- Cuando mi madre me subió a aquel camión, yo llevaba una cartulina grande con mi nombre y una dirección escrita. Recuerdo despertarme en un autobús lleno de niños y que me había hecho pipí encima. No podía permitir que alguien se diera cuenta. Esa era mi mayor preocupación, que descubrieran que me había hecho pipí, que no era lo suficiente madura como para emprender ese viaje.

Zahra cierra los ojos con rabia como si pudiera encontrarse con aquellos años detrás de las pupilas.

- Recuerdo también la mirada de mi abuela la noche que salí del campamento de refugiados. Ella siempre supo que no volvería, pero también sabía que era la mejor decisión.

Zahra ha pasado su infancia entre vuelos, direcciones extrañas y desconocidos que acabaron convirtiéndose en familia. Pronto descubrió que la tierra se extiende más allá de lo que un día creyó. Pronto descubrió, también, que la madurez se otorga con la capacidad de fingir: a su llegada a España nadie se percató de que aquella niña de cinco años tenía los calzones mojados.

- Luego vinieron las gestiones definitivas y la última decisión: estudiaría en España con aquella familia.

Y así empezó todo.

NACIDA EN DAJLA, PERO ESPAÑOLA

Zahra, 25 años, nacida en Dajla, pero española; Converse negras y vaqueros, pero musulmana -por tradición y respeto a sus raíces, aclara-, absorbe el cigarrillo con la misma fuerza con la que allí procura arrugar la tela de su melfa para poder exhibir un centímetro más de piel, como si en él cupiera toda la libertad que nunca nombra. Aquí, a este lado del mapa, el sol se posa indiferente sobre su cabello rizado. Allí, a 2.000 kilómetros de este bar, la madre de Zahra prepara arroz mientras sus hermanos recogen el ganado o sacan la leche de la semana. Aquí, el sol resalta una silueta de niña hecha mujer demasiado rápido. Allí, el sol es un bufón de fuego que se esconde impávido tras los límites del mundo. Que se ríe de la historia.

Su historia.

(...)

- ¿Qué es la patria?

Baba Ahmed fija su mirada en un punto que solo él parece conocer, y como si no supiese contestar a la pregunta, dice:

- Nuestros padres siguen teniendo documentación española y nosotros tenemos documentación del Frente Polisario. Sin embargo, en Marruecos nos dicen que no somos ni saharauis, ni españoles, ni marroquíes. ¿Qué es la patria? Para los ojos de los organismos internacionales no somos nadie.

- La patria es la dignidad, la esencia de un pueblo, su idiosincrasia -le interrumpe Elbon Uleida, apoyado en la misma pared metálica donde descansa Baba, en una cafetería cualquiera de Madrid.

- Aquel que no tiene patria no tiene nada -añade Baba - Nosotros la tenemos, pero nos falta recuperar la dignidad.

DOS 'CUBARAUIS' EN MADRID

Baba y Elbon son amigos desde que salieron juntos de los campamentos de refugiados de Dajla para ir a estudiar a Cuba. Eran los tiempos de la marcha verde —la marcha oscura para los saharauis, corrigue Elbon— y cientos de niños salieron forzados de sus hogares. Ahí comenzó la diáspora.

Baba y Elbon son cubarauis, es así como se conoce a aquellos que estudiaron en Cuba tras la guerra y que años más tarde, formados, licenciados, doctorados, volvieron a su tierra. Desde 1978, el gobierno cubano ha acogido a casi tres mil jóvenes saharauis para que se formaran. Ahora viven y trabajan en Madrid, lugar al que se mudaron para poder continuar sus estudios universitarios.

La población saharaui está dividida entre aquellos que viven en los territorios ocupados por Marruecos, aquellos que viven en las zonas liberadas controladas por el Frente Polisario —movimiento de liberación nacional que lidera la lucha pacífica por la autodeterminación—  y aquellos que viven en campamentos de refugiados en territorio argelino. La historia de los saharauis es la historia de una cronología incierta, y existe una generación, la nacida en los campamentos, la que nunca ha conocido su tierra, la que se ha formado lejos de su familia, y que sigue esperando un  referéndum prometido por la ONU en 1991 para decidir la autodeterminación.

ANDALUZA Y SAHARAUI

En los campamentos de refugiados viven más de 200.000 saharauis. Muchos de ellos son jóvenes, nacidos y crecidos allí. La mayoría, como Baba o Elbon, se han formado fuera y nunca regresaron. Pero otros muchos volvieron a las jaimas, al desierto, a la historia contenida. Y se encontraron con lo mismo que dejaron años atrás: un pueblo esperando y  kilómetros de desierto. Miles de jóvenes encerrados en el mismo lugar que un día dejaron para aprender a ser libres

(...)

Zahra se siente cada día más saharaui, pero también más andaluza. // CAROLINA FUREST Zahra se siente cada día más saharaui, pero también más andaluza. // CAROLINA FUREST

-Yo me siento saharaui, pero también española. Bueno, española no -interrupe Zhara con ese seseo melódico que recorre cada una de sus frases-, ¡andaluza! ¡Me siento saharaui y andaluza!

Zhara comenzó viniendo cada verano a España. Hasta que se quedó. Fue, explica, una decisión consensuada, de la que todos estaban conformes, sus padres saharauis y sus padres españoles.

- Porque yo tengo dos padres y dos madres, ¿sabes? Es difícil de explicar pero yo lo comprendo perfectamente.

Zhara acaba de terminar sus estudios universitarios. Es graduada en Filología Árabe y ahora espera que le confirmen que la han admitido en el doctorado.

- Mis padres saharauis quisieron que estudiara, por eso me vine. Y mis padres españoles me han ayudado tantísimo que por ellos, y por mi gente, siempre tuve claro que quería estudiar todo lo posible.

- Por eso te doctoras.

- Por eso y porque no quiero volver. Vuelvo al Sáhara casi todos los veranos y mi madre lleva algunos años planteándome que volviera cuando acabara la carrera y formara una familia con un saharaui. Yo la entiendo, al fin y al cabo es mi madre y me echa de menos, al igual que yo la echo de menos cada día. Además, soy mujer, por eso está tan pesada con que tengo que casarme y quedarme en los campamentos. Ella piensa que en España es todo lujuria, y las noticias que le llegan de Europa no las comprende, no comprende cómo aquí las chicas pueden salir así, con varios chicos, sin un novio formal. Cosas tan tontas como que una chica fume un cigarrilo a ella le resulta un drama.

- Sin embargo, tú estás fumando.

- Claro.

- ¿Lo sabe tu madre?

- ¡Por supuesto que no! ¿Por qué debería saberlo? Soy una buena chica, educada, responsable y buena estudiante. Eso es lo que importa. Cuando vuelvo a los campamentos en verano no les cuento lo que hago en España, que bebo cerveza, que fumo algún que otro cigarrillo, ¿para qué? Es una mentirijilla para no hacerles daño. Para los saharauis nuestra cultura es lo más importante, lo más valioso. Y para mí también, me encanta mi cultura, sus tradiciones, por eso soy también soy arabista. Pero yo he conocido la libertad, ellos no, por eso no me comprenden. Y yo tengo la capacidad de elegir, por eso amo mis tradiciones y bebo cerveza. Porque he conocido la libertad. Es una mentirijilla, sí, pero al fin y al cabo yo soy feliz, que sé que es lo que ellos quieren.

- ¿Y no quieres volver?

- Quisiera volver para poder estar con mi familia, pero no quiero quedarme. ¿Qué hago yo allí? ¿Preparar la comida para los hombres? Allí las horas pasan y no ocurre nada, a los jóvenes saharauis además de robarnos la tierra nos han robado el futuro. Y yo que puedo tener un futuro mejor quiero aprovecharlo. Yo he conocido la libertad y me gusta ser libre.

LEJOS DE ÁFRICA

En España hay miles de jóvenes saharauis que dejaron los campamentos para poder optar a una vida mejor. En Andalucía, desde 1993 el proyecto “Vacaciones en paz” ha permitido que más de 30.000 niños saharauis hayan pasado el verano lejos del campamento. Muchos de ellos comenzaron por pasar los veranos, otros acabaron quedándose. Algunos prometieron a sus padres que volverían. Otros, se abrazaron definitivamente a la impávida gentileza del calor de los extraños.

Una misma generación partida en dos mitades: los que están aquí y los que nunca salieron.

Aquí, los jóvenes se enfrentan a la difícil carrera de mantener sus costumbres en un mundo que dista mucho de las tradiciones que arrugan las telas de sus melfas, en un ejercicio acrobático de encontrar un espacio de equilibrio entre lo que quieren ser, lo que fueron y lo que deben ser —que es otra forma de patria, sino la definitiva—. Una carrera de fondo a la que se unen, también, las trabas administrativas. Zahra tiene nacionalidad española, pero no es la regla general. La Asociación Profesional de Abogados Saharauis en España (APASE) calcula que unos 400 saharauis residentes en España tienen en la actualidad problemas para obtener la nacionalidad, a pesar de cumplir todas las condiciones para optar a ello. El problema: provenir de los campos de refugiados saharauis en Tinduf, un territorio no reconocido como país por España, que dificulta obtener la nacionalidad. "España sigue teniendo una enorme responsabilidad con el pueblo saharaui", sostiene Joan Josep Nuet, diputado por Izquierda Unida en el Congreso de los Diputados y coordinador del intergrupo parlamentario de amistad con el Sáhara Occidental. "Sin embargo, no existe voluntad política para intentar solucionar el conflicto que también se traduce en trabas y problemas administrativos. La amistad y las relaciones diplomáticas con Marruecos son fundamentales, y una posición clara  respecto a este tema peligraría esas relaciones. Es un precio que ningún gobierno ha querido nunca asumir".

LA LARGA SOMBRA DEL TERROR

Allí, una juventud formada convive con otra que nunca ha salido de los campamentos, y que se ha convertido en los últimos años en una carne jugosa para organizaciones terroristas en África, y en un problema fundamental del gobierno saharaui. "La juventud de los campamentos tiene el riesgo de caer en la red organizaciones terroristas, porque los campamentos están en zonas de riesgo al norte de África", explica Mariam Salek, ministra de educación de la República Democrática Saharaui. "La falta de ocupación de estos jóvenes y la falta de proyectos de la sociedad internacional crea una falta de perspectiva que los debilita enormemente. Cuando vives sin expectativas, sin futuro, sin posibilidades, aceptas cualquier promesa. Y la posibilidad de que organizaciones terroristas y yihadistas radicales aprovechen la debilidad de nuestros jóvenes es hoy un problema que debemos combatir", apunta.

(...)

El Sáhara es también, y sobre todo, un trozo de tierra feroz. Un desierto indomable que parece callar como quien espera una respuesta, como si la tierra tuviera vocación de madre con ese bramido injusto que todo se lo traga. El color de su noche tiene voz de presagio, siempre contenido, siempre en espera.

El muro es un cartílago de piedra que parte la tierra en dos mitades. Dos mil setecientos kilómetros de vergüenza, que dicen los saharauis. A la izquierda, los territorios ocupados por Marruecos. A la derecha, los territorios liberados por el Frente Polisario. Y al este, en territorio argelino, miles de familias enteras viviendo en el estupor de una tierra sin nombre. El muro, construido por Marruecos, es una columna gris llena de minas antipersonas. Y se adhiere a la tierra como una cicatriz a una historia interrumpida.

El Sáhara es también un trozo de tierra feroz. El Sáhara es también, y sobre todo, una madre de arena que ha visto patrullas de hijos avanzando hacia la muerte. Pero que nunca olvida que un día, allí hubo mar.

EL PRIMER MINISTRO

Podría no ser un primer ministro, ni siquiera el alcalde campechano de un municipio de apenas cientos de habitantes. Porque Abdelkader Taleb Omar tiene el pelo canoso, la piel de arcilla y anda como si formara parte de la tierra y sus grietas naturales. Y así es. Abdelkader Taleb Omar podría no ser un primer ministro, porque su voz es la voz del pueblo saharaui, y las arrugas de sus manos, las mismas de la de miles de hombres y mujeres que se aferran a la hora de un triunfo esperado. Ha sido un hombre fuerte del Frente Polisario, y hoy es el primer ministro de la RASD -República Árabe Saharaui Democrática- una república sin territorio definido, sin las instituciones de un Estado, pero con las herramientas necesarias como organizar, junto con el Frente Polisario, la vida en los campamentos y en los territorios liberados. La RASD es reconocida por más de 80 países según el Polisario, y forma parte de la Unión Africana.

Abdelkader Taleb Omar aprieta la mano rompiendo con su fuerza vívida cualquier norma de protocolo, conversa mirando a los ojos, y abraza las espaldas de quien se despide. Podría no ser un primer ministro. Pero así es. Se encuentra con el periodista en la Universidad Autónoma de Madrid, a la que ha acudido como ponente a unas jornadas sobre el Sáhara Occidental. Y habla de esa generación de jóvenes saharauis atrapados en una cronología incierta, y de su importancia decisiva en la resolución del conflicto.

- Los jóvenes siempre han sido algo fundamental para el gobierno y para el Frente Polisario. Una de las políticas más importantes que ha llevado el Polisario en todos estos años ha sido llevar la educación a la sociedad desde los primeros años. Cuando todavía éramos una colonia española, apenas había saharauis licenciados. Ahora hay miles, y tenemos estudiantes en muchos otros países formandose. Ahora tenemos escuelas primarias, secundarias y acabamos de crear la universidad de Tifaritti. La educación de nuestros jóvenes es fundamental para la resolución del conflicto -afirma convencido.

- ¿Y cuáles son los pricipales problemas a los que se encuentran los jóvenes saharauis que regresan a los campamentos después de haberse formado fuera?

- El exilio en sí es un problema, verse obligados a alejarse de sus familias para poder acceder a la educación. Es algo que estamos solventando con la creación de escuelas y la Universidad de Tifaritti. Sin embargo, los jóvenes formados que viven en los campamentos se encuentran con un drama: la falta de medios y de empleo no les permite trabajar. Hemos creado ciertos puestos de trabajo, microcréditos, formación profesional, y hemos sensibilizado a organismos internacionales para que intervengan, pero eso no es suficiente.

El primer ministro hace un silencio y prosigue.

- Aunque debemos admitir que este drama puede representar un peligro. Los jóvenes no pueden esperar de forma eterna una solución, se está limitando su  paciencia, y sienten que el método pacífico no llega a solucionar el problema.

- ¿Existe la posibilidad de que los jóvenes recurran a las armas?

- Sí, es algo que piensan muchos jóvenes. La ONU es consciente de la situación límite que viven los saharauis y es consciente de las consecuencias. En los próximos meses, van a mandar enviados especiales y a la secretaria del gabinete del secretario general de la ONU para agilizar el proceso. También a final de año se va a organizar el decimocuarto congreso del Polisario, que trazará las estrategias para agilizar el proceso hacia la autodeterminación. Pero sabemos que a los jóvenes se les está agotando la paciencia.

- ¿Los jóvenes saharauis confían en la ONU?

- Esa confianza se ha debilitado muchísimo. Pero siguen creyendo en el Polisario, y éste contempla la vía diplomática y pacífica.

- ¿Y también la confianza de su gobierno a la ONU?

- Claro que se ha debilitado, también porque el Polisario y nuestro gobierno no se puede separar de los sentimientos que reinan en la sociedad saharaui. Pero también el Polisario es consciente de la situación internacional, de sus complejidades y de los retos. Y confiamos en las últimas posibilidades que plantean utilizarse para encontrar una solución pacífica al conflicto.

(...)

El retorno a las armas está cada vez más cerca -afirma Baba Ahmed, apoyado sobre la misma pared metálica de una cafetería madrileña-. Los organismos internacionales solo actúan sobre los conflictos en los que hay sangre, y en el Sáhara nadie actúa porque hay resistencia pacífica. Pero llevamos décadas así, y nuestros padres siguen en los campamentos y nosotros en el exilio. Por desgracia ya hemos comprobado que lo que te quitan por la fuerza, solo puede recuperarse por la fuerza.

(...)

- Cuando mi abuela murió me hizo prometerle que el Sáhara volvería a ser nuestro, que mis padres y nosotros recuperaríamos el hogar que un día ella tuvo que abandonar -dice Zhara apretando con fuerza otro cigarrillo.

- ¿Y cómo continuar esa lucha después de tantos años?

- Los jóvenes saharauis, los que están allí y los que estamos aquí, tenemos claro que se están agotando todas las vías. Tenemos que liderar la solución al conflicto, se lo debemos a nuestros abuelos. Y es eso lo que nos hace fuertes. Nosotros tenemos el coraje y la esperanza. Y no pararemos hasta que todos hayan conocido la libertad y sepan lo que significa.

'NO QUIERO VOLVER'

La historia de Zahra es una doble lucha: aquella por conseguir la dignidad de un pueblo, y aquella por conseguir elegir libremente a qué patria acogerse.

- ¿Volverás a los campamentos cuando termines el doctorado?

- No quiero volver. Querría volver a un Sáhara libre, no a un campo de refugiados. Pero prometí que vendría a España a estudiar, y que después volvería. Mi madre insiste en que vuelva, teme que haya perdido mis raíces, que pierda las costumbres. Pero no es así, cada día me siento más saharaui. Pero soy feliz aquí, y no podría volver a un campo de refugiados.

- ¿Y cuándo llegue el momento de tomar esa decisión?

- No quiero pensar en ello, pero sé que ese día llegará. A veces pienso que tengo muy claro lo que voy a hacer, pero otras dudo. Confío en que mi madre respete cualquier decisión. Pero no puedo volver a los campamentos. Además desde aquí es donde debo continuar la lucha por mi pueblo. Fue lo que un día prometí a mi abuela y me prometí a mi misma.

Entonces la patria también era eso: un cuerpo confuso aferrándose a un cigarrillo que resiste en apagarse.