“Con aquellos cañonazos, ¿quién iba a ser capaz de salir a la calle?" Gloria Sevilla recuerda cómo la gente se tropezaba a causa del pánico ante las puertas del refugio antiaéreo de aquella Almería republicana. La más absoluta oscuridad inundaba los amplios corredores en los que se agolpaban los vecinos de la capital tras escuchar la sirena de alarma. “Qué miedo y qué asfixia daban aquellos refugios. Encima se veía tan poco que no se sabía ni cuantos éramos. Nos entraba descomposición de cuerpo. Era muy imponente”. Estos corredores, rehabilitados en el año 2006, se han convertido en un testigo vivo de aquel horror vivido por los almerienses en plena guerra civil. La Dirección General de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía lo ha querido declarar en honor a su historia Lugar de la Memoria. El 31 de mayo de 1937, tras el intenso bombardeo alemán que arrasó parte de la ciudad, la Comisión Mixta de Refugios del Gobierno republicano adelantó el proceso de construcción de estos corredores antiaéreos que daban cabida a más del 75 por ciento de la población de Almería censada en la época. Por delante quedaban aún dos largos años de guerra, pero, mientras, los 52 bombardeos habían dejado casi 150 muertos y más de 300 heridos. A SALVO A NUEVE METROS DE PROFUNDIDAD La red de refugios fue diseñada a nueve metros de profundidad, extendiéndose por túneles de casi cinco kilómetros de extensión gracias a la labor del arquitecto Guillermo Langle, el ingeniero de canales José Fornieles y el ingeniero de minas Carlos Fernández. Tenía capacidad para albergar a 40.000 personas. Desde el mes de febrero de 1937 a la primavera del 38 se realizaron las extensas galerías, siendo actualmente uno de los refugios grandes de Europa. A lo largo del pasillo se distribuían dependencias como un almacén donde se guardaban los víveres, puntos de agua potable y un quirófano, con materiales donados por el médico Eusebio Álvaro, para atender a los heridos por las bombas que sobrevolaban a diario el cielo de Almería. Gloria recuerda que en aquellas salas se “hacían operaciones, amputaciones y partos siendo uno de los pocos lugares iluminados del refugio gracias a un moderno generador”. Langle crearía galerías subterráneas que se repartían por la mayoría de barrios de la ciudad con 101 entradas construidas con bloques de hormigón y contrafuertes que contrarrestaban la propagación de las ondas de las explosiones hacia el interior, además de idear un sistema de protección contra avalanchas. Importantes iglesias de la ciudad e incluso la casa consistorial tenían sus propios accesos privados, al igual que muchos domicilios de clases adineradas. Éstos tenían la posibilidad de tener una entrada particular al refugio, como le ocurría al propio arquitecto. La terrible situación y desesperación de aquellos años hacían que muchos ricos dejaran sus puertas abiertas en un gesto de solidaridad. Una bandera negra indicaba con letras blancas, desde la entrada, la palabra “Refugio” cuando sonaba la temida sirena. MEJOR NO HABLAR DE POLÍTICA El hacinamiento de la población en medio de aquellos terribles días, obligó al propio Gobierno a imponer un código de conducta en el interior de los refugios. Estaría prohibido fumar por la falta de ventilación natural y traer armas blancas y de fuego. Era recomendable no tratar temas de política y religión ni dejar a los niños solos por la intensa oscuridad que allí se vivía entre los fuertes estruendos provocados por los bombardeos. A pesar de su amplia longitud, la rehabilitación actual de los refugios solo permite visitar un escaso kilómetro de la galería. Aún, en sus paredes revestidas de cemento, se pueden ver algunas inscripciones como la que dejó Manrique Martínez Agüero el 11 de diciembre de 1938 o un dibujo anónimo en el que se muestra la silueta de un barco con varios aviones bombardeando la ciudad.