“Cada día mueren miles y miles de personas (…) pero hay de vez en cuando (…) muertes que nos sobrecogen”. Así escribe en el primer párrafo de su carta pastoral de esta semana Jeús Sanz Montes su tristeza incontenida, porque a lo que se ve no puede o no quiere contenerse ante la pérdida de esa muerte que él llama “emblemática”, una muerte que reconoce que le “sobrecoge por su absurdo más imprevisto, más impensable y menos de recibo”. Una muerte que le duele al señor arzobispo porque, como subraya en su escrito, estamos ante la desaparición de una belleza de voz "tan llena de fuerza y de talento, bien encajada en su hermosura encantada".

Naufragio de bañera
Quizás se piense que el arzobispo ha escrito esta carta porque la carne es débil y la muerte de la belleza le conmueve más que la de otros. En cualquier caso no es menos cierto que la muerte le inspira momentos de profundidad literaria. Al menos, de intento de búsqueda de esa profundidad, que se perciben desde el título de su carta –Whitney Houston: una voz admirable y enmudecida”- hasta algunos párrafos especialmente  sentidos: “Quien fuera una de las más importantes cantantes de gospel y de música pop y soul durante varias décadas, de pronto ha enmudecido su voz para siempre y ha quebrado su cuerpo hundido en un naufragio de bañera", que esto escribe el obispo sobre la cantante, que falleció a los 48 años de edad en circunstancias que apuntan a sus problemas con las drogas.

Pero más allá de su admiración no disimulada por la cantante Jesús Sanz Montes trufa su carta pastoral de las enseñanzas morales que esta muerte debe, según él, traernos. Por ejemplo, que la vida de la cantante, dadas sus circunstancias, hubiera debido ser  "una vida no sólo premiada, sino serena y gozosa, con todo cuanto se podría en principio tener para vivir dichosamente la existencia", pero que no ha sido así porque Houston no supo encontrar  "lo que no cabe en una cuenta bancaria, en un éxito de popularidad, en unos dones naturales de excepción".

Rictus de dolor, desvarío y carcoma
En este mismo sentido, el arzobispo melómano (al menos de música soul y pop), predica: “Las fotografías que han circulado en estos días sobre Whitney Houston contrastan entre la sonrisa glamourosa de alguien aparentemente feliz y afortunada, con el rictus de dolor, de desvarío, de carcoma, que los desamores, los infortunios, el alcohol y las drogas terminaron por dibujar fatalmente”.

Un cambio que a Jesús Sanz Montes, según se puede colegir entre líneas, le resulta especialmente doloroso en este caso, porque igual que escribe, en lo que parece una expresión muy propia con su condición profesional, que "no dejamos de conmovernos por tan triste deriva (y) rezamos por esta mujer y pedimos para que su encuentro con Dios sea un estreno eterno con la belleza que jamás se marchita, ni traiciona, ni destruye", también demuestra en el que es el último  párrafo de su carta, cómo lo que Houston deja detrás es un fan desatado y destrozado en su pesar, que domina al extremo la discografía de la fenecida cantante: “La cantante Houston se preguntaba en una canción ¿cómo podría conocer? (How Will I Know), y esto es lo que a tientas ha ido buscando de tumbo en tumbo. Pero hay Alguien más grande que nuestras torpezas o extravíos que nos conoce y que sale a nuestro encuentro. Es el Amor más grande de todos (Greatest Love Of All), como ella también cantó. Ella corrió hacia Él (Run to You) a pesar de sus notas fallidas. Su concierto eterno ha comenzado. Descanse en paz”.