Digan lo que digan derechas y derechitas, abonadas a la doble pero incompatible tesis de que, por una parte, todo estaba atado y bien atado desde un principio entre las izquierdas y que por otra, el astutísimo Pablo Iglesias le ha ganado por goleada al zopenco Pedro Sánchez, ni la negociación entre PSOE y Podemos ha sido teatro ni el acuerdo que ya se perfila en el horizonte inmediato estaba decidido desde hace semanas.

A observadores y analistas de la actualidad no les gusta ser menos listos que los políticos, de manera que les atribuyen a estos inteligentísimas estrategias capaces de engañar a todo el mundo… menos a ellos, claro, capaces de desvelar recónditos planes que en realidad nunca estuvieron en la intención de los negociadores, pero que demostrarían que analistas y observadores no se chupan el dedo.

Cuatro puntos de inflexión

Tras las primeras semanas de tanteo, las conversaciones entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han tenido cuatro puntos de inflexión:

1) la aceptación por el presidente de ministros light de Podemos en su Gabinete, que despejaba el camino hacia el acuerdo y dejaba atrás la pantomima del ‘Gobierno de colaboración’;

2) la convocatoria por Iglesias de una consulta a las bases que parecía bloquear ese camino;

3) el veto explícito de Sánchez a la entrada de Iglesias en el Gobierno, que puso la negociación al borde mismo de la ruptura;

y 4) la renuncia del líder morado a ser vicepresidente o ministro, que definitivamente despejó todas las dudas, aunque obviamente no todas las dificultades.

Ambos partidos han entendido finalmente que era un despropósito de altísimo riesgo llevar a los ciudadanos a unas nuevas elecciones por una discrepancia tan banal como la presencia o no de ministros de Podemos en el Gobierno.

¿El veto socialista era realmente a ministros de Podemos o solo a Pablo Iglesias? Digamos que inicialmente era a lo primero y más tarde derivó en lo segundo; digamos que, de entrada, el PSOE prefería ministros de Podemos que no lo parecieran y, de salida, tendrá que aceptar que lo sean y lo parezcan.

Un cierto empate

En ese escenario, cuyos detalles negocian ahora a toda velocidad equipos de los dos partidos, ¿cabría decir que gana Podemos pero pierde Iglesias o, dicho de otra forma, que pierde el PSOE pero gana Sánchez? No necesariamente.

Puesto que nadie podía ganarlo todo ni perderlo todo, digamos que se ha producido un cierto empate, ya que Moisés Iglesias lleva a su pueblo a esa Tierra Prometida que para cualquier partido es entrar el Gobierno de la nación, pero lo hace a condición de quedarse él mismo a las puertas del paraíso. Digamos, su vez, que Gallo Pedro deja a Gallo Pablo fuera del gallinero, pero admite la entrada de determinados pollitos y pollitas de estirpe inequívocamente morada.

No es no, sí es sí

Al pronunciar de modo tan explícito su ‘no es no’ a Pablo, Pedro estaba pronunciando un inequívoco ‘sí es sí’ a dirigentes de Unidas Podemos de perfil político y no meramente tecnocrático.

En cierto modo, el no a Pablo agotaba la reserva de noes de Pedro. No de todos los noes, por supuesto, pero sí de los más vistosos. El veto a su líder ha ensanchado el campo de juego de Podemos y estrechado el del PSOE, pero así funciona, digan lo que digan los listos, toda negociación.

¿Será ese un precio insoportable para España como proclaman las derechas, rasgándose aparatosamente las vestiduras cuando hay cámaras delante? En principio, no. La composición mixta del Ejecutivo sí es, obviamente, un riesgo para el presidente y para el Partido Socialista, y no tanto por lo que vaya a decir la derecha, que diría exactamente lo mismo sin ministros de Podemos, como porque será más difícil salvaguardar la cohesión del Gobierno y la claridad de su rumbo político.

Una apuesta de riesgo

El PSOE se juega mucho con este Gobierno de coalición con la izquierda inédito en España, pero probablemente Podemos se juega más. Los morados tendrán que demostrar que son fiables y que, además de ponerse estupendos hablando, son capaces de selo gobernando; si le salen por peteneras al presidente, a este no le temblará el pulso para echarlos del Gobierno y convocar elecciones.

A su vez, el PSOE no puede pretender que con Podemos aplicará las mismas políticas que habría aplicado con Ciudadanos, aunque es obvio que hubiera preferido asociarse a los naranjas antes que a los morados (al menos a los naranjas anteriores al brusco escoramiento de su líder a la derecha).

El riesgo de gobernar con Podemos no es tanto Cataluña –que también, aunque siempre cabe pactar los términos en que el Gobierno deberá afrontar la cuestión– como su genuina inclinación a forzar las costuras de la legalidad para cumplir unos objetivos políticos cuya bondad intrínseca justificaría ese hostigamiento a los códigos constitucionales.