La primera consideración que se puede hacer ante una noticia de esas características es que todavía existen personas, en política y en otras actividades, que consideran que hablar a gritos les da la razón, o que así prueban que saben más que los demás, o que demuestran de esa forma su valía. De mis tiempos de estudiante de Bachillerato tengo el recuerdo de que, por lo general, los peores profesores fueron aquellos que tenían el grito como recurso didáctico, si bien en este caso lo que pretendían era provocar el miedo entre un grupo de alumnos que, ciertamente, estábamos atemorizados. Sin embargo, olvidan que el temor no significa respeto, que sí teníamos por quienes fueron capaces de transmitirnos sus conocimientos sin necesidad de recurrir a los gritos y, como se afirma desde la Ilustración, pretendieron siempre que aprendiéramos a pensar.

La alcaldesa de Cádiz ha dicho que ese es su tono “y que no piensa cambiar”, lo cual es un perfecto ejemplo de tozudez, el modelo típico de cuantos consideran que alguna de sus características, puesto que les pertenece, no tienen por qué modificarla, con independencia de que pueda resultar molesta e incómoda para los demás. Además, la alcaldesa parece ignorar la diferencia entre gritar y chillar, pues lo primero es hablar a un volumen por encima del normal, mientras que lo segundo indica que alguien da chillidos. Y es que doña Teófila afirma que “si tengo que chillar para decir que la Junta de Andalucía va a recortar en políticas sociales, lo haré”. ¿Lo hará desde el balcón o desde la calle? Por lo que parece, piensa instaurar una nueva forma de protesta, y así en lugar de la cacerolada se supone que pronto veremos a sus seguidores emitiendo chillidos, si bien antes tendrán que explicar la causa de los mismos, que no se sabe si lo harán a voz en grito.

Habrá que seguir con atención la campaña electoral de los populares, pues al menos en Cádiz quizás sigan la línea marcada por su dirigente, y es probable que griten, lo cual no significa que tengan la razón, pero también podría ser que chillen, en cuyo caso habrá que preguntarles por el significado de ese “sonido inarticulado de la voz, agudo y desapacible”, que según el DRAE es un chillido. La actitud de la alcaldesa puede ser una metáfora del comportamiento popular. Cuando no tiene argumentos suele gritar y si, a pesar de todo, los ciudadanos hacemos oídos sordos a sus palabras, recurren al chillido, aunque en ese caso puede ser consecuencia de la irritación que sufren cuando se percatan de que ni siquiera a voces son creíbles algunas de sus propuestas.

Los malos profesores que nos gritaban en clase conseguían nuestro silencio, y asimismo hay niños que gracias al chillido obtienen lo que desean de sus padres. Ambos casos son un ejemplo de mal ejercicio de la pedagogía, en el primero porque nada tiene que ver el miedo con la responsabilidad y en el segundo porque no se pueden alcanzar determinados objetivos a partir del recurso a los abusos. A la hora de analizar el programa electoral del PP habrá que constatar si prima el llamamiento a la responsabilidad y si las promesas van más allá de conseguir el objetivo de que no chillemos.