Era un secreto a voces en Hollywood que el rodaje de Man on the Moon, dirigida por Milos Forman (Alguien voló sobre el nido del cuco) en 1999, había sido una locura, y que el actor protagonista, Jim Carrey, se entregó a la interpretación del mítico cómico estadounidense Andy Kaufman, sobre cuya vida versaba aquel biopic, más allá de límites sanos, rozando el delirio al creerse poseído por su entonces alter ego, y dañándose así de una manera de la que quizá aún no haya remontado.
El conmovedor documental Jim y Andy, realizado por iniciativa de Spike Jonze, aquí en calidad de productor con Chris Smith a la dirección, a partir del making of de unas 100 horas que realizó la novia de Kaufman, Lynne Margulies, durante aquel misterioso rodaje, viene a confirmar los rumores, incluso de la primera persona de Carrey, con quien la cinta incluye una larga entrevista. Y al tiempo, se convierte en una invitación a la reflexión acerca de un tema poco abordado sobre la trastienda de la profesión de actor: cómo dar vida a un personaje puede mimetizar en exceso a un intérprete y afectar su identidad personal, y puede hacerlo descender a los infiernos o subir a los cielos que atravesó aquel a quien encarna.
Esta es una historia de muñecas rusas, de personajes que absorben personalidades ajenas hasta perder el asidero de su yo. De jueguetes rotos y vacíos existenciales sin llenar en medio del glamour de la Meca del Cine. 

Man on the Moon fue un proyecto muy ambicioso. Se trataba de realizar una cinta biográfica sobre Andy Kaufman, un comediante heredero de los beats que, aun muriendo a los treinta y tantos años, logró, en los sesenta, alcanzar la fama y desestabilizar al público de Estados Unidos con sus actuaciones, peculiares y diferentes, que no buscaban tanto hacer reír como desconcertar y provocar. El propio Kaufman interpretaba de vez en cuando a un personaje muy extremo, Tony Clifton, que lo ayudaba a enmascararse y, paradójicamente, encarar así al público, diciéndole auténticas barbaridades, no por ello menos ciertas. Lo hacía, además, junto con un colaborador, y nunca estaba claro cuándo detrás de la máscara estaba uno, y cuándo estaba el otro.
Carrey acabaría llevándose el Globo de Oro por la actuación que hizo de Kaufman en esta cinta. Y no es de extrañar, porque él cree que se convirtió en el mismísimo Kaufman. Poco después de comenzar el rodaje, dejó de ser él para transmutar en aquel cómico que interpretaba y admiraba, y con quien, confiesa Carrey en Jim y Andy, se identificaba profesionalmente y en su relación con el público: ambos se sentían unidos a la multitud por una relación de amor - presión.
Así lo atestiguan las imágenes, a menudo desgarradoras e inquietantes, de este documental que trasluce la tensión que hubo en aquel set de rodaje, en el que cae como una bomba una persona que pierde los límites de la realidad al sentirse invadida por quien no es. No ha sido la única vez que Carrey se ha enfrentado a un papel que juega con las identidades y reta así su propio carácter, lo ha hecho también en La máscara o en El show de Truman. Él mismo, como tantos cómicos, más allá de sus papeles puntuales en la gran y la pequeña pantallas, ha creado un personaje de sí mismo, al que ha dedicado muchas horas al día, casi todas, tanto tiempo de fama en el que ha estado y está expuesto al público. Las mímesis con los personajes que experimentan algunos actores a la hora de interpretar papeles no es algo nuevo. No solo surgen las excentricidades, también, en un intento perfeccionista, les da por engordar, adelgazar, buscar referencias y comportarse como ellos. Era algo que hacían mucho los del Método, cosa que para Orson Welles solo reflejaba sus carencias como actores. Jack Nicholson estuvo en un psiquiátrico dos meses para preparar Alguien voló sobre el nido del cuco; Robert De Niro no solo engordó y adelagazó para Toro salvaje, también se sacó el carnet de taxista para Taxi Driver; Christian Bale es conocido por adaptar su fisiología al personaje que aborda; Daniel Day-Lewis pedía que se le llamase Lincoln durante el rodaje de la película de Steven Spielberg. Jim y Andy, y en él el propio Carrey, más melancólico que nunca, nos deja con la duda de si el actor superó todo aquello. De si la neurosis lo dominó al 100 % o hubo algo de interpretación también en la propia neurosis. De si su carrera, enteramente, ha sido producto de una gran interpretación o ha habido hueco para la honestidad. De si, en definitiva, no somos todos los que nos diluimos en nuestro entorno, en la sociedad, en los modus operandi ajenos.