Ya sea por nostalgia, para intentar hacer caja con un éxito pasado o por falta de imaginación (o por un poco de todo ello), en los últimos años parecen estarse recuperando algo de la estética y los grandes iconos de los años ochenta. ¿De verdad merece la pena volver a ese pasado?

No es un fenómeno exclusivo de España, ocurre en muchos países y en muchos terrenos. Hollywood, por ejemplo, que suele apuntarse al a menudo sustancioso negocio de la nostalgia, ha mirado en varias ocasiones últimamente a los ochenta, a aquellos años de la Rolling back frontiers of the state, con Cazafantasmas, Drive, Super 8, Karate Kid, Todos queremos algo oStar Wars: El despertar de la fuerza. Aunque posiblemente el soplo sea especialmente esforzado en las series, con la versión 2.0 de Dallas, Los Goldberg revisando la época al estilo Aquellos maravillosos años, y por supuesto Strange Things, que en pocas semanas se convirtió en un éxito, gracias, eso sí, al arrasador marketing de Netflix.

Nostalgia a la española

En España, Ochéntame otra vez, el grito de guerra y título de un reciente programa de la televisión pública que revisaba los primeros años televisivos en nuestro país, podría aplicarse al espaldarazo de una tendencia que recorre la moda (vuelven los vaqueros gastados), la música (de nuevo ha habido giras de Nacha Pop o Duncan Dhu) o el cine (con Promoción fantasma o referencias ochenteras en Tres bodas de más, por ejemplo).

Una época que podría pensarse fácil de vivir, “de gran apertura, entonces comenzó el consumismo, aunque también hubo crisis económica y problemas sin resolver tras la Transición”, señala Jorge Díaz, autor, junto con Javier Ikaz, de la saga de libros y el juego de mesa Yo fui a EGB, todo un exitoso fenómeno que recuerda el ecosistema de los niños que crecieron en los primeros pasos de la democracia.

No obstante, puede que la época no haya vuelto, sino que nunca se haya ido, señala el periodista y escritor José Luis Moreno Ruiz. “Los ochenta nunca se fueron. Por desgracia.

La prueba más palpable es el cine que sigue haciendo Almodóvar, que el nacionalismo español sigue en auge de la manera más estúpida a través de la flamenquería (que no del flamenco), y que se sigue recuperando lo que en los años 70, y no solo gente militante, rechazábamos, como los Chichos, las Grecas, etc. Sin embargo, yo vivía en Estados Unidos, en la década anterior, y la gente me pedía que les trajera discos de los Doors”.

Una Movida impuesta

Se sucedieron el Mundial de Naranjito, las hombreras, el aeróbic, el Óscar de Garci, los Pecos… Y sí, la Movida.  José Luis Moreno Ruiz, en su libro La movida modernosa, sostiene que  “la Movida fue intentar disfrazar de David Bowie a los enanitos toreros. Fue como si hubieran querido que el Capitán Garfio le pusiera un supositorio a los modernos, que eran una mala copia del underground americano. Lo que ocurrió fue que el PSOE llegó al poder tras un intento de golpe de estado que fue mucho más que un intento”. En Madrid, “la muerte de Franco trajo una explosión y reivindicación de libertad que se intentó domesticar por la vía artística, otro opio del pueblo, ahogando a quienes lanzaban mensajes críticos y tenían, culturalmente, más interés, para potenciar a unos artistas que no estuvieran en contra del estatus establecido, pero sin calidad. Pensemos en lo absurdas que eran las letras de muchos grupos de entonces”, señala el autor. “En aquella época yo trabajaba en Radio Nacional, y el Partido Socialista la convirtió en una herramienta propagandística, no me dejaban pinchar la música que quería. Incluso el mítico bar Rock-Ola era el lugar donde llevaban a descansar a los mercenarios del GAL”, agrega.

Nacidos para ser clase media

En todo caso, lo que motiva esta revisita de aquel ayer, ¿es el llamado capitalismo emocional, una jugada del marketing para, apelando a la nostalgia, hacernos consumir lo que nos impresionó entonces? “Creo que el regreso de los 80 tiene que ver con que los que vivieron esa época son ahora los proveedores de contenidos culturales nuevos”, mantiene el sociólogo Alberto Javier Ribes, “y es lógico que dado que éramos una generación de consumidores desaforados sea a través del consumo como recordemos. Paradójicamente lo nuevo tiene que ver, en parte, con una revisión de lo vivido en aquellos años. Los 80 son, además, años claves para conformar lo que vino luego: el giro neoliberal y la cultura posmoderna”.

“Yo creo que, en parte, ya tocaba recordar aquellos años. Los que crecimos entonces ya tenemos treinta y tantos o cuarenta, ha pasado el tiempo suficiente para recordarlos. Un veinteañero no se va a poner a recordar su juventud, está demasiado reciente”, opina Jorge Díaz. Tal vez la crisis económica tenga algo que ver no solo con las reposiciones (que son más económicas), sino también con el hastío y la búsqueda de un tiempo mejor de la generación nacida y crecida en los ochenta, la primera en llenar las universidades, “atravesada por la precariedad. Nos ha tocado vivir la precarización de las condiciones laborales en un contexto marcadamente individualista en el que el único referente era la competición, el todos contra todos, el sólo puede quedar uno. Es una generación que ve derrumbarse el orden económico y que ve cómo las reglas de juego son alteradas mientras está jugando. Y empieza a ver ahí, claro, los oscuros abismos del sistema que fue construido por la generación de los padres”, mantiene Ribes.

Con el síndrome Peter Pan a cuestas, “se quiere recuperar lo positivo. Cuando nosotros lanzamos nuestra colección de libros, recibíamos muchos mensajes agradeciendo por poder recuperar algo agradable en medio de tanta noticia negativa”, señala Díaz.