Las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de muerte a nivel mundial, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Pese a que muchos de estos trastornos se desarrollan de manera silenciosa y gradual, la realidad es que la mayoría de los factores que las desencadenan son evitables. Algo que merece la pena subrayar siempre, y especialmente con motivo del Día Internacional del Corazón, que se celebra cada 29 de septiembre para recordar la importancia de la prevención y el autocuidado como claves para mantener un corazón sano.

El desarrollo de enfermedades cardiovasculares está estrechamente vinculado a una serie de factores de riesgo. Algunos, como la genética o la edad, no se pueden modificar, pero hay otros que sí están al alcance de la acción individual. Entre los principales se encuentran el colesterol elevado, la hipertensión arterial, la diabetes, el tabaquismo y el sedentarismo. El sobrepeso y la obesidad, provocados o combinados con el sedentarismo, también se consideran factores de riesgo cardiovascular porque favorecen la aparición de diabetes, hipertensión e hipercolesterolemia.

El aumento de estos factores de riesgo está íntimamente ligado a los hábitos de vida. Una mala alimentación, la falta de actividad física y el consumo de tabaco no solo contribuyen a empeorar los niveles de colesterol y glucosa en sangre, sino que incrementan la tensión arterial. Este cóctel de alteraciones daña progresivamente las arterias, aumentando las probabilidades de desarrollar una cardiopatía o sufrir un accidente cardiovascular.

La clave está en el estilo de vida

La buena noticia es que muchos de estos factores de riesgo se pueden prevenir o reducir adoptando un estilo de vida saludable, pero hay que tener en cuenta que estos hábitos se deben cultivar desde la infancia y la juventud, frente a la falsa creencia de que la salud cardiovascular solo se convierte en una preocupación a partir de la edad adulta.

La alimentación es uno de los pilares fundamentales en la prevención cardiovascular. Un patrón alimentario equilibrado, como el que propone la dieta mediterránea, ha demostrado ser especialmente beneficioso para el corazón.

“La dieta cardiosaludable debe incluir verduras, frutas, pescado, carnes de ave, legumbres, frutos secos y aceite de oliva, que es en definitiva la dieta mediterránea”, nos explica la doctora Petra Sanz, jefa del Servicio de Cardiología del Hospital Universitario Rey Juan Carlos y del Hospital Universitario Infanta Elena, centros  integrados en la red pública de la Comunidad de Madrid (Sermas). “Hay que evitar alimentos ricos en grasas saturadas y colesterol, como es el caso de las carnes rojas, la mantequilla, el queso, la leche entera, los helados, etc.; y algunos aceites vegetales que están frecuentemente incluidos en la bollería industrial, como los aceites de coco, de palma y de palmiste”, subraya la experta.

El ejercicio físico es otro aliado clave. Las guías médicas internacionales recomiendan realizar entre 150 y 300 minutos de actividad moderada a la semana, como caminar a paso rápido, nadar o montar en bicicleta, “o entre 75 y 150 minutos de ejercicio de alta intensidad”, en ambos casos repartidos entre tres sesiones semanales. El ejercicio más recomendado es el aeróbico, en el que también se incluyen los deportes de equipo y de raqueta, y “es interesante asociarlo con ejercicios de fortalecimiento muscular que se deben realizar al menos 2 días a la semana y que idealmente combinan ejercicios de flexibilidad- elasticidad”, explica la doctora Sanz. Además de mejorar la función cardiovascular, el ejercicio regular ayuda a mantener el peso corporal dentro de los márgenes saludables y reduce la resistencia a la insulina.

Dejar de fumar es quizás el cambio más decisivo que una persona puede hacer por su salud cardiovascular. El tabaco es uno de los mayores enemigos del corazón, ya que daña las arterias, eleva la presión arterial y aumenta el riesgo de formación de coágulos sanguíneos. Los beneficios de abandonar el hábito son inmediatos: solo un año después de dejar de fumar, el riesgo de sufrir una enfermedad coronaria disminuye en un 50%.

El estrés, un factor invisible

El estrés es un componente presente en la vida de muchas personas y, aunque no suele considerarse un factor de riesgo tan evidente como la hipertensión o el tabaquismo, juega un papel relevante en la salud del corazón cuando se eleva a niveles difíciles de controlar. Vivir bajo estrés constante no solo afecta el bienestar psicológico, sino que también favorece la aparición de otros hábitos perjudiciales.

“Las personas que tienen estrés frecuentemente asocian otros factores de riesgo cardiovascular, porque fuman más, comen peor para intentar disminuir la ansiedad, lo que les aumenta el colesterol; hacen vida más sedentaria y tienen aumento de la tensión arterial, lo que favorece la obesidad. Todo ello hace que aumente el riesgo cardiovascular”, recalca la jefa de Cardiología de los hospitales madrileños.

Aprender a gestionar el estrés, mediante técnicas de relajación, la práctica de ejercicio físico o incluso la meditación, es esencial para evitar que sus efectos repercutan negativamente en la salud cardiovascular. La combinación de factores emocionales y físicos puede ser devastadora si no se pone remedio a tiempo.

Cuidar el corazón desde la infancia

Aunque solemos asociar las enfermedades cardíacas con la edad adulta, lo cierto es que los cimientos de una buena salud cardiovascular se deben establecer desde la niñez. Promover hábitos saludables desde temprana edad, como una alimentación equilibrada y la práctica regular de ejercicio, es crucial para reducir el riesgo de desarrollar enfermedades cardíacas en el futuro.

“La mayoría de las enfermedades del corazón ocurren en la edad adulta -hombres a partir de los 50- 55 años y mujeres a partir de los 60- 65 años-, puesto que son enfermedades degenerativas asociadas a la edad”, explica la doctora Sanz. “Evidentemente, las personas que tienen varios factores de riesgo cardiovascular aumentan su riesgo y pueden aparecer las enfermedades del corazón en edades más tempranas”, señala la especialista.

“Lamentablemente, cuando estamos sanos, no le damos la suficiente importancia al cuidado de nuestro corazón, pero sí podemos hacer mucho en nuestro día a día por evitar las enfermedades cardiacas en el futuro”, señala la jefa de Cardiología del Hospital Universitario Rey Juan Carlos y del Hospital Universitario Infanta Elena. “Sería muy interesante que hubiera más campañas educativas de prevención cardiovascular para concienciar a la población general de la importancia de cuidarse en todas las etapas de la vida. La prevención debe empezar desde la infancia, adoptando un estilo de vida saludable, desde niños, realizando actividad física diariamente, evitando el sedentarismo, aconsejar una dieta saludable y por supuesto no iniciarse nunca en el hábito del tabaco”, subraya.

Muerte súbita en el deporte: ¿realmente es frecuente?

Cada vez que se produce una muerte súbita de un deportista joven, el impacto en la sociedad es notable. Estos casos, aunque son poco frecuentes, generan una gran preocupación y suelen copar los titulares de los medios de comunicación. “La incidencia de la muerte súbita no se conoce con exactitud debido a la dificultad de registrar todos los casos, pero afortunadamente no es un hecho frecuente”, señala la experta. Una circunstancia que ocurre en 2 de cada 100.000 en menores de 35 años (unas 350 muertes al año de personas jóvenes) y 1 de cada 18.000 en el rango de edad de 25 a 75 años.

Para reducir el riesgo, es fundamental que los deportistas se sometan a chequeos médicos antes de iniciar cualquier actividad física intensa. Estas evaluaciones pueden ayudar a detectar alteraciones cardíacas que podrían desencadenar un paro cardíaco durante el ejercicio. “También aumenta la supervivencia si cada vez hay más personas que estén formadas en reanimación cardiopulmonar básica para saber realizar estas maniobras y que los lugares donde se realizan los eventos deportivos dispongan de desfibriladores y gente preparada para usarlos en caso de necesidad”, recalca la doctora.

Avances médicos

En los últimos años, los avances en la prevención y el tratamiento de las enfermedades cardiovasculares han sido significativos. Las campañas de concienciación han aumentado la realización de chequeos médicos, lo que ha permitido detectar a tiempo factores de riesgo como la hipertensión o el colesterol elevado. A nivel farmacológico, también se ha mejorado el tratamiento de estas condiciones, con medicamentos más efectivos que ayudan a reducir las posibilidades de desarrollar una cardiopatía.

En cuanto a los procedimientos médicos, “las técnicas de angioplastia coronarias y el uso de stents” han revolucionado el tratamiento de las enfermedades coronarias, permitiendo restaurar el flujo sanguíneo en las arterias obstruidas de forma mucho menos invasiva que en el pasado. Estos avances, junto con la adopción de hábitos saludables, han conseguido que la mortalidad por enfermedades cardíacas disminuya notablemente en las últimas décadas.