¿Es compatible ponerse de pie y aplaudir solemnemente el discurso de Luis Rubiales, y al día siguiente asegurar que condenas fervientemente sus actitudes? Para Jorge Vilda y Luis de la Fuente, seleccionadores femenino y masculino del fútbol español respectivamente, parece serlo. La hipocresía ha fagocitado a dos de los pupilos del hombre más polémico del momento, que no ven incompatibilidad alguna en mostrar su complicidad con el machismo del presidente de la RFEF y, 24 horas después, distanciarse de él y asegurar censurarlo sin paliativos.

Censura que llega, por cierto, una vez el dirigente que besó a Jennifer Hermoso sin consentimiento fue suspendido por la FIFA, y no antes. Detalle que incita a pensar que, lejos de ser una respuesta sincera al machismo de Rubiales, los sendos comunicados de los seleccionadores que le aplaudieron son un intento de supervivencia, un desesperado escondite para que el vulgo se olvide de que estuvieron allí, que le aplaudieron, que se pusieron de pie y que mostraron una complicidad clara con él y con sus acciones. Huelga decir que la Asamblea de la RFEF no parecía precisamente el espacio idóneo para expresarse libremente dado el ambiente caciquil que había instaurado el inhabilitado, pero a la dignidad se la presupone por encima de las herramientas del silencio. No aplaudir y no ponerse de pie ante la infame intervención de Rubiales hubiera sido un gesto más concorde con los comunicados emitidos por los seleccionadores, pero la credibilidad de los mismos es muy endeble si llegan después de que la cabeza de su jefe haya sido cortada, y después de que estuvieran aplaudiéndole cuando todavía la tenía sobre los hombros.

Llama especialmente la atención el timing de la respuesta contra el machismo de los entrenadores. Rubiales besó sin consentimiento a Jennifer Hermoso, entre otros comportamientos para el olvido, el pasado domingo. Lunes, martes, miércoles, jueves, viernes (el día de la rocambolesca Asamblea Extraordinaria de la RFEF) y sábado. Seis días pasaron entre los actos del presidente de la Federación y la condena de Vilda y de la Fuente hacia los mismos.

Surge, así, una incógnita inevitable: ¿Cuál fue el impedimento que tuvieron los seleccionadores para condenar los actos de Rubiales durante la semana? ¿Por qué la condena llega después de aplaudirle y de ponerse de pie ante sus palabras, y después de que haya sido suspendido por la FIFA, y no antes? ¿No eran, para Vilda y de la Fuente, machistas los actos de Rubiales antes de que el peso de la espada de Gianni Infantino cayera sobre su yugular? ¿Por qué empiezan a considerarlos como tal a partir de que Rubiales es relegado de sus funciones?

Vilda y de la Fuente han tenido seis días para dar una respuesta digna a un problema que les afectaba de manera directa. Lo han hecho únicamente cuando han visto en peligro su supervivencia profesional, después de haber mostrado complicidad con el causante del problema y de que éste haya sido eliminado, en un ejercicio de oportunismo y de hipocresía que deja patente la fragilidad tanto de sus principios, sean los que sean, como de sus egos.

Donde dije digo, digo Diego

No es posible, al menos desde la sesgada e imperfecta óptica de la moral, aplaudir a alguien y al día siguiente dispararle a la cabeza. Emitir un comunicado en el que condenas las acciones de la persona que ayer defendías, una vez dicha persona ha sido ajusticiada, jamás será interpretado como una rectificación o un cambio de parecer digno, sino como un gesto egoísta de oportunismo para no correr la misma suerte, e incluso, si nos ponemos en la piel del propio Rubiales, como una traición.

Luis de la Fuente y Jorge Vilda han quedado retratados. Pero no los ha retratado nadie: lo han hecho ellos mismos. Han demostrado ser dos hombres sin palabra que, además de echar a los leones a su protector una vez su protector ha muerto, han jugado con la dignidad y el nombre de todo el movimiento feminista al hacer público un mensaje que, más que una condena digna a las acciones de Rubiales, es un clamor a la piedad de quienes depende que no acaben exactamente igual que él.

No se trata de una cuestión legal, ni jurídica, ni siquiera profesional. De lo que estamos hablando es, más bien, de una cuestión de dignidad. Ésta, en el caso de los seleccionadores, podría haberse presentado en dos formatos: o con un rechazo a las acciones de Rubiales antes de su inhabilitación y antes de aplaudirle fervorosamente, o renunciando a sus respectivos cargos una vez su superior, con el que han ido hasta la muerte, fue suspendido. Pero intentar demostrar esa dignidad tan tarde, tan a destiempo, y precisamente cuando está en juego su futuro, es lo que le resta toda la credibilidad a sus escritos. ¿Que si se pronunciaban durante la semana hubieran recibido un castigo por parte de Rubiales, y que, por ende, también hubiera corrido un riesgo su futuro profesional? Probablemente. Pero hubieran demostrado que su reciente alegato es de verdad, y no un intento desesperado de salvar los muebles y de subirse al carro de un movimiento al que han faltado al respeto al ponerse de pie y aplaudir cuando se hablaba de él como una lacra. Y haberse plantado así sí hubiera mantenido intacta su dignidad.

En cualquier caso, este radical giro de guion no sorprende al periodista firmante de este análisis. Si hablamos en términos estrictamente humanos, la dignidad se vuelve prescindible cuando lo que está en juego es la supervivencia. Esto, evidentemente, no es una justificación, al contrario: sobrevivir en lo indigno implica que tu recuerdo estará manchado, para siempre, de aquello de lo que te valiste para prevalecer. En este caso, de haber demostrado ser dos hipócritas oportunistas a los que ni siquiera les ha valido de algo serlo, porque las circunstancias en las que han llegado sus capitulaciones las han hecho, cuanto menos, inverosímiles. 

Donde dije Digo, digo Diego. ¡Qué sabio es el refranero español!