En 1957, Albert Camus, escritor francés nacido en 1913 en Mondovi (Argelia), recibía el Nobel de Literatura. En el discurso ponía sus palabras a favor de la libertad y la convivencia, y en contra de los totalitarismos, tanto de izquierdas como de derechas. Y no era la primera vez. "La mayoría de nosotros ha rechazado el nihilismo y se consagra a la conquista de una legitimidad.”, dijo, “le ha sido preciso forjarse un arte de vivir para tiempos catastróficos, a fin de nacer una segunda vez y luchar luego contra el instinto de muerte". A Camus no le gustaba definirse como filósofo, aunque estudió Filosofía tras su paso por el Liceo de Argel, donde ingresó, pese a haber nacido en la extrema pobreza, gracias a su profesor Louis German. Camus prefería considerarse artista, y el compromiso que había adquirido con su tiempo lo llevó también a afanarse en el ejercicio del periodismo, al entenderlo como una trinchera donde defender la verdad, la integridad y el humanismo, además de como “una de las profesiones más bellas, porque te fuerza a juzgarte a ti mismo”, explicó en una entrevista publicada en la revista Caliban.

Un periodismo de intencionalidad

Así, Camus ha pasado a la historia por sus alegóricas novelas -La peste, La caída, El extranjero- y sus obras de teatro -Calígula-, pero también dejó un importante legado como periodista y teórico del periodismo, que ejerció, según las palabras de Kapuściński, como un “periodismo de intencionalidad” desconfiando de la supuesta imparcialidad, por sospechar que ésta enmascaraba indiferencia. Dos fueron las facetas más destacables de Camus en este terreno: la de reportero y la de editorialista. En la primera, se inició en el Argel Républicain con 25 años. Santos-Sainz recuerda en su libro su reportaje La miseria en la Cabilia como uno de sus grandes hitos informativos y narrativos, que construyó sobre una ejemplar investigación de los hechos. Recuperaría esta destreza en sus crónicas de L'Express. En el Argel Républicain también ejerció de editorialista. Cuando estalló la rebelión de la colonia, se pronunció en favor de un Estado binacional y no por su independencia, lo que valió el rechazo de la izquierda francesa, Sartre incluido, con el que rompió relaciones de manera abrupta y pública. El desencuentro entre ambos llegaría aún más lejos cuando Camus se apartó del comunismo, denunció la Unión Soviética y publicó El hombre rebelde.

Editoriales anti totalitarias

También firmó editoriales en Soir Republicain, entre 1938 y 1940. Pero tampoco su relación con esta cabecera tuvo un final feliz. Santos-Sainz recoge en su libro Albert Camus, periodista un texto que apareció hace relativamente poco y este periódico le censuró en 1939, cuando las tensiones pre Segunda Guerra Mundial azuzaban Europa. El autor defendía en él la libertad de prensa “es solo una cara más de la libertad tout court, y la obstinación en defenderla obedece a que, sin ella, no habrá forma de ganar realmente la guerra. Los medios y las condiciones para que un periodista independiente no pierda su libertad son cuatro: lucidez, rechazo, ironía y obstinación”. Aunque, probablemente, los editoriales de más repercusión entre los que publicó el autor los lanzó durante la Guerra Mundial y los primeros años de la posguerra, en Combat, un mítico periódico francés nacido durante la Segunda Guerra Mundial, originariamente lanzado de manera clandestina desde la resistencia, en el que también militaron Malraux, Mounier o Sartre. Desde su tribuna, Camus emitió un juicio negativo de los medios de entreguerras, caracterizados por la desinformación, la censura y la propaganda. Clamó por la responsabilidad social del periodista y su misión no solo como testigo de la historia, sino también como intervencionista, justiciero que ha de poner sus ideas al servicio de la verdad. Instó a la sociedad a no permitir el ascenso de los medios que no estuviesen comprometidos con ella, y reclamó una regeneración democrática que garantizase la independencia de estos, sobre todo respecto a los grupos financieros.

Enseñanzas para hoy

Un 4 de enero de 1960, hacia las dos de la tarde y con un frío glacial, Michel Gallimard, sobrino del conocido editor, conducía por la carretera que une Sens con Fontainebleu, con Albert Camus como copiloto. El vehículo patinó en el hielo del asfalto, y, a la deriva, chocó contra un árbol. Gallimard sufrió gravísimas heridas, a las que solo sobrevivió seis días. Camus murió en el acto. Pero su obra hacía años que se había convertido en inmortal. La profundidad de la investigación periodística de Camus, en la era de los 140 caracteres, se demanda cada vez más, y sus ideas, ha dejado escrito Santos-Sainz, se inscriben “en el contexto actual de crisis de identidad de la prensa”, provocado por las mutaciones tecnológicas, “así como por la crisis financiera de los medios, que dificulta su independencia”. Reivindiquemos también su hedonismo, finalidad de toda esta labor social. A Camus no le bastaba el pensamiento. Amaba el sol, la luz, el mar, la naturaleza y el deporte, sobre todo el fútbol, fue portero del Racing de Argel. Cuando el existencialismo se impuso en Francia, Sartre alcanzó con él la popularidad, pero Camus no lo abrazó, "la rebelión supera a la angustia", señaló. Escribió El mito de Sísifo (1942), sí, dignificando la "lucha continua" del hombre, y releer hoy su obra periodística puede contribuir a elaborar una nueva ética del periodismo, de esta profesión que es todo un encargo de Sísifo. Terminemos en alto, con un extracto de El verano, uno de sus textos más personales: “En mitad del invierno aprendí por fin que había en mí un verano invencible”.