Era un tiburón de los negocios. Una persona con alma de empresario, experimentado en el sector de la inversión, que se formó en Estados Unidos. Allí realizó su MBA, algo que califica de postureo.

Pero quién le iba a decir a Álvaro Ramos, que unos años más tarde, abandonaría el traje y la corbata y los sustituiría por unas chanclas y un chaleco de bolsillos acolchado, un clásico del outfit del cooperante.

Efectivamente, al llegar a la treintena, el que era una joven promesa para el mercado continuo, lo dejó todo. Su alto puesto en el despacho Freshfields, una de las firmas de abogados multinacionales más grandes y prestigiosas del mundo, y también su labor en un banco de inversión. Todo por embarcarse a una aventura personal que le ha llevado a recibir de la mano del Rey de Su Majestad, el Premio Rey de España de Derechos Humanos.

De la oficina a la favela

Todo comenzó en Honduras, el segundo país más pobre de América, también del segundo más afectado por el cambio climático y el quinto más violento del mundo.

“Me había dedicado toda mi vida al mundo de la inversión pero siempre tuve una inquietud por la pobreza. Me gusta el mundo de la empresa, el rigor, el orden, la agilidad, pero tenía remordimiento de conciencia y me decía a mi mismo: gano mucho dinero, gano más de lo que necesito. ¿Qué estoy haciendo yo por las personas que no han tenido las oportunidades ni la suerte que he tenido yo?”, explica Ramos a ElPlural.com. Intentando buscar un proyecto que de verdad mereciese la pena, el tiempo pasó y perdió su visa en Estados Unido. De hecho, este cooperante quiso centrar su MBA en cómo resolver la pobreza a través de los negocios. Y parece que fue por mal camino.

Trabajaba en España, sin embargo, continuaba buscando ese proyecto que de verdad le hiciera sentir útil. Que sus conocimientos, aplicados, valían la pena. “Los viajes que hacíamos originalmente pueden calificarse de turismo social. Entonces empecé a pensar que tenía que ir a conocer cómo funciona de verdad una misión, porque cuando uno ve la pobreza, solo ve la punta del iceberg”, cuenta a este periódico.

En Honduras, conoció al padre Patricio, fundador de ACOES (1993). Durante un verano se sumergió de lleno en los guetos hondureños. Los mismos que le atraparían y le conducirían a tomar posiblemente una de las decisiones más cruciales de su vida: “en el mes de diciembre le dije a mi empresa que dejaba el trabajo y en junio me mudé definitivamente a Honduras”.

A su llegada, como buen empresario, quiso replicar modelos con los que hasta ahora había convivido y convertir los barrios marginales de Tegucigalpa en prósperos distritos.

Con sus propios ahorros intentó crear un call center y una residencia de estudiantes. Fracasó en ambos proyectos. “Me di cuenta de que no puedes pretender hacer negocio con los pobres, aunque lo hagas de la buena fe”, explica Ramos.  En ese momento, entendió cuál era la transición que estaba viviendo y transitó de la opulencia a la pobreza. De las lujosas oficinas en Nuevos Ministerios al sacerdocio.

Se ordenó sacerdote en Tegucigalpa

“Hacer justicia en el mundo vale más que mi prestigio y mi comodidad y muchas veces por ganar dinero renuncias a lo que realmente quieres hacer y que, en definitiva, es lo realmente importante”, comenta Álvaro, que narra a ElPlural.com cómo llegó a ordenarse sacerdote. “Allí descubrí mi vocación. Hasta entonces era cristiano normal, tirando a regular. Allí, motivado por la experiencia de la misión y motivado por la pobreza, entendí el evangelio”.

Desde entonces, la vida de Álvaro ha estado centrada en la misión y sacar adelante a los miles de niños que malviven entre las mafias y la pobreza. Ha empleado sus conocimientos y herramientas empresariales, las mismas que hasta ahora había aplicado en los grandes fondos de inversión, en los suburbios de uno de los países más peligrosos del mundo. “He renunciado a comodidades, a las facilidades, al prestigio, pero a cambio luchamos para que muchos jóvenes crezcan y luchen por su país. Tengo más dolores de cabeza y más preocupaciones que antes, no trabajo en una bonita oficina ni me puedo ir de copas, pero me compensa”, asegura.

Son ‘niños zombies, víctimas de las maras’, los primeros beneficiarios del trabajo de esta fundación que recientemente ha sido galardonada. “El reto es poder ofrecer oportunidades a la población para que no caigan en las maras y salir de la espiral de las drogas y las armas vinculadas al narcotráfico”, asegura la ONG.

Un reconocimiento que recalca también el Defensor del Pueblo, Francisco Fernández Marugán, que destaca la pobreza es “una decisión política que se combate por las instituciones públicas garantizando el ejercicio de los derechos”.

En estos últimos años de labor, ACOES ha crecido y se ha internacionalizado. Cuenta actualmente con más de 200 voluntarios hondureños que sostienen el desarrollo de los distintos proyectos con la ayuda de la cooperación internacional y la colaboración de más de 1.000 personas, en España, Estados Unidos, Canadá o Francia, entre otros países.

Además, la organización atiende a 70.000 personas, entre ellos, 11.000 menores. Ha conseguido sumar centros infantiles para 1.343 alumnos y escuelas que atienden a 4.300 niños de las zonas más marginales de Tegucigalpa, porque la Educación, considera Álvaro, es el motor que hace funcionar a un país: “Estar con los pobres nos ayuda a centrarnos en las cosas importantes. A veces discutimos de cosas que no son prioritarias cuando, claramente, hace falta un gran pacto en la Educación en España porque es lo que funciona en el mundo”.

En su fugaz visita a nuestro país, Ramos ha querido también lanzar un mensaje claro y directo a los españoles: “una de las cosas que uno aprende cuando viaja por el mundo es el gran país que tenemos. Valoremos lo que tenemos y luchemos para mantener los que tenemos, que ha nacido de trabajar todos juntos, de escucharnos y aportar ideas, no de separarnos y buscar las diferencias, sino de encontrar lo que nos une”.