Nunca me libro de que alguien me haga algún comentario, llegados a la primera semana del año, sobre regalos de los reyes magos. Es increíble cómo afecta al inconsciente colectivo las ideas con que fraguan nuestros esquemas en la infancia, aunque sean ideas falsas. ¿Y es que no me gustan nada ese tipo de comentarios... a qué vienen? ¿Quién espera en su sano juicio regalos que sean humanos pero que acordemos en pacto ficticio creer que vienen de unos entes sobrenaturales, inventados y cuyo origen real eran unos personajes mitológicos de la cultura mesopotámica? Yo, al menos, no. Pero la gente insiste en desear que te traigan muchos regalos “los reyes de Oriente”... finalmente quizás sea verdad la idea de Freud que tacha a la religión de psicosis colectiva.

El descubrir que los reyes magos eran un invento chino, que pasamos la infancia haciendo el indio colocando turrones, polvorones, bebidas para los reyes, y para los camellos, que llegarían exhaustos a dejarnos regalos, que esa ilusión de esa noche estaba basada en una mentira fue, para mí, una desilusión inmensa. Hasta le hacía a mi padre llenar de agua una pila en el patio para que bebieran los pobres camellos... Y fue la primera mentira. Después llegarían algunas más. Media vida buscando la verdad y desenmascarando mentiras.

Me parece cruel jugar de esa manera con la inocencia infantil. Ninguna ilusión ni ninguna fantasía merecen la pena si se basan en engaños por muy seculares que sean. Y más en engaños que nos habitúan, ya desde la infancia, a legitimar la manipulación ideológica, y a no hacer una firme distinción entre fantasía y realidad, entre verdad o mentira. Aunque ésa es mi opinión. Algunos prefieren rodearse de tópicos y falsedades porque, como decía Albert Einstein, es mucho más fácil creer que pensar.

Los otros reyes, los que no son de Oriente, son más reales. Aunque su realeza proviene de la gracia divina, y sobre eso habría mucho que investigar. Pero ahí están. Son una institución, según muchos, obsoleta, pero que se perpetúa. Por algo será. Quizás porque es una institución transparente. Quizás porque el amor al país les embarga, aunque no a una de las Infantas, quien tiene muchas ganas de perderle de vista. O quizás por ese sentido de la justicia y de dedicación a todos los españoles, aunque en el último discurso real el monarca insistiera en que “nadie abra viejas heridas”, refiriéndose a las miles de familias de los desaparecidos de la dictadura franquista.

La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) ha presentado la consecuente y lógica queja ante la Oficina del Defensor del Pueblo solicitando que intervenga para señalar que en ningún caso las intervenciones reales puedan contradecir el respeto a los Derechos Humanos. Consideran, en su comunicado, que “es grave e inhumano negar a las familias de los desaparecidos de la dictadura franquista la posibilidad de dar sepultura digna a un ser querido”.

Y es que ese discurso real no fue realmente muy acertado. Pudiera haber sido un discurso de Rajoy, o cualquier discurso de un político neoliberal de derechas. Y este país está hasta la diadema de neoliberalismo y de políticos de la derecha. Aunque todo parece indicar que, de momento, nos quedan reyes, de los del roscón y de los otros, y neoliberales para una larga temporada. Aunque algunos, creo que una parte importante de la sociedad española, seguimos soñando con una verdadera democracia, es decir, con una República, una República democrática y laica.