Desde luego, es más fácil no intentarlo, escudarnos tras excusas yermas que no son más que el reflejo de nuestros miedos. Decir que ya conocemos el sufrimiento y recubrir nuestras emociones de una película impermeable que impida que traspase todo lo que pueda empapar nuestra zona de confort hasta destruirla.

Es mejor quedarse en la zona de confort

Siempre preferimos quedarnos con el consuelo de no haber sufrido, pues no hubo oportunidad, que con el orgullo de al menos haberlo intentado. A nuestra vulnerabilidad, en lugar de aceptarla como algo hermoso - pues conlleva los más bellos sentimientos -, la demonizamos y la convertimos en una maldición. Tapiamos todas las salidas que nos remiten a resultados distantes entre ellos y enriquecedores a su manera solo porque, puede ser, tal vez, es posible que alguna de esas posibilidades contenga un dolor intrínseco. Ni tan siquiera aceptamos la posibilidad de que tal dolor pueda sacar a relucir partes de nosotros que no conocíamos. Es cómodo no intentarlo pues supone una cuota de riesgo inexistente. Pero es triste. Más bien vacuo; cuando aceptamos no tomar ningún riesgo como modus operandi nos quedamos flotando en una nube donde nada nos puede tocar, ni lo bueno ni lo malo. Alejamos los caprichos del destino que toman forma de serendipia de nuestras posibilidades inadvertidas y convertimos nuestra existencia en un conjunto de patrones que precisan de un riguroso control bajo un protocolo de protección (falsa). Intentarlo siempre carga un porcentaje de riesgo. Es cierto que en ocasiones este es más alto de lo que nos haría sentir cómodos. No voy a negar la posibilidad de que las contiendas vitales que sostenemos, a veces contra nosotros mismos, puedan suponer un daño que trascienda el plano metafísico y te marque dolorosamente.

Pero.

Siempre hay un pero. Las probabilidades de que salga bien aquello que vas a intentar es algo por lo que deberíamos pararnos a analizar rigurosamente si realmente vale la pena simplemente no intentarlo. Es muy probable que notemos que en verdad es un error quedarse de brazos cruzados mirando como la vida pasa. ¿Y si decidimos intentarlo y todo sale bien? ¿Y si decidimos intentarlo sabiendo que es posible que salga mal? Cuando lo intentamos cometemos el error de creer que la única vía es la del final feliz, como si la posibilidad de que algo se tuerza ha sido exiliada de la casuística. Mi teoría es que si juntamos la ilusión del intento con la comprensión del fallo, crearemos una posibilidad nueva que será factible sea cual sea el resultado: la de comprender que ha pasado como ha pasado pero al menos ha pasado. Evitarnos dramas, evitarnos presiones. Saber que ha podido suceder y que ha podido fallar y en ambos casos tener la cabeza bien alta por haber sido valientes en una vida en la que eso no se destila. Si tenemos la posibilidad al alcance de nuestra mano, ¿por qué no intentarlo?