de más de ochenta años, impecablemente uniformada de guantes y mascarilla.

Sábado, 9.37. Me han hablado muy bien de la eutanasia. Hay listas de espera en clínicas exclusivas de la Europa racional para huir de la compasión. La vejez es un virus mortal que se contagia con los años.

Sábado, 9.45. Manuel del Valle se ha muerto de mayor y de esa otra muerte que no ha sido la pandemia, lo cual que apenas unas reseñas digitales. Lo cual que alcalde sin despedida. Anoto una tarde deliciosa en Matalascañas sin que me mirara el canalillo hablando de política a lo bestia, ron dos hielos y limón. Supongo que esa fue mi eternidad con él.

Sábado, 10.41. Mi altocargo ve un uniforme y se le suelta el vientre: sea toga, sea sotana, sea militar. Después de la frutería, al supermercado. Allí aguarda un uniformado bigotón con voz de mando: vamos a ponernos los guantes, vamos a frotarnos las manos con alcohol, vamos a respetar la distancia… Puto imperativo plural de campamento de verano. Cerca del fin de la vida o, lo que es lo mismo, de la libertad, siempre hay un uniforme. Y encima (en mi pueblo dicen cimaentó) el uniforme es de una a empresa privada. Otro día no compro.

Sábado, 17.35. Emilio Lledó, conservador de la belleza moral. Cada vez que escribo, mis dedos de hija de agricultor buscan su nombre en el teclado. Siempre cuento un verano que tropezamos en una playa nudista y él iba en bañador de cuello vuelto. Aun así hubo un espacio para recordarme que si volviera a nacer sería maestro de escuela. Le han hecho un documental donde lo reclama. Apenas abran los chiringuitos, le olvidaremos.

Sábado, 20.32. Siguen las cifras trepanando los sentidos. Encuentro el segundo escape en una entrevista ayer con la viuda de Borges. Fue así: llegué pronto a una cita en el hotel Palace de Madrid. Caminé hacia el bar en busca de un dry-martini muy seco y a mi derecha, en una confortable butaca, tomaba un (lo que parecía) té una elegantísima señora que se parecía mucho a María Kodama. No me pude contender. Me dijo que sí, que era ella. Y sentí que esos quince minutos de conversación atropellada me daban para siempre cierta autoridad sobre el universo Borges.

Sábado, 23.05. El día sumaba varios siglos: la viejita de la frutería, Manolo del Valle,  Emilio Lledó, Kodama y Borges. Me reclama Sabina: si lo que quieres es vivir cien años/no pruebes los licores del placer/compra una máscara antigás/mantente dentro de la ley/vacúnate contra el azar…