Ciudadanos está en un momento político delicado. El momento, desde luego, también es complicado, pero es más delicado que complicado. Delicado en el sentido de que, como las operaciones a corazón abierto en las que está en juego la vida del paciente, la gestión de ese momento requiere de tanto cuidado y pericia como inteligencia y coraje.

Demasiadas virtudes, ciertamente, para que pueda reunirlas en su sola persona Inés Arrimadas, pero a la líder de Ciudadanos no le quedaba más remedio que hacer lo que está haciendo: dirigir hacia alta mar el buque naranja que su funesto capitán Albert Rivera había abandonado con el timón orientado hacia los arrecifes.

El autogiro

Los últimos acuerdos alcanzados con el Gobierno de PSOE y Unidas Podemos para facilitar la prórroga del estado de alarma o su disposición a votar favorablemente el Ingreso Mínimo Vital empiezan a situar nítidamente a Ciudadanos fuera de la órbita letal de la foto de Colón.

Ese autogiro es una buena noticia para el país, pero sobre todo lo es para Ciudadanos, que de mantener el rumbo fijado por Rivera tendría los días contados en el futuro y garantizada la irrelevancia en el presente. ¿Le irá mal de cualquier manera al partido, haga lo que haga Arrimadas? Tal vez sí, pero tal vez no. Todo dependerá de su pericia, sus dotes de persuasión y su coraje como capitana.

El lento pero inequívoco viraje de Cs para recuperar aquella moderación y transversalidad que tantas esperanzas suscitó en las franjas templadas del electorado menos ideologizado, ese viraje pone en una situación comprometida al vicepresidente de la Junta y líder de Cs Andalucía, Juan Marín: comprometida y equívoca. ¿Por qué? Porque salta a la vista que Marín se siente no ya cómodo, sino incluso demasiado cómodo como vicepresidente de un Gobierno que parece ser de un solo partido y no de dos.

Pedro y Pablo, Juan y Juanma

Si se exceptúan sus melindres iniciales hacia Vox en el arranque de la legislatura, que los ultras cortaron en seco obligándolos a comerse las palabras de que jamás se harían una foto con ellos, ninguno de los altos cargos de Cs en el Gobierno andaluz ha hecho ni dicho desde hace más de un año nada que los diferencie del presidente y el resto de los altos cargos del PP en ese Gobierno.

No sucede lo mismo, pongamos por caso, con Unidas Podemos y el PSOE en el Gobierno de España, donde las tensiones y discrepancias están a la orden del día porque ambos son partidos diferentes en la teoría y la práctica. El Cs que gobierna con el PP en Andalucía es un partido diferente de este, en el mejor de los casos, en la teoría, pero desde luego no en la práctica.

Pablo Iglesias y Pedro Sánchez son distintos y se nota; Juan Marín y Juanma Moreno no lo son, o al menos nadie nota que lo sean, lo cual es tan buena noticia para Juanma como mala para Juan.

Hora de moverse

El movimiento estratégico de Arrimadas debería obligar a Marín no, por supuesto, a desestabilizar al Gobierno de la Junta, que eso sería contraproducente e imposible de explicar a sus votantes, pero sí a marcar un perfil propio, del mismo modo que lo marcaba con Susana Díaz y sus socios parlamentarios del PSOE en la legislatura anterior.

En realidad, lo mejor para Cs y su futuro sería salirse del propio Gobierno de la Junta y marcarle el paso ideológico y programático al PP desde fuera, pero eso es pedirle demasiado a un partido que ha tocado poder real por primera vez y que además no tiene envergadura orgánica ni consistencia teórica suficientes para gestionar con éxito un vuelco de esa dimensión.

Inés sí parece haber entendido lo que a Juan le está costando entender, o al menos evidenciar: que en ese ‘marcar perfil propio’ reside la supervivencia y el sentido político mismo de la existencia de Ciudadanos.

Si el vicepresidente no empieza a marcarlo, en la próxima cita electoral quienes lo votaron en 2018 no tendrán incentivo alguno para volver a hacerlo.