Hoy es viernes 20 de enero de 2017 y toca escribir sobre el principio del fin del mundo pero como todos y todas (ojalá hubiera un epiceno universal) se dedican a ello con enorme afán y se han ido a USA a narrarlo en directo, una se ha acordado de Arturo Moya Moreno, recientemente muerto sin enterarme y he pensado que esta maldita fecha se merece un pellizco de nostalgia, a pesar de que todas las catástrofes, incluidos los llantos televisados de los hijos de la Duquesa de Alba por el impuesto andaluz de sucesiones, los pobrecitos, se nos vienen encima sin remedio, sea por sí mismas, sea por tanto invocarlas. Ya lo dijo mi abuelo: le llamaban El Prevenío y lo mató un camión.

Era yo más mona que Elsa Pataki pero en periodista local, que es una versión a escala: cuando te saludaba el alcalde se te salían las uñas de los pies de la emoción. Estaba empezando a poner en negrita los nombres de los políticos en una columna que me dejaban escribir y puede sonar inmodesto pero hice el gran descubrimiento profesional de mi existencia: si ponías el nombre de un tipo en negrita, el tipo te llamaba. Y lo mejor: te daba explicaciones.

La cosa iba de tal guisa: yo escribía que alguien me había soplado que el político fulanito era un poco capullo por tal o cual cuestión y el político un poco capullo te invitaba a comer en un sitio de lo más caro para explicarte que él, en el fondo, no era tan capullo como los (cabrones) de sus compañeros de partido se empeñaban en filtrar (me).

Fue en esos años dulces que no se imaginaban a un futuro con Trump cuando Arturo Moya salía mucho en las negritas de mis artículos. Lo primero que supe gracias a él es que podía haber gente moderada, incluso de centro derecha, que también era radicalmente demócrata, pasionalmente defensora de la libertad para todos. Lo segundo que descubrí con él es que nunca hay que dejar de sonreír, aunque te estén moliendo a palos los (cabrones) de la militancia aquella, que era un sainete cainita llamada Ucedé.           

Moya se enfrentó al franquismo con sus propias armas, sacudió las conciencias de aquella Granada sometida por el terror de la represión y claro, le hicieron pucherazo. Pero ganó perdiendo, se convirtió en un gigante, en una cara de la democracia que iba a llegar, en un valiente. Esta cita es textual, la he sacado del archivo de mi memoria: “Granada sale de la guerra civil con el miedo metido en el pueblo y una oligarquía que se apodera de la ciudad y desarrolla su poder a base de ese miedo”.

Ahora que estos muchachos tan instruidos de Podemos y tan listos como Garzón se dedican a triturar la transición y a sus protagonistas, me pide el cuerpo mucho rescatar la memoria de Arturo Moya porque se acaba de morir sin mi permiso, maldita sea, y porque me apetece dedicarle este viernes 20 que parece destinado a la fatalidad. A ver si la conjura de su coraje, la merecida mención  de su figura sirve para desbaratar tanto mal rollo. Vota Moya Moreno, vota futuro, decía el eslogan de su campaña. Aunque mi altocargo me reprocha exceso de sentimentalidad, yo me quedo con el futuro de Arturo Moya y todas las rimas que sean menester.