La jugada de Patxi López ha hecho vibrar el tablero donde el Partido Socialista disputa contra sí mismo la crucial partida de su renovación interna. El exlehendakari se ha postulado oficialmente como candidato a las primarias para elegir secretario general y ese movimiento suyo tiene dos efectos inmediatos: ‘mata’ a su otrora aliado Pedro Sánchez, que ve cómo López le arrebata la bandera del sector crítico dejándolo prácticamente sin opciones, y mete presión a la presidenta andaluza Susana Díaz, obligada ahora a gestionar ese súbito acelerón que el expresidente del Congreso le ha metido a la carrera por la Secretaría General.

Al tiempo que iba reuniendo sigilosamente sus propios apoyos, Patxi López ha estado esperando a ver si Pedro Sánchez se decidía por fin a hacer pública su candidatura: si lo hubiera hecho, López no habría dado el paso de presentar la suya. Ahora bien, el haberlo hecho no significa necesariamente que el rocoso Sánchez se haya descartado: significa que Patxi López se le ha adelantado y que esa iniciativa del líder vasco trunca el sueño del madrileño de regresar al campo de batalla con opciones de reconquistar el trono de Ferraz del que, en su opinión, fue depuesto con tan malas artes.

Una sombra, una ficción

La única salida digna que le queda a Pedro Sánchez es respaldar públicamente a Patxi López, pues ¿cómo justificar ahora su propia candidatura, que objetivamente dividiría en dos el bando crítico y le despejaría a Susana Díaz el camino hacia Ferraz? Si, aun con todo, Sánchez decide presentarse, le sería muy difícil explicar que sus razones para hacerlo no eran de índole estrictamente personal.

Salvo los ‘pedristas’ más acérrimos, la mayoría de quienes se declaraban seguidores de Sánchez ve con buenos ojos a López. Lo consideran un candidato con posibilidades reales de vencer a Susana Díaz, algo que se antojaba prácticamente imposible en el caso de su Sánchez hubiera sido su adversario. Por lo demás, la facilidad con que se han ido diluyendo los apoyos a Sánchez indica hasta qué punto el propio pedrismo tenía mucho de ficción y bastante de mera egolatría.

Primera muerte

Y es que buena parte de los problemas del Partido Socialista durante los últimos trece meses provienen del hecho, nada insólito en política, de que Pedro nunca aceptó su propia muerte, que en verdad tuvo lugar el 20 de diciembre de 2015 y cuyos autores materiales fueron el millón y medio de votantes que dieron la espalda al partido que él dirigía. Aquella fue la primera muerte de Pedro Sánchez, sí, pero fue una muerte sin entierro: el secretario general ha sido desde entonces un muerto viviente, un bello difunto que se negaba a dimitir que lo era.

En principio, el Comité Federal que se convocó una semana después de aquellas elecciones iba a ser el funeral de Estado donde el Partido Socialista enterraría a su líder, pero finalmente no sucedió así. El muerto no se dejó. Susana Díaz tenía su pala dispuesta pero los compañeros que debían cavar la tumba con sus picos prefirieron no hacerlo. El error entonces de Pedro fue creer que, como no lo habían enterrado, en realidad no estaba muerto.

Segunda muerte

Hubieron de transcurrir diez meses y una segunda derrota electoral para que se produjera la segunda muerte de Pedro Sánchez, cuando una derrota en el Comité Federal lo obligaba por fin a dimitir. Esta vez sí que está muerto, decían sus enemigos. Eso habrá que verlo, replicaba el difunto.

Desde entonces han pasado cuatro meses durante los cuales Pedro ha tenido la habilidad, diríase que casi sobrenatural, de hacer creer a mucha gente que seguía vivo y que en cualquier momento renacería de sus cenizas para regresar por la puerta grande y dar su merecido a quienes pretendían –¡ja!– haberlo matado.

Y tercera muerte

Y en esa incertidumbre estaban muchos militantes –¿está muerto o no está muerto?– cuando Patxi López anunciaba su candidatura y se producía con ello la tercera muerte de Pedro Sánchez. Demasiadas muertes para un solo hombre. Si las dos primeras pudieron tener algo de épicas, esta última es una muerte gris, sin gloria, por inanición, una muerte no exactamente sin honor o contraria a este, sino más bien ajena a la idea misma de honor. Alguien que ha muerto ya dos veces no podía esperar otra cosa.

La duda que surge es, no obstante, la misma que con las dos muertes anteriores: ¿querrá de una maldita vez el muerto darse por enterado de que está muerto o preferirá seguir simulando que aún le quedan por lo menos otras cuatro vidas porque él es Gato Sánchez, por otro nombre Pedro el Grande, y no descasará hasta haber llevado al partido adonde de verdad se merece?