Si la familia real no ha conseguido acabar con la Familia Real, es improbable que lo consigan los republicanos. Lo que no han logrado los latrocinios perpetrados por Iñaki Urdangarin a la sombra de la Zarzuela ni los millones a mansalva que amasó durante años su inquilino Juan Carlos I será difícil que lo logre Pablo Iglesias.

2021 será un año importante pero, más que para el futuro de la monarquía como tal, para el sueño republicano de enterrarla. Si las instituciones son capaces de resolver satisfactoriamente el doble problema de la penitencia del rey emérito y de la rehabilitación de la Familia Real, el vuelo del republicanismo será breve.

El de los republicanos españoles es un vuelo libre, pero sin motor. El verdadero piloto del aeroplano tricolor no es Pablo Iglesias ni Carles Puigdemont, sino el mismísimo rey emérito. Son sus correrías financieras las que hacen posible que el planeador republicano siga surcando plácidamente los cielos.

Tareas reales

Su hijo Felipe VI sabe que el Estado del que él ostenta la Jefatura no puede no resolver el problema creado por Juan Carlos I. Esta es una de las cosas que el rey no puede no saber, pero no es la única. Tampoco puede no saber que la monarquía necesita con urgencia reformas y sacrificios que la reconcilien de nuevo con los ciudadanos a los que su padre tanto decepcionó.

En un Estado al que sus servidores elegidos por el pueblo han desacreditado gravísimamente con sus prácticas corruptas, la Casa Real debería ponerse al frente de la regeneración institucional, pero tal cosa no puede hacerse sin sacrificios. Cuando la regeneración no entraña sacrificios es que no es una regeneración de verdad.

Una Casa Real transparente requiere la renuncia a ciertos privilegios: el viaje de novios todavía lejano de la princesa Leonor no podrá costar medio millón de dólares ni podrá sufragarlo bajo cuerda un empresario amigo de la familia. Felipe VI no podrá seguir siendo inviolable en ámbitos que no sean los estrictamente propios de la Jefatura del Estado.

La corrupción política ha sido posible porque tenemos instituciones escandalosamente ineficientes: en eso, la corrupción nacional no es distinta a del resto de países que la padecen. Es precisa una Ley de la Corona que haga de ésta una institución sometida al escrutinio público y que permita a los ciudadanos estar seguros de que la conducta del padre no se repetirá en el hijo ni en la nieta.

Padres e hijos, reyes y príncipes

El rey, en fin, no puede no saber que si el Estado no resuelve satisfactoriamente el 'caso Juan Carlos', éste acabará convirtiéndose en el 'caso Felipe'. Un 'caso Juan Carlos' es grave pero no letal para la monarquía; un 'caso Felipe' sí lo sería.

En 2021, el rey tendrá que hablar de su padre, y no necesariamente en los discursos de la Nochebuena o la Pascua Militar. Dado que su condición de hijo le impone ciertas limitaciones verbales, Felipe tendrá que hablar con hechos más que con palabras: hechos que el pueblo interprete como una condena inequívoca de la conducta de su padre.

2020 fue el año en que definitivamente dejamos de querer a Juan Carlos. Se había ganado con buenos oficios de rey el amor de su pueblo, pero lo perdió por practicar las malas artes que se atribuye a los plebeyos. Nunca volverá a recuperarlo. Ni siquiera las derechas le tienen ya un cariño real y verdadero al emérito: su defensa de Juan Carlos es fría, profesional, de oficio, es una defensa dictada por las leyes del deber o del interés, no inspirada por las del amor.

La fea y desleal conducta del emérito no tiene el alcance de tumor maligno acariciado por independentistas y republicanos y capaz de extender la metástasis a todo el sistema del 78, pero descredita gravemente a la monarquía y al propio sistema y por tanto, será preciso que la Fiscalía, el Gobierno, la Casa Real y las Cortes hagan su trabajo, que es poner al descubierto la fortuna del emérito, detallar cómo logró amasarla e imponerle la condena política o penal que consideren justa y proporcionada.

Juan Carlos hizo méritos para ganarse el amor popular, ya perdido irremisiblemente. Ahora es a Felipe a quien le toca hacer méritos. Su padre ayudó a enterrar el franquismo y conjurar el golpismo y por eso lo quisimos tanto; él tendrá que buscarse las mañas para que su pueblo lo quiera. A Felipe VI la gente lo mira con simpatía, pero querer a alguien es algo muy distinto a mirarlo con simpatía.