El Vaticano ha decidido hacer frente a la droga, la amenaza que extorsiona al mundo. Ha empezado con el anuncio de la beatificación del juez Rosario Livatino, asesinado por la Cosa Nostra y la Strida en 1990. El primer magistrado en subir a los altares como "mártir de la justicia y de la fe". Y después, con la creación de un grupo de trabajo que estudiará la excomunión formal de todas las mafias en todos los países, en especial aquellas que se camuflan tras símbolos cristianos, muy habituales en Italia, en Colombia y en Brasil.

La intención de la Santa Sede es que las diócesis se impliquen en la voluntad de rechazar a los grupos mafiosos. Durante décadas, los curas más valientes han denunciado en Italia la complicidad en muchos pueblos entre la iglesia y los capos locales. El sacerdote especialista en esta materia, Gennaro Pagano, recordaba en la televisión vasca este fin de semana, cómo la mafia se ha apoyado en la religión para extender y aumentar su poder en demasiadas ocasiones.

Un claro ejemplo es Sicilia donde, en muchos lugares, las procesiones continúan haciendo paradas ante las casas de los principales jefes mafiosos. Otro frente de acción, decía Gennaro Pagano, es el trabajo de los religiosos atendiendo a los jóvenes de la Camorra que salen de la cárcel, para intentar su reinserción.

Jóvenes y adolescentes que son especialmente vulnerables en Italia y también en España. A mediados de este mes de abril la policía detuvo a 37 integrantes de una mafia dedicada a la distribución de hachís en Algeciras. La banda incluía menores entre sus filas y entre ellos algunos retoños de veteranos delincuentes, chavales de entre 14 y 18 años, expertos ya en la descarga y distribución del producto. Dice la policía que los menores al cargo de las operaciones, abaratan costes de mano de obra y no entran en prisión por su edad. Reclutan también a más adolescentes para compartir juegos y negocios peligrosos. 

La irrupción de los menores en estas actividades perversas, viene siendo cada vez más habitual. En Nápoles, las autoridades se han visto en la obligación de retirar 40 murales y altares callejeros dedicados a jóvenes delincuentes que murieron de forma violenta. El más conocido, el de Emmanuelle Sibillo, jefe de la banda de los niños de La Camorra, asesinado por un clan rival. Era visto con simpatía por haber anulado el impuesto revolucionario habitual.  

Sin duda es preciso un plan integral que vaya al encuentro de los problemas estructurales, económicos, de educación y de futuro de esos jóvenes. Está en juego su vida de adultos, así como la salud y los valores del conjunto de los ciudadanos. Sería el momento de intentar la articulación de un gran pacto entre Estados para hacer frente a esa epidemia que convive de forma solapada entre nosotros.