El vídeo de presentación de Vox apenas dura 10 segundos y ya suma cerca de 100.000 reproducciones. En él no se ve a Olona. La cámara, situada casi a ras de tierra, muestra un olivar y de fondo se oye un caballo llegando al galope. En un vídeo anterior, una amazona, cuya cara no se muestra aunque se sugiere que es Macarena Olona, acaricia el cuello del caballo desde su montura. Vox no solo llega a caballo, sino que presume de ello. La España de ‘Los santos inocentes’ es su emblema y Andalucía su montura.
Las andaluzas del 19 de junio van a ser unas elecciones nacionales porque lo que en ellas se disputa es si Vox arrebatará al PP la hegemonía cultural de la derecha española: no aventajándolo en votos pero sí cosechando no menos de ese 20 por ciento que le garantizaría, por una parte, sentar a Macarena Olona en la Vicepresidencia de la Junta de Andalucía y, por otra, marcar el tono político de la legislatura.
La media de las encuestas realizadas en el último trimestre de 2021 –Barómetro Andaluz, NCR y Sociométrica– atribuía a Vox algo más del 13 por ciento de los votos. La media de las realizadas entre enero y abril de 2022 –Barómetro Andaluz, Social Data, GAD3, Deimos Estadística, Sociométrica y Electomanía– eleva ese porcentaje por encima del 18 por ciento. Cuando Moreno despierte el 19 de junio, el dinosaurio seguirá ahí.
El único sondeo que chirría en la pizarra demoscópica es el de IMOP Insights de esta semana para El Confidencial, que dispara al PP hasta el 40 por ciento y 53 escaños y retrotrae a Vox a un no menos inverosímil 13 por ciento. Todo es posible. Ciertamente, la opinión de la gente es muy cambiante hoy en día, aunque siempre quepa una sospecha sobre el rigor de la ciencia demoscópica. La mayoría de encuestas las encargan los periódicos, y en estos tiempos bien cabría decir de ellos lo que cierto personaje de la novela ‘Lincoln’ de Gore Vidal decía del rotativo Evening Star: “Siempre útil aunque no siempre exacto”.
Los socialistas han introducido en el imaginario de la precampaña un envenenado sintagma propagandístico que vincula a Juan Manuel Moreno Bonilla con Macarena Olona. El ministro de Presidencia Félix Bolaños habló el viernes en Sevilla del tándem Olona-Bonilla’. Será seguramente uno de los ejes de la campaña. El PSOE de Juan Espadas intentará convertir a Moreno en el hipogrifo de la mitología, un monstruoso híbrido mitad águila, mitad caballo: 'Juan Manuel Olona Bonilla'.
La operación no es en realidad muy distinta de la que viene impulsando durante toda esta legislatura el Partido Popular contra el inquilino de la Moncloa a propósito de los grupos parlamentarios que sostienen al Gobierno. 'Pedro Sánchez Rufián'. 'Pedro Sánchez Bildu'. La campaña andaluza se va a desenvolver en clave nacional: el PP se centrará en Sánchez para desacreditar a Espadas y el PSOE se centrará en Olona para desacreditar a Moreno.
¿Pero acaso centrarse en Olona no es hacerlo en Andalucía, puesto que es la candidata a presidir la Junta? En absoluto. Olona no es Andalucía, es España. Su bandera no es la blanquiverde sino la rojigualda. La irrupción de la amazona ultra cabalgando sobre los latifundios de la Andalucía profunda inquieta a bastantes pero no demasiados votantes de la derecha y sobrecoge a casi todos los de la izquierda.
Autoerigido en Príncipe de la Concordia y Paladín de la Templanza, para Moreno la presencia de Olona es un problema táctico de primer orden. Desde que llegó al poder en enero del 19, los artesanos de palacio han ido labrando con esmero y en las más nobles maderas la efigie de un Moreno sosegado, apacible y senatorial. Se trata de un fino trabajo de ebanistería que Olona no dudará en arrojar al fuego el mismo día que ocupe plaza de vicepresidenta en el palacio de San Telmo.
Si Moreno gana las elecciones y nombra vicepresidenta a Macarena Olona, ¿se diría que ha traicionado sus principios? Por supuesto, claro que sí, cómo no. Pero dejemos de engañarnos: no se traicionaría mucho más de lo que lo han hecho otros. La política se ha vuelto tan descarnadamente pragmática que cualquier socio es aceptable si sirve para alcanzar o conservar el poder. Con inquietante ambigüedad moral, Pío Baroja ya lo adivinó hace más de 100 años en ‘Juventud, egolatría’: “Después de todo, la moral en los políticos quizá es lo de menos. Los hombres probos, honrados, que no piensan más que en su conciencia, no pueden prosperar en la política, ni son útiles ni sirven para nada”.