El cambio climático ha intensificado la reproducción de fenómenos meteorológicos extremos, provocando, al mismo tiempo, un posible incremento de los casos de violencia de género sobre mujeres, niñas y otras minorías sexuales. Al menos este era el punto de partida de unos investigadores de la Universidad de Cambridge, cuya hipótesis tiene cierta validez. Las conclusiones de este curioso estudio han arrojado resultados esclarecedores, aunque cabe señalar que, bajo ningún concepto, acuñan una relación causal directa entre ambos, sino como potenciador de episodios de violencia machista.

El estudio ha visto la luz pública gracias a su publicación en la revista The Lancet Planetary Health. El equipo de científicos, capitaneados por un investigador de la Universidad de Cambridge, escudriñó la literatura científica actual y halló indicios que empujan hacia un escenario sombrío para el futuro, pues explican que los fenómenos extremos desarrollan la inestabilidad económica, inseguridad alimentaria y el estrés mental, así como la violencia de género.

Entre los años 2000 y 2019, casi 4.000 millones de personas han sido víctimas de inundaciones, sequías y tormentas. Fenómenos naturales que en sí mismo ya sugieren un cambio radical, pues la frecuencia de inundaciones aumentó hasta el 134% en las últimas dos décadas y se espera que estos porcentajes se mantengan al alza.

Los fenómenos meteorológicos y climáticos de carácter extremo elevan las probabilidades de que se multipliquen los casos de violencia de género. La estabilidad socioeconómica, las desigualdades estructurales de poder, la inaccesibilidad a la atención sanitaria, la escasez de recursos o incluso el cumplimiento de la ley, emergen como causas subyacentes de la aparición de cambios drásticos.

Los episodios de violencia que emanan de las catástrofes naturales arrojan consecuencias a largo plazo, como embarazos no deseados, exposición al VIH u otras enfermedades de transmisión sexual, problemas de fertilidad, estigmatización o incluso lesiones físicas.

Análisis global sobre fenómenos climáticos extremos

Los investigadores, para determinar el grosor de la relación entre catástrofes meteorológicas y violencia de género, establecieron una revisión de la literatura científica, permitiéndoles la recopilación de los estudios más recientes – en ocasiones contradictorios – para acuñar conclusiones más sólidas.

El equipo compiló 41 estudios que estudiaban diversos fenómenos extremos (olas de calor, incendios forestales, inundaciones, sequías, tormentas…). Junto a ellos, se analizaban casos de violencia de género, física, asesinatos de “brujas”, el matrimonio precoz y la violencia emocional, abarcando país de todos los continentes y centrando el tiro en mujeres y niñas cisgénero en su práctica totalidad.

Los datos surgidos de estos análisis sugerían que la violencia de género se ve motivada, en ciertas ocasiones, por fenómenos meteorológicos y climáticos extremos, potenciados por factores de otra índole como la inestabilidad social, los entornos o la conmoción económica.

El cambio climático, como potenciador de la violencia de género

El abanico de autores que perpetran este tipo de crímenes es amplio: desde el ámbito de la pareja, al familiar, pasando por el laboral, religioso e incluso institucional. Las ligaduras entre los desastres naturales y la violencia de género permutan en función de diversos agentes, tales como los diferentes entornos, la tradición, la vulnerabilidad, la exposición o la capacidad de adaptación, entre otros, así como los mecanismos para la denuncia.

Los episodios violentos durante y después de un desastre medioambiental son compartidos en la mayoría de los casos analizados. Esta convergencia de escenarios evoca que la amplificación de la violencia de género no está exclusivamente delimitada por la geografía.

Kim van Daalen, becaria Gates Cambridge del Departamento de Salud Pública y Atención Primaria de la Universidad de Cambridge, argumenta que los fenómenos meteorológicos extremos no son causantes en sí mismos de escenarios violentos, sino que se potencian los factores subyacentes a la violencia machista, como la discriminación o la marginación de mujeres y niñas, así como otras minorías.

Estiman que en el eje de estos comportamientos se sitúan las “estructuras sociales y patriarcales sistemáticas” que facilitan este tipo de violencia. Además, agregan que los roles y normas sociales dominantes, junto a las desigualdades que derivan a la marginación, provocan que mujeres, niñas y otras minorías sean “desproporcionadamente vulnerables” a los cambios adversos de los escenarios extremos.

En suma, los fenómenos extremos pueden ejercer de catalizador hacia escenarios de violencia machista, pero también podrían disparar las denuncias y sacar a flote episodios ocultos. Ser partícipe de desastres naturales empujó a algunas víctimas que ya no podían soportar más los abusos. Las cifras, de hecho, aumentan notablemente tras el evento.