Hace unos días escribía en estas mismas páginas sobre el efecto devastador del confinamiento para quienes sufren violencia de género. Y así es como, por desgracia, hemos comprobado. Pero no son las únicas personas en riesgo por esta situación.

El hogar -si es que se le puede llamar así- es también un infierno para esas personas que padecen violencia doméstica, es decir cualquier tipo de maltrato entre los miembros de la familia que habitan una misma casa. Y, como en caso del maltrato de género, el riesgo aumenta y el terror se multiplica.

Es frecuente que los negacionistas de la violencia de género acusen a quienes nos dedicamos a la lucha contra la violencia de género de olvidar a esas otras víctimas. O, directamente, poco menos que de celebrar cada hecho delictivo, sobre todo si son cometidos por mujeres. Nada más lejos de la realidad. A diferencia de ellos, contamos con suficiente materia gris para abarcar ambos fenómenos. Y más aún.

Es necesario llamar la atención sobre estas situaciones. Pocas cosas causan tanta impotencia cuando se sirve en un juzgado de guardia que oír a madres desesperadas denunciar a sus hijos por agredirles. Muchas veces estas situaciones vienen acompañadas de un grave problema social, sea por drogadicción, enfermedad mental o por ambas. Pero lo bien cierto es que, cuando esa madre se entera que la denuncia implicará no solo una condena del hijo sino también una resolución que le expulsará de su casa, se horroriza ¿Cómo van a dejar a sus hijos debajo de un puente? Una pregunta a la que no podemos responder.

Es frecuente que los negacionistas de la violencia de género acusen a quienes nos dedicamos a la lucha contra la violencia de género​ de olvidar a esas otras víctimas

Situaciones como estas, dramáticas siempre, hoy se intensifican. Imaginemos por un momento cómo será verse encerrada con un hijo o hija maltratador. O lo terrible que debe ser para esas criaturas cuyos padres les apalizan día sí día también, en ocasiones hasta la muerte. Con esto pierden una de sus pocas tablas de salvación, que en el centro escolar se percaten y den aviso.

Las situaciones posibles son muchas, y todas ellas igual de escalofriantes. Maltrato en parejas homosexuales, o por parte de mujeres a sus parejas, o violencia filoparental, cada vez más frecuente. Y esa espantosa situación en que se encuentran las niñas que son abusadas sexualmente por sus progenitores o sus padrastros.

Hoy, cuando las relaciones de vecindad se han amplificado por las circunstancias, es necesario advertir que no solo han de funcionar para aplaudir, cantar el himno o bailar la Macarena. También para avisar si se sospecha que algo así ocurre. Antes de que sea tarde.