Al contrario de lo que ocurría con su antecesor en el palacio de la Moncloa, a Pedro Sánchez sí le interesa la política internacional. Si Mariano Rajoy mostró siempre una incurable pereza ante los asuntos del mundo, fueran o no europeos, su sucesor en la Presidencia del Gobierno ha entendido muy pronto la importancia de forjar alianzas más allá de los Pirineos.

En la elección de sus aliados internacionales Sánchez parece seguir los pasos de Felipe González, que tuvo en Helmut Kohl un cómplice de primer orden a la hora de negociar los cuantiosos fondos europeos y de que la recién llegada España ganara peso político en el concierto continental.

Cotización al alza

Los tiempos han cambiado y es obvio que Merkel nunca podrá prestar a Sánchez los valiosos servicios que Kohl prestó hace tres décadas a González, pero su presencia este fin de semana en el palacio presidencial de Las Marismillas, en pleno corazón del Parque Nacional de Doñana, ha hecho subir varios enteros la cotización del nombre de Pedro Sánchez en las cancillerías europeas.

La líder indiscutible del continente sigue llamándose Angela Merkel, y contar con su complicidad es un importante activo político. El presidente francés Enmanuel Macron puede que sea más guay y más imaginativo, pero la veterana y algo gris canciller es quien tiene en su mano ‘el boli rojo’ y ‘el boli verde’ sobre los asuntos europeos.

'Acorralada'

A su vez, la líder germana también necesita aliados de peso en un asunto como la inmigración que es pura nitroglicerina y en el que está encontrando muchas dificultades para impulsar sus políticas de integración y apaciguamiento, pues no en vano está literalmente rodeada: por el norte, por los países ricos que encabeza el holandés Mark Rutte; por el este, por húngaros o polacos dispuestos a resucitar sus antiguas querencias xenófobas; por el sur, por austríacos pero también –quién lo diría- por italianos; y por el centro, dentro de casa, por sus socios bávaros de la CSU.

En el presidente español Merkel parece haber encontrado un aliado dispuesto a compartir los riesgos de una política migratoria europea digna de tal nombre y dispuesta a plantar cara al fantasma de la demagogia xenófoba cuyo vuelo ensombrece el continente desde el Báltico al Mediterráneo.

El otro, el mismo

Quien este sábado en el sanluqueño Restaurante Poma ha compartido con Merkel, y las parejas de ambos, croquetas de rape, cóctel de marisco, corvina de caña con verduras de temporada y langostinos con tomate no parece el mismo hombre de hace apenas 16 o 18 meses.

En las primarias del PSOE de mayo de 2017 desplegó un desacomplejado discurso genuinamente populista que, combinado con los errores cometidos por Susana Díaz, caló en la militancia y lo llevó de vuelta a Ferraz, donde sin embargo habría de pasarse casi todo un año prácticamente desaparecido, sin pulso orgánico ni agenda política.

Quienes le habían apoyado empezaban a sentirse decepcionados, y las encuestas certificaban que ese desencanto había llegado a los votantes. En su peor momento, un golpe de audacia política y sentido de la oportunidad le llevó directamente a la Moncloa.

El jugador

Sánchez ha demostrado ser un jugador algo más que meramente habilidoso: tenía malas cartas en las primarias y ganó la partida; tenía malas cartas en la moción de censura y también la ganó; era un recién llegado a la mesa de juego de la Unión y ya ha sumado el valioso triunfo de compartir mesa y mantel en su propia casa con la política más poderosa del continente.

Ciertamente, está por ver cómo acaba esta arriesgada partida que comenzó con la moción a Mariano Rajoy y en la que nuestro jugador, con sus eternas malas cartas, está desenvolviéndose mucho mejor de lo esperado. Tal vez tenga en las manos una triste pareja de doses, pero el tipo se comporta como si atesorara un full de ases y reyes: “Ángela, puedes llamarme Pedro”.