Ayer en televisión, el ministro Juan Ignacio Zoido se lanzó con tanta fruición a enumerar las maneras en que Carles Puigdemont podía volver clandestinamente a España que seguramente encendió la imaginación del expresidente de la Generalitat, quien tomaría buena nota ya fuera para ver qué vía de regreso le interesaba más, ya para buscar otras no mencionadas por el imprudente titular de Interior: “Hay muchos caminos rurales y se puede entrar por barco, helicóptero o en ultraligero, trabajamos para que esto no ocurra… trabajamos para que Puigdemont no pueda entrar ni en el maletero de un coche”.

¿Tan difícil, ministro, hubiera sido dar una respuesta genérica y sin entrar en detalles, una respuesta del tipo “este Gobierno está tomando las medidas pertinentes en relación a la eventualidad de que el señor Puigdemont intentara regresar a España”? Y punto. Zoido está tentando a la suerte, acercándose cada vez más a un toro que –¿acaso no lo comprende?– está deseando pillarlo.

Cuando fue alcalde de Sevilla no le conocimos a Zoido esta faceta de bocachancla que habla más de lo que debe, en los sitios donde no debe y en los momentos en que no debe. Sin ser consciente de ello, el ministro parecía estar desafiando a Puigdemont a burlar a los policías desplegados por Interior distintos puntos de la frontera francesa. Sin pretenderlo, Zoido le ha insinuado al líder catalán la dulce tentación de poner en ridículo al Estado español. Si sus palabras pretendían ser advertencia, sonaron más bien a sugerencia.

Al trasladar públicamente su preocupación sobre las intenciones del expresident, ¿acaso no le estaba dando pistas?, ¿acaso no estaba elevando y haciendo por tanto más tentadora la apuesta que ganaría Puigdmont si lograra burlar a los polis?, ¿acaso no le estaba dando ideas al presidente del Parlamento, que lo visita hoy en Bruselas, para que oculte al president en el maletero de su coche de vuelta a Barcelona?

Ciertamente, si regresara a España y se colara en el Parlamento catalán para ser investido presidente, acabaría con sus huesos en la cárcel. Pero ingresaría en prisión con la Medalla al Mérito Patriótico por haberse mofado del Estado ante la divertida mirada del mundo entero. Tal burla bien vale una celda, podría pensar el extravagante pero no tonto político catalán.