Los líderes de Barcelona en Comú, Ada Colau (d) y Xavier Domènech (i), a su llegada a la rueda de prensa que ha ofrecido hoy su formación para hacer balance del 2015 y comentar el contexto político actual. EFE



Desde las pasadas elecciones generales, los partidos de la izquierda tradicional en Cataluña han sentido un justificado temor a Podemos, sus marcas blancas como Catalunya Sí Que Es Pot y, muy especialmente, a la figura de Ada Colau. El hecho de haber evitado unos nuevos comicios catalanes permitió a socialistas, comunistas, Esquerra y las CUP, respirar tranquilos. Todos sabían que Ada Colau podía encabezar una lista podemita en caso de convocarse una nueva cita electoral y acabar por ser la próxima presidenta de la Generalitat.

La irritación que Colau sintió al ver frustradas sus esperanzas cuando Carles Puigdemont fue elegido president la llevó incluso a mantener una agria polémica en Twitter con Pilar Rahola. La alcaldesa veía escapársele de las manos la silla de presidenta y se tomó muy a mal no poder concurrir a unas elecciones. Su parte de razón tiene. Como activo político, ha sido determinante en los recientes comicios a nivel nacional. Que Podemos haya obtenido los magníficos resultados en las últimas generales en Cataluña es, en buena medida, gracias a la implicación de la exactivista de la PAH. Persona de máxima confianza de Pablo Iglesias, Colau sabe muy bien que tanto socialistas como el resto de la izquierda están en franco retroceso o tienen un techo electoral muy bajo, como las CUP.

Por diversas encuestas que maneja, tiene claro que ahora sería el mejor momento para lanzarse a la arena de la política autonómica y, ¿quién sabe?, acaso hacerlo después a la española. De ahí que el anuncio de hoy acerca de la creación de un nuevo partido político haya caído como un jarro de agua fría en la sede del PSC. Aunque los socialistas estén flirteando entrar en el gobierno municipal de Barcelona, no acaban de fiarse de ella. Jaume Collboni, el líder del PSC en el Ayuntamiento, ha venido prestando sus votos en ayuda del frágil gobierno de Barcelona en Comú, las siglas bajo las que se presentó Colau. Pero teme, y con él muchos dirigentes locales, que eso sea el abrazo del oso. Aún escuecen en la ejecutiva socialista catalana las duras frases de la alcaldesa respecto a la “vieja política”, refiriéndose a los ininterrumpidos gobiernos del PSC en Barcelona.

Colau ha jugado bien sus cartas. El socialismo ya no es lo que era y ha perdido su principal baza, a saber, el municipalismo. Ciudades como la misma Barcelona o Badalona, antiguos feudos socialistas, están ahora en manos de formaciones radicales. Entrar en el gobierno municipal podría darle oxígeno a un partido exhausto, con poca cosa más que hacer que de comparsa de Ferraz y sin demasiadas esperanzas en un resurgimiento a corto y medio plazo. Es decir, los tiene comiendo de su mano. Por éstas razones, gobierna a golpe de decreto, cesa y nombra, dispone y manda sin ser demasiado cuestionada ni por socialistas ni por Esquerra. En poco menos de un año se ha revelado como una dirigente que no sufre erosión en su imagen – las últimas encuestas la valoraban muy positivamente, a pesar de que su obra de gobierno a fecha de hoy en casi nula, limitándose a gestos simbólicos – y tiene una estructura de mando muy compacta, basado especialmente en viejos compañeros ideológicos que le son fieles a muerte.

Colau sabe todo esto y ha decidido que hay que dar un paso al frente. Su nuevo partido, que “no será una sopa de siglas”, ya viene perfilándose como la alternativa de izquierdas radicales y partidarias del derecho a decidir que, sin ser las CUP, puede pescar votos en los caladeros amplios del cinturón industrial barcelonés. Hay encuestas. En un país que vota siempre al cabeza de lista, la personalidad de la exactriz ha calado hondo en la opinión pública.

Colau, en un guiño directo al votante socialista, ha abierto las puertas de éste nuevo partido, del que aún no sabemos el nombre aunque podría ser Catalunya en Comú, a los dirigentes del PSC escocidos por la actitud de éste ante una consulta acerca de la independencia de Catalunya. ¿Qué ideología tendría? Una persona muy vinculada a la alcaldesa ha sido sincera. En un off the record ha dicho “¿Cuál va a ser? Colauista”. Una nueva palabra que viene a sumarse a los históricos pujolismo, maragallismo o felipismo y que parece que ha llegado para quedarse.

La estrategia entrista de los viejos troskos se manifiesta una vez más, porque no hemos de olvidar que Colau y sus amigos de Podemos son más próximos al trotskismo que a cualquier otra ideología marxista. Auspiciados por Jordi Borja, ex PSUC, Bandera Roja y PSC, que ha sido su mentor ideológico en la sombra, creen que ha llegado el momento de darle la vuelta al mapa político catalán.

Si por su parte, CDC pretende reinventarse, o el PSC espabila, o se va a encontrar que un buen día lo habrán reinventado otros.