Tristeza porque sabemos que lo que ya hemos perdido es irrecuperable. Y tristeza porque sospechamos que aún no es el final y que aún perderemos más.

Mucha, mucha tristeza al ver que los bizcos acusan a los tuertos, y los tuertos a los ciegos, y los ciegos a los sordociegos: pobres acusando a los más pobres, mientras las arcas de los bancos vaciadas por los banqueros se llenan con el dinero que nos ha empobrecido.

Y el Gobierno machacando a la gente, pero poniendo carita de circunstancia: haremos lo que tengamos que hacer aunque no nos guste; si pudiésemos, no lo haríamos. O sea, metiéndonos en cintura: me duele más a mí que a ti.

Y sus Señorías del Partido Popular aplaudiendo a rabiar la valentía del Gobierno, que sabe poner en su sitio a esa gentuza que ha vivido como si fueran ricos. Ahora, que se jodan. Sobran motivos para la tristeza.

Jesús Pichel es filósofo