El PP de Galicia es ‘territorio comanche’ para la dirección nacional del partido. A Pablo Casado no se le ocurre enviar a sus exploradores a aquella comunidad para averiguar las posibilidades de situar peones propios en la nomenclatura del PP gallego. Sería peligroso para Génova desplazar emisarios al imperio del noroeste, donde SM Alberto Núñez Feijóo es dueño y señor porque se ha ganado a pulso serlo.

No ocurre lo mismo en comunidades donde el PP no gobierna. Ahí, el presidente nacional del PP sí tiene opciones de influir decisivamente en los congresos provinciales, cuyo calendario está en marcha.

Poder, inteligencia y carisma

¿Y en Andalucía? La dirección de Génova está actuando como si pensara que, a efectos orgánicos, Andalucía se parece más a Valencia o Aragón, donde el PP está en la oposición, que a Galicia, donde gobierna sin contratiempos. Se equivoca.

Moreno no es Feijóo, pero quiere serlo. Para fortuna de los andaluces y desgracia de la oposición, Moreno no quiere ser Isabel Díaz Ayuso. Para parecerse a Feijóo necesita revalidar su actual mandato como presidente de la Junta de Andalucía, pero, mientras llega el momento, ha decidido utilizar el poder institucional para afianzar su liderazgo en el partido.

No hay presidente autonómico que no lo haya hecho: es más, quien no lo hace es que no sirve para el oficio –no precisamente inmaculado– de gobernar y mucho menos para el oficio de liderar.

Moreno sabe bien que se puede alcanzar el poder sin tener carisma, pero ha comprobado que nada más alcanzar el poder se empieza a tenerlo. Es una sensación agradable y le gusta. A todos les gusta, pues uno de los milagros de conquistar el poder es que a partir de ese momento todo el mundo se convence de que el vencedor es mucho más listo de lo que realmente es (aunque puede que también en esto Díaz Ayuso sea una excepción).

La batalla de Sevilla

En la batalla de Sevilla, Génova parece ir ganando. Su candidata para seguir presidiendo el partido, Virginia Pérez, ha doblado en avales al candidato Juan Ávila, promocionado desde la calle San Fernando de Sevilla, sede regional del PP.

No en vano, Pérez conoce mucho mejor el partido, que preside desde hace cuatro años, y cuenta en él con una tupida red de lealtades y complicidades que están muy lejos del alcance de Ávila. En todo caso, el 27 de marzo es cuando se celebra el congreso provincial y será entonces cuando casadistas y morenistas midan sus aceros.

El Gran Botín

Sin embargo, más allá de cuál sea el desenlace de la batalla de Sevilla, Pablo Casado tiene perdida la guerra contra Juan Manuel Moreno. ¿Por qué? Porque el andaluz tiene a su disposición ese Gran Botín que es la Junta de Andalucía, mientras que el castellano no dispone de cargos ni prebendas para retribuir a los leales que se jugarían su futuro político y tal vez el pan de sus hijos apoyando los dictados de Génova.

No se utiliza aquí el concepto de botín en un sentido peyorativo, sino puramente militar. Los soldados reclaman victorias a sus comandantes, y Moreno se las ha dado, pero Casado no. Y además está muy lejos de dárselas. Hay ámbitos en los que la política es asombrosamente parecida guerra, aunque por fortuna el rasgo más genuino de la guerra, que es matarse unos a otros, solo tiene lugar en la política metafóricamente. 

Casado quiere ser Aznar sin estar avalado por sus resultados electorales. Es cierto que, al igual que Casado en 2019, Aznar no ganó en 1993, pero estuvo tan cerca de hacerlo que su derrota fue cabalmente interpretada como una casi victoria.

El mensaje del Aznar de 1993 a las huestes del PP fue: a la próxima podemos ganar. Por el contrario, el mensaje del Casado de 2019 fue: lo más probable es que a la próxima volvamos a perder. Con esas credenciales, Moreno puede dormir tranquilo.