El rey Felipe VI comparece ante los españoles desde el Palacio de La Zarzuela con el pimer mensaje televisado de Navidad. Nuevos tiempos y nuevo escenario: cerca las fotos de su esposa y sus hijas. La bandera y otra foto con sus padres, Juan Carlos y Sofia, las mantiene en la distancia. EFE



A algunos columnistas de la derecha el escenario elegido por Felipe VI para su primer discurso como Rey parece antojárseles demasiado plebeyo. Entre las críticas llama especialmente la atención la del periodista Carlos Herrera, quien le reprocha en ABC que "haya elegido un decorado propio de vivienda de protección oficial. ¡Con la de rincones que debe de haber en La Zarzuela!". Por lo demás, defiende su discreción con el caso Urdangarin ya que "el Rey no puede ser un cuñado desatado con un par de copas de más".

La sobriedad del escenario también es subrayada por Raúl del Pozo con sarcasmo en su artículo de la contraportada de El Mundo:
Se acabó el tirón borgoñón y la corte de los milagros y los pelotazos. El discurso del Rey se escenificó en un marco sobrio: una flor de Nochebuena que parecía cansada, un silloncito, una mesa modesta. Era su primer monólogo navideño y al Rey se le notaron menos falsetes en el timbre de voz que en otras ocasiones. Seguramente, para acabar con los gallos se ha metido, como Demóstenes, guijarros debajo de la lengua. El discurso tuvo momentos emocionantes. Llamó con acierto al reencuentro de Cataluña y España y proclamó que hay que arrancar de raíz la corrupción. Algunas fuentes políticas se sienten señaladas y ofendidas, porque habló más de la corrupción política que de la institucional, que afecta a sus familiares.

Llama la atención que sea precisamente en el diario monárquico por excelencia el lugar en el que más critican el "rincón" en que se metió Felipe VI". Así lo expresa otro columnista del diario, Ignacio Ruiz Quintano:
No recuerdo un rincón más humilde que el escogido por el Rey para su Mensaje. ¿Era el Palacio o un NH? Con una flor de pascua en el lugar de la bandera (una idea para el Bernabéu), el Mensaje fue un sentido homenaje a una sociedad sumida en un ensueño adolescente del que no quiere despertar.

A Ignacio Camacho (ABC) también le ha llamado la atención el decorado, pero esta vez ya sin ironías. En su opinión, la elección de un "entorno de salita familiar" delimita de forma clara una voluntad de situarse en un "marco austero, renovado y empático con la clase media".

Para Francisco Basterra, en El País, el Rey perdió la "inocencia" con este discurso de Navidad. Este destape real, ha sido, en opinión del columnista, un tanto decepcionante:
La autoridad que ha jurado guardar y hacer guardar la Constitución difícilmente puede ir más lejos de lo que lo hizo el Rey en Nochebuena al referirse a Cataluña: obvió la sugerencia de una reforma de la Ley Fundamental. Algo que Rajoy bloquea. Vaporosas llamadas a la unidad en la diversidad y a la necesidad de atender también a los sentimientos. Escaso para reconducir un problema de tanto calado.

Y, finalmente, no abordó lo que muchos le pedían y por lo que será juzgada su primera charla navideña con los ciudadanos. Quedará en el recuerdo el silencio del Rey sobre lo más delicado: la insostenible posición de su hermana, la ciudadana Cristina de Borbón y Grecia, citada en el banquillo de un proceso penal y que, impertérrita, mantiene su puesto en la línea de sucesión a la Corona. Ya la ha castigado familiarmente y estableció muy pronto un cortafuegos con ella y su cuñado. Pero no es solo una cuestión familiar. Palabra de rey. Cuando lo posible es insuficiente.

Quien sí que no ve ningún pero al discurso de Felipe VI es Francisco Marhuenda. El director de La Razón firma una columna en la que asegura que trató "con exquisita claridad y contundencia los temas que preocupan a los españoles". Reivindica asimismo su independencia y su a"acierto" en no asumir posiciones partidistas.

En su ceguera habitual en todo lo que se refiere a Rajoy, Marhuenda no quiso ver un toque de atención hacia la cacareada recuperación económica. En concreto, Felipe VI destacó la mejora de la macroeconomía pero advirtió de que "los índices de desempleo son todavía inaceptables". El director de La Razón da la vuelta al problema y lo aprovecha para cargar contra la "visión catastrofista de la izquierda":
La crisis económica es otra gran preocupación, porque los indicadores son muy positivos pero los efectos han sido muy duros. El sistema ha dado respuesta al problema, pero ahora es necesario que la creación de empleo sea constante e intensa. El Estado del Bienestar ha demostrado su solidez así como la solidaridad, pero no hay que olvidar que las reformas emprendidas están dando buenos resultados. La visión catastrofista de la izquierda, movida por intereses electorales, es inconsistente y un grave error. España sigue siendo una de las grandes economías del mundo.

A quien no ha convencido en absoluto el discurso del Rey es a Salvador Sostres, por tibio y populista:
No nos hace falta un rey para decirnos que todo y todos podríamos ser mejores, para eso tenemos nuestra ciudadanía y nuestra conciencia, y a Dios que nos ama y nos mira. Necesitamos que el Rey batallador ahuyente el falso pesimismo, y la desolación también falsa, y nos libre de la tentación de caer en las garras del populismo, que es la peor dictadura de nuestra era.

Darle la razón a la gente, que es lo que Felipe VI hizo en su discurso navideño, no sólo es lo fácil sino que es lo barato, y no sólo no nos ayuda a resolver ningún problema sino que vuelve más hondo el gran problema que tenemos. Ni son tiempos para la tibieza, ni son tiempos para la complacencia, ni son tiempos para dar vueltas y más vueltas sin decir nada.

En su opinión, la corrupción -a la que se refirió ampliamente el monarca- no es el "gran drama" de España, "sino lo que toman los casos de corrupción como excusa para esparcir su populismo y su mediocridad". Para Sostres, el papel del Rey debe ser muy distinto al desempeñado en Nochebuena:
Necesitamos al Rey para luchar contra el populismo y su violencia extensísima, para combatir las fauces de la turba, siempre dispuestas a arrasar cualquier indicio de convivencia, de prosperidad o de belleza.