Las bebidas energéticas forman parte de los hábitos de consumo de muchos españoles. Sus altas dosis de cafeína y de azúcar, indicativos de mantenerse despierto cuando las fuerzas flaquean, llaman la atención del consumidor, Además, la idea de que aumentan la capacidad física, la concentración o que reducen los síntomas de la resaca disparan el consumo. Dos de cada tres adolescentes, tal y como se desprende de un informe realizado por el canal Nutrimedia -de la Universitat Pompeu Fabra (Barcelona)-, ingieren este tipo de productos a diario. Un 15% de niños también lo hace.

Ahora bien, ¿qué hay de realidad en estas promesas? La evaluación del informe es palmaria: “las pruebas científicas disponibles muestran que el consumo combinado de bebidas energéticas y alcohólicas podría no disminuir los efectos negativos del alcohol a nivel cognitivo (sedación, descoordinación motora, etc.)”. A pesar de que el estado de alerta sí puede aumentar, debido a las altas dosis de cafeína, no parecen el mejor remedio tras una noche de altas dosis de alcohol. Además, como reza el estudio, “las bebidas energéticas combinadas al alcohol podrían favorecer las conductas de riesgo y la adicción al alcohol y otras sustancias”.

A pesar de que la evaluación científica es tajante al respecto, el 12% de los adolescentes ingieren sistemáticamente grandes cantidades. Si alguien piensa que así la mañana siguiente será menos infernal, la ciencia es clara: es falso.