No queda profesión, no queda edad, no queda sexo, no queda nadie que no exprese su malestar con el gobierno de Rajoy. Quizás el silencio culpable y cómplice de los banqueros, que ven como los años de codicia, alegría financiera, de prodigalidad y juegos de ventaja, se ven compensados con inyecciones inimaginables de los dineros del prójimo.

Si a los españoles nos hicieran esas pruebas de stress, que le hacen a los bancos para determinar su insania financiera, las fábricas de calmantes no darían a bastos y Ana Mato, se pellizcaría antes de excluir los tranquilizantes de la lista de medicamentos.

Por eso, antes que nos consuma el Síndrome de Estocolmo y Rajoy nos parezca canela fina; la filtración de la Agencia Reuters, de la próxima petición del rescate de España, corrió como un reguero pólvora. No entiendo, la gracia que le hizo a Rajoy la pregunta sobre la indiscreta Reuters. El silencio, la indeterminación, en definitiva la total falta de liderazgo del presidente, hacen que nos estallen sus complejos en forma de bulos, prima de riesgo por las nubes y desconfianzas agoreras.

Aunque sea una solemne tontería lo de la mayoría silenciosa, impropia de una persona bien pertrechada y con cultura política. Hace tiempo que la mayoría de los españoles, deseamos ver horizontes de prosperidad, y no tener que estar manifestándonos y rajando en el muro de las lamentaciones, la letanía de nuestras penurias. Pero tenemos un Gobierno que ha conseguido no hacer excepción en disgustar a cualquier sector de la sociedad.

Pasamos en Málaga de la llama aterradora a la gota fría, sin recomponernos. Casi sin tiempo para seguir las cuitas judiciales de la tonadillera, el hachazo descomunal a los presupuestos de inversiones para la provincia, el baldeo de la suciedad en la Capital o el congreso de los populares. Las desgracias han tomado el pulso de las noticias, pero una foquita ha varado en la desembocadura del Guadalmedina y la quieren llamar “boquerona”.

La realidad nos vuelve a los principios, mirarnos a la cara, buscar las pequeñas alegrías de los afectos, porque los conceptos que aplican los gobernantes nos tienen desconsolados. Ni en los años más vividos de la Transición se pudieran recordar, tantas protestas, tantas manifestaciones, tanto trasiego social.

La “marca España” ha pasado de ser un orgullo del buen trabajo realizado durante muchos años, de creación, de profesionalidad, de vitalidad, de autoridad y autoridades; a un extendido comentario mundial de desaciertos, dificultades y necesidades. Nos queda “lo marco España”, ciencia del gol donde hemos ejemplificado nuestra pericia mundial.