El estudio de G. está lleno de objetos minúsculos, de recortes de periódicos donde vemos cenefas, volutas, conchas… todas aquellas formas que le obsesionan y que se reflejan en su trabajo. Es imposible caminar sin chocarte con algo, todo está perfectamente ordenado en un desorden propio que a él le ayuda a crear sus propias obras. La pasión por lo minúsculo, por los objetos bellos, pequeños, incluso kitsch que vemos en el estudio de G. son parte fundamental de lo que veremos después en sus pinturas, en sus collages. Mil formas distintas que parten de este estudio.

El rosa es el color que domina el lugar de trabajo de E. Ella trabaja con muchos materiales pero los tejidos son su fuerte, con lo que se siente cómoda y donde puede estar horas y horas hasta sacar la obra final, preciosista, detallista. El rosa, la purpurina, los colores, el “brilli brilli”, todo esto forma parte incluso de su indumentaria, de cómo viste, de cómo es ella, de su carácter. Estudio y artista se reflejan mutuamente.

La casa-estudio de J.F. es sibarita, como él. Enamorado de la pulcritud y el orden, su trabajo artístico es minucioso, de largas horas de ejecución, de cuidado en el detalle, de trazo medido y dibujo pausado; muy lento, en correspondencia con la fotografía de donde parte. Su casa-estudio cuenta con obras japonesas clásicas donde la sensualidad manda, como parte del deleite estético que le interesa al artista y que plasma en sus propias obras.

Esto es un recorrido rápido por tres artistas que conozco muy de cerca, artistas en cuyos talleres he estado, he hablado, charlado y visto su trabajo. Me interesa señalar este paralelismo porque el estudio del artista es el gran desconocido para el público (solamente vemos la obra final colgada en la pared en la sala de exposiciones, en medio de la asepsia del cubo blanco). Sin embargo, es en los estudios donde está el artista, donde pasa horas y horas investigando, leyendo, pintando, dibujando, recortando, cosiendo… un espacio vivo de creación que es profundamente personal. ¿Cómo sería posible que este lugar no fuese un reflejo de quien está creando? Ridículo, ¿no? Lo mismo que nuestras casas, oficinas, mesas… acaban siendo parte de lo que somos, acabamos dejando parte de nosotros en estos espacios, ¿cómo no en los talleres de los artistas? Entonces, ¿cómo separar uno y otro? ¿De verdad alguien cree que cuando cualquiera de estos artistas (o cineastas, o escritores…) se ponen a trabajar, dejan fuera de sí mismos quiénes son? ¿Cómo va a ser posible separar obra y artista, si ambos son parte de lo mismo, de la misma persona, con sus intereses, sus prejuicios, sus pasiones, sus manías? Honestamente, no me imagino a J.F. trabajando en el estudio de E. o intentando emular su estilo. Claro que no, porque lo que E. hace habla de ella, de su persona a través de su arte. Por supuesto, de ella y de su contexto social, de la época en la que ha nacido, de su sexo, de su color de piel… sin ser nada de estas cuestiones el tema de su obra, todas atraviesan su persona y, consecuentemente, sus intereses, su pensamiento, su creación artística.

Si somos capaces de entender que nacemos y crecemos atravesados/as por una socialización determinada (de género, raza, posición social, geográfica, opción sexual…), ¿cómo alguien se atreve a desligar esto cuando el argumento es absolver a los violentos, a los machistas, a los maltratadores? Obra y artista son la misma cosa porque la obra no se crea sola, tiene un ejecutor atravesado por todos estos condicionantes. El artista “es” todo el tiempo, desde que entra en su estudio y lo llena de objetos minúsculos que le obsesionan hasta que da la última pincelada a su pintura o graba la última escena de su película. Parece obvio pero hay que recordarlo. Separar obra y artista es un oxímoron.