Ben Laden le llamaban. Moreno de verde luna, turbante de blanca luna, barba de negra luna. Alma kalashnikov. Bomba de racimo las entrañas, puñal creador de nadas oscuras. Asesino, asesino, asesino.

En una cueva vivía, decían unos. En una mansión millonaria, decían otros. Cada interesado engaña como puede. Y los demás tenemos que dejarnos engañar porque la mentira está bien vista por motivos de seguridad, por diplomacia, por fuentes fidedignas carentes de fé y de dignidad. En algún sitio vivía. Averiguarlo era una necesidad de generales condecorados del pentágono, de la CIA. Pero Ben Laden siempre buscaba la espalda del poder más poderoso de la tierra. Bush inauguró Guantánamo. Se autorizaron interrogatorios extraordinarios. Torturas, dicho en castellano. Obama prometió cerrar ese infierno.  Limbo, decían los que endulzan las palabras para que no duelan tanto. Pero ahí está. Y torturando a sus habitantes con una creatividad demoníaca, hemos conocido sus huellas. Rodeado de muertos neoyorquinos, madrileños, ingleses, podrido en su propia podredumbre, estaba Ben Laden. Un tiro, dos, tres. Y unos asesinos igualaron al asesino con sus asesinados.

Todo se supo mediante torturas. A Sadam Hussein lo ahorcaron unos jueces impolutos. Tuvo un juicio. Los aniquiladores de la segunda guerra mundial tuvieron un juicio. Ben Laden era un ejemplar cinegético con recompensa por su muerte. El camino de la tortura siempre conduce al callejón ciego de la muerte.

Se ha escandalizado el mundo. Todos los hombres de buena voluntad han gritado su rechazo a los tiros a bocajarro.  La tortura ejercida por el país más poderoso del mundo nos ha producido vómito. Creíamos que en el siglo XXI las cosas habían cambiado. Aplaudimos la llegada de Obama al poder. Lo quisimos por su sinceridad, por su concepción dialogante, por su color. Hasta se le concedió el Nobel de la paz cuando aún no había dejado huella en el camino.  Ahora nos estremece su justificación de la tortura, del asesinato y su recomendación de acudir al psiquiatra si opinamos de forma distinta a la suya.

Estoy alegre por ese grito de rechazo. Se diría que el mundo  quiere redimirse de tanta cloaca. Hemos sentido asco ante la tortura, pero a lo mejor sólo ante esta tortura concreta. ¿Sentimos asco ante la tortura ejercida contra pueblos sin agua, sin comida, sin escuelas, sin vacunas, condenados a una muerte temprana, a un sida asesino?  ¿Sentimos asco cuando sabemos que en despachos de caoba se programa el hambre negra que condena a millones de niños a morir irremediablemente?  ¿Se subleva nuestra conciencia cuando consentimos que los ricos sean más ricos a costa de que los pobres sean más pobres? ¿Cuál es nuestra postura cuando cerramos las puertas al hambre que nos llega de Africa?  ¿Nos avergüenzan las alambradas que hacen frontera, los que se mueren entre espumas y olas, los contratos de “españolización” que queremos que cumplan, los salarios de hambre que les pagamos y los horarios de trabajo que les imponemos? ¿Nos intranquiliza tenerlos en nuestras construcciones sin seguridad social y cuando abandonamos a los heridos en las puertas de un hospital argumentando que no los conocemos de nada?

¿Por qué nos rebelamos contra la tortura ciertamente repugnante ejercida sobre presos indefensos y permanecemos tranquilos ante esa tortura universal de la que todos somos responsables?

Demagogia, dirán algunos. Organizamos rastrillos para ayudar a los pobres. Marquesas, duquesas, esposas de altos empresarios, estrellas de cine, de teatro, de  televisión hacen “todo lo que está a su alcance” para mejorar la pobreza. Se ponen incluso un delantal y se manchan de Vega Sicilia para ayudar a los pobres. Ya tienen la conciencia tranquila hasta el año que viene.

Todos disparamos a la frente. Obama y yo somos dos torturadores. ¿Se apunta Usted?

Rafael Fernando Navarro es filósofo
http://marpalabra.blogspot.com