Uno de los trucos de auto-engaño de los gobiernos que pretenden vendernos prosperidad, incluido el nuestro, es la de liberar las listas del paro a base de empleos de bajo nivel y, sobre todo, de escaso sueldo. Los famosos minijobs, por ejemplo, son, a mi entender, una trampa adocenante: te pago una miseria a la que no puedes decir que no porque mejor es algo que nada. Yo reduzco el listado de desempleados y tú te das por satisfecho con un teórico trabajo que, quién sabe, quizá te acerque a un futuro prometedor...en 200 ó 300 años. Así va librando la Merkel. Es como esconder la porquería debajo de la alfombra. Sigue ahí, pero no se ve. Y así de farsa en farsa nos van teniendo callados y quietos.

Esta semana se han publicado números. Nada sospechosos. Vienen de la Agencia Tributaria y reducen a cifras la desgracia nacional. Ya no la de los parados, si no de los que no engrosan las listas del INEM a costa de esclavitudes varias. Al dato: un 34% de los españoles gana menos de 645 euros mensuales. Se entienden que los “ganan” trabajando. Es decir, haciendo el esfuerzo de salir de su casa y de dirigirse a algún sitio en el que un jefe les ordena según su negociado para luego ingresarles en su cuenta corriente o por vía talón nominativo una cantidad que apenas supera la mitad del famoso mileurismo.

No sé que es peor. Porque no tener ni esa motivación para levantarse por las mañanas es una “putada” (me perdonen) con todas las letras. Pero verte sometido a este juego perverso que te obliga a admitir un empleo para cobrar una miseria que no es que no te saque de pobre, es que te humilla, tampoco es para darse una alegría. La trampa les sirve a los políticos para decir que vamos “progresando adecuadamente”. Lo que se callan es a costa de quién: de los que no tienen dónde elegir, de los que pretenden comer algo todos los días, de los que anhelan un futuro para sus hijos basado en una educación cada vez más precaria. En definitiva de los sueños y de la dignidad de cualquiera. Porque eso es lo que pone uno en juego.

Pincha aquí para seguir leyendo el blog de María Díez