Desde que Josep-Lluís Carod Rovira se pusiera por montera una corona de espinas, el término “tripartito” no ha vuelto a levantar cabeza. Eran otros tiempos, no había Snapchat y los disfraces había que ponérselos a mano. Tampoco estaban de moda los selfies y el presidente catalán, Pasqual Maragall, también apareció retratado al tiempo que hacía la foto. Muy meta todo.

Como decimos, eran otros tiempos y la Audiencia Nacional no te perseguía por hacer chistes con las creencias del vecino, pero el estigma no acabó ni en la frente ni las palmas de Carod Rovira, sino en el concepto que representaban: el tripartito.

Desde entonces, el concepto quedó marcado como si de algo nefasto se tratara. Tripartito pasó a engrosar la lista de palabras que, sólo con mentarlas, ya dan miedo a los españoles, como “república”, “comunismo” o “Benidorm”.

Con este miedo jugó el pasado martes Pedro Antonio Sánchez cuando, tras volver a ser imputado, aceptó firmar una tregua y entregar la Presidencia de la Región de Murcia. Su estrategia, en cambio, fue afirmar que un pajarito le había dicho la noche anterior que “el tripartito” ya estaba firmado, por lo que había decidido sacrificarse para evitar un mal mayor y sólo pensando en el concepto sagrado de “dos palabras: Región de Murcia”.

Dada su poca habilidad para los números, quizás el tripartito no era tal y les faltaban algunos votos por cuadrar, pero se entiende que manifestaba su temor a que acabaran gobernando en Murcia una entente de PSOE, Ciudadanos y Podemos en representación democrática de la mayoría de los murcianos. Habría que ver qué entiende Sánchez por tripartito, porque bien podría limitarse a apoyo parlamentario.

Por ejemplo, en Valencia, la Generalitat está gobernada por una especie de tripartito. PSOE y Compromís se reparten el Ejecutivo, al que accedieron con apoyo también de Podemos. Y, que se sepa, el Apocalipsis no ha llegado a la región, más allá de que los edificios de Calatrava se sigan cayendo a pedazos. Y, tras echar al PP del Palau de la Generalitat, tienen el mérito de haber conseguido pasar más de 48 horas sin que un dirigente valenciano meta la mano en la caja, lo que ya es todo un logro.

Lo que pasa es que es más fácil presentarte como un superhéroe que entrega su vida para salvar a los murcianos de “un gobierno imposible, desastroso, nefasto, dañino y perjudicial” que reconocer que te han pillado con el carrito del helado -por poco helado que sobreviva al clima murciano- y que eres más sospechoso que un mono con ballesta. Y, de paso, te evitas la paradoja de que haya tenido que ir a Murcia Fernando Martínez-Maíllo a pedirte la dimisión por estar imputado, justo ahora que él cumple dos años como imputado por el caso Caja España.