En 1996 el actor Matthew McConaughey interpretó al abogado Jake Brigance en Tiempo de matar. Brigance defendía a un padre que había asesinado a los violadores de su hija pequeña. En el discurso final del filme explica a un jurado sureño y completamente blanco la violación, tortura e intento de asesinato de una niña de ocho años. La niña es negra. Hace un alegato terrible entrando en los detalles más escabrosos del suceso y una vez ha terminado, o cuando parece que ha terminado, le dice al jurado “¿pueden verla? Quiero que se imaginen a esa niñita. Y ahora, imaginen que es blanca”.

Tiempo de matar demostraba como el color de la piel podía cambiar un veredicto, la forma de ver una brutal agresión a una niña y la posterior reacción de su padre. Pero es solo cine. ¿O no? Desde hace varios meses las mujeres en España han dicho basta ante lo que consideran sentencias injustas. Fallos sin perspectiva de género que tachan de Justicia patriarcal. Justicia injusta.

El punto de inflexión fue la sentencia de La Manada que no consideraba agresión, lo que prácticamente toda España vio como una brutal violación grupal. La Audiencia de Navarra abrió la lata de los gusanos. Cientos de miles de mujeres tomaron las calles al grito de “yo sí te creo” o “hermana, nosotras somos tu manada”. Sin embargo, existen cientos, miles de sentencias, tan injustas o más como la de la manada cuyas víctimas no tienen la voz de la sociedad como telón de fondo.

En València, por ejemplo, a lo largo de la última década encontramos diversos ejemplos de este tipo de sentencias, aunque lo vamos a dejar en tres de las que quien escribe este reportaje ha sido testigo.

La primera fue hace casi diez años. En una sala de Lo Penal juzgaban a una chica nacida en Europa del Este que había matado a su marido. Él comenzó a darle una paliza. Una más de las cientos que había recibido según relataron los vecinos. Pero aquel día la golpeó tan fuerte que ella pensó que la mataba. Huyó del comedor, pero él la acorraló en la cocina y siguió golpeándola. Ella, muerta de miedo cogió un cuchillo y lo amenazó. Él la miró y siguió pegándole. Le dio una cuchillada en la pierna que lo hizo caer al suelo, momento que la joven aprovechó para huir. Pero en lugar de irse a la calle llamó a la vecina y le pidió que llamara a una ambulancia para que ayudaran a quien, minutos antes, había tratado de matarla.

Su agresor murió porque la puñalada fue en la arteria femoral y se desangró en cuestión de minutos. El juicio parecía dirigido por el gran Berlanga, surrealismo puro. La Guardia Civil de Homicidios y del laboratorio defendiendo con uñas y dientes a la joven, los forenses y los vecinos lo mismo, hasta la policía local y todos los que los conocían declararon a favor de ella.

Sin embargo, el fiscal pedía cinco años de prisión y el magistrado no apreció ningún tipo atenuante como la legítima defensa (estaba recibiendo una paliza) o el miedo insuperable. Nada de nada. La pedían cinco y con cinco se fue. No hubo manifestaciones por aquella pobre mujer.

La segunda historia de Justicia Injusta la pueden ustedes encontrar en la jurisprudencia del Tribunal Supremo, solo tienen que escribir sentencia violación grupal Valencia. Allí encontraran como el TS refrenda nueve años de prisión para dos chicos que drogaron y violaron a una chica de 18 años en una casa.

La misma pena que La Manada y, si me apuran, por lo mismo: no hubo violencia. Obviamente la culpa no es del magistrado pues con la ley en la mano nada más podía hacer. El problema es de quienes legislan que opinan que dejar sin sentido a una mujer y violarla no es un acto violento. Alguien debería explicarles que introducir cualquier objeto en el cuerpo de una mujer sin su consentimiento, esté ella consciente o no, es per sé un acto de extrema violencia. Y mientras no entiendan algo tan simple como eso que no pretendan que las mujeres dejen de tomar las calles al grito de “Justicia patriarcal”.

Por último, tenemos la sentencia más reciente. Un jurado popular condenó este mes de julio pasado a una joven brasileña por homicidio a nueve años de cárcel. Pero volvamos al alegato final de McConaughey, aunque en lugar de una niña negra vamos a cambiar el perfil.

Imaginen que una joven prostituta brasileña se va con un cliente. Practican sexo consentido y una vez han terminado discuten. Ella, asustada, le pega con una figurita de yeso en la cabeza y trata de huir de la casa. Él la persigue hasta la cocina donde ella coge un cuchillo y lo hiere en el brazo para escapar. No lo consigue. La tira al suelo, se sube a horcajadas sobre ella y con las dos manos trata de asfixiarla. Ella trata de defenderse como puede, con el cuchillo. Lo apuñala varias veces y huye aterrorizada del lugar.

Pues bien, ahora imaginen que no es prostituta sino una estudiante brillante de medicina, derecho o aeronáutica a la que han tratado de asesinar. ¿Creen que habría sido condenada a nueve años de prisión? ¿Qué habría sucedido con los medios de comunicación que tanto nos jactamos de defender a los indefensos? ¿Qué habrían dicho las televisiones si se hubiera utilizado la borrachera de él para la condena de ella? ¿Seríamos su manada?

En ocasiones la injusticia de la Justicia se une con la injusticia de una sociedad que, nos guste o no, tiene un doble rasero. Y no valen las excusas, pues esta sentencia fue publicada por los medios de comunicación valencianos. No hay excusas, pero lo que sí que hay es una sentencia que condena a una mujer que se defendía de morir a nueve años de cárcel porque se excedió en el número de puñaladas. A lo mejor los miembros del jurado, la magistrada ponente o el fiscal hubieran podido contenerse a la hora de defenderse ante una situación similar, quién sabe, de todo hay en este feo mundo.