Sobrio, respetuoso, educado. Sencillo pero digno, franco pero no llanote, directo sin brutalidad, descarnado sin enseñamiento. El suyo parecía el relato aséptico, distante y objetivo de un hombre de negocios que, vaya por Dios, no siempre se puede ganar, ha tenido un tropiezo serio en su cartera de inversiones. España y yo somos así, señora.

Escuchando al cabecilla en el juicio de la trama Gürtel de corrupción del PP se comprende bien por qué llegó tan lejos. Francisco Correa mostró un don de gentes y un desahogo ante la adversidad que rara vez se ven en los corruptos de la izquierda. Los corruptos de la derecha, estén implicados en las tarjetas ‘black’ o en la Gürtel, son así: parecen conmovedoramente sinceros, tienen aplomo, precisión, naturalidad, admiten que han robado, sí, pero lo hacen con tal franqueza y afabilidad que dan ganas de absolverlos.

Impecablemente vestido, Correa dio con el tono justo para hacer las explosivas revelaciones que hizo. No cesó de lanzar bombas de racimo contra la sede que alberga los servicios centrales del PP, pero lo hizo con la circunspección y objetividad de quien relatara unos hechos históricos a los que el propio narrador fuera del todo ajeno. El talento de Correa consiste en admitir que es culpable adoptando el gesto distante de quien no lo es. A su relato le cuadraba mucho más la tercera persona que la primera: en boca de Correa sus delitos parecían los delitos de otro. No todo el mundo es capaz de afinar tanto.

En la izquierda no hay delincuentes así. Lo primero porque los ladrones de la izquierda solo roban calderilla, y cuando consiguen robar algo más que eso, como en su día Luis Roldán, acaban pillándolos y encima pierden todo lo robado. Son aficionados, no profesionales. ¡Bah! Gente como Correa, en cambio, dignifica el ladronicio de cuello blanco, el saqueo de alto 'standing'.

Su primera confesión ante los jueces, que duró más de ocho horas, no era la de un hombre arrepentido de sus mordidas o abrumado por sus fechorías: era más bien la de un profesional algo apesadumbrado pero en ningún caso abatido ante una inversión fallida. Nada personal, solo negocios.