Los nuevos miembros del Tribunal Constitucional Inmaculada Montalbán y Ramón Sáez están en la galaxia de la izquierda, donde pululan decenas de sensibilidades políticas; Enrique Arnaldo está, en cambio, no en la galaxia general de la derecha sino en la órbita particular y específica del Partido Popular. Concepción Espejel -“querida Concha”- también está en la órbita del PP, pero al menos viaja en su propia nave, no en la cápsula de FAES como Arnaldo.

Eso, en lo referente a la ideología; en lo referente a la conducta, los dos primeros se hallan a años luz del tercero, pues tanto Montalbán como Sáez son personas honorables, mientras que Arnaldo no lo es, como certifican sus numerosos y muy rentables chanchullos: pese a tratarse de actividades y facturaciones incompatibles con su condición de letrado del Congreso, cobró casi un millón de euros de administraciones del PP y 400.000 euros del banco Santander.

Pues bien, los comentaristas de la galaxia conservadora -desde Carlos Herrera o Ignacio Camacho a Carlos Alsina o Teodoro León Gros- se las están ingeniando para meter en el mismo saco a Sáez, Montalbán y Arnaldo, equiparando lo que pueda tener de criticable la afinidad ideológica o el estatus profesional de los dos primeros con los enjuagues y trapacerías del tercero. Por sus indignaciones les conoceréis: lo que a estos opinadores les indigna es que Montalbán sea magistrada solo de un TSJ y no de la Audiencia Nacional o el Supremo, pero apenas les inquieta el documentado historial de corrupciones de Arnaldo.

El virtual debate sobre Sáez y Montalbán será político, institucional o profesional; el debate sobre Arnaldo es prepolítico, preinstitucional y preprofesional: está referido a la sinvergonzonería, no a la institucionalidad, la profesionalidad o la ideología.

El debate sobre la instrumentalización política del TC no solo es legítimo, sino que es necesario. Devaluar las instituciones es letal para la democracia. Pero ese debate siempre tendrá que ser posterior al de la ejemplaridad: sin haber superado éste no se puede recalar en aquél.

Un cura puede ser mejor o peor conocedor de las Escrituras, puede ser más o menos estricto en el cumplimiento de la liturgia, pero jamás, en ningún caso, puede ser un pederasta, pues dicha condición lo inhabilita para el sacerdocio. No cabe equiparar ni meter en el mismo saco la condición de progre, integrista o insuficientemente ilustrado de un pastor de la Iglesia y la condición de abusador de niños de otro; pues bien, con los juristas del TC, igual.