Necesitamos reformas que no estén al servicio de la ciudadanía. Que no tengan ninguna calidad democrática. Ésta debe diluirse del todo y todos seremos muy felices sin comer perdices. Reconforta saber que, con la derecha extrema y sus tutores en el pedestal, el mal sueño de la recesión va a tener una tétrica segunda parte.

Las personas de buena voluntad aguardan ansiosamente la luminosa llegada de sus amos al Ejecutivo pese a que ya conocen las actitudes del gran PP en las comunidades donde gobierna. Asumimos con plena satisfacción las normas establecidas y nos disponemos a ofrecer nuestras cabezas con tal de salir del largo túnel y sin que la clase dirigente pueda despeinarse lo más mínimo como Dios y Su Santidad mandan.

Hay retos pendientes. Aquí estamos para lo que sea preciso. Por muy gruesas que estén las Administraciones Públicas no sobran los parásitos de alto nivel. Sobran los tontos de los empleados públicos a los que, naturalmente, hay que rebajar el sueldo, aumentarles las horas en las galeras o ponerles de patitas en la calle.

Tampoco sobran los privilegios de los listos. Que se coman a los necios para arreglar la recesión y ya está. Apriétennos mucho más las tuercas con sus hermosas garras, muy señores míos, aunque nos perjudique seriamente la salud. ¡Todo por la crisis!

Condénennos a la precariedad total y brindemos con gaseosa sin burbujas. Las reformas han de ser amables con Bruselas, los gordos peces y los inversores que se dejan la piel por nosotros en los chiringuitos internacionales de los divinos mercados financieros.

No se desinflen nunca, mis queridos verdugos, y sigan sacándole sustancia al escenario de la crisis. Un idílico panorama para llevar a efecto las medidas favoritas de nuestros dueños en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Pardo.

Todos los tipos influyentes, la CEOE y las especies de semejante ralea exigen reformas impopulares a los populares. Digan ustedes que sí. Esto hará más poderosos a los fuertes en el futuro y más flojos a los débiles. Pero no importa. La economía española pide “decisiones valientes” que nos alejen de esta crisis tan profunda.

Entiéndanse por valientes aquellas decisiones que no perturben un ápice a los jefes de nuestras vidas. Así se habla. Un cambio de valores que pase de la cultura del maná a la del esfuerzo. Los pobrecitos no podemos continuar “chupando del bote”, sino que debemos trabajar mucho y cobrar muy poco. Si nos dejan. Y gracias.

Los estafadores profesionales pueden agarrarse a la teta pública y defraudar lo que les plazca. Ellos son los mandamases del cotarro, y los demás sólo deben ponerse firmes y asumir las órdenes. El Estado no debe tirar la casa por la ventana, excepto en lo referido a los derroches interesados o al mantenimiento de determinados privilegios, ni tiene que pedir más al que más tenga aunque eso vaya en perjuicio de la población. El país y el sentido común, por lo visto, lo exigen.

Un amplio conjunto de asalariados cobra una cantidad inferior a 800 euros mensuales. Los desahucios aumentan… Es decir, se amplifica el bache entre ricos y humildes. Aun así no podemos exigir más a nuestros generosos administradores. Podrían naufragar por culpa de nuestro egoísmo y de nuestra ambición.

Podemos aplaudir con ganas al paquete de medidas de ahorro del gasto, por ejemplo, de la presidenta de Castilla-La Mancha. Esta buena mujer arremete contra los funcionarios, privatiza la gestión hospitalaria, pone fin a la gratuidad de los libros de texto para todos los escolares, ampliará la enseñanza concertada…

En fin. Sangre, sudor y lágrimas de la población. Bien hecho. Los dolores no son para Cospedal, que gana más de 200.000 euros anuales provenientes de fondos públicos. Son para nosotros. Es lo que ha de hacer el partido de los trabajadores tras colgar del palo mayor a Zapatero por realizar “los mayores recortes de la historia de la democracia”.

La salida de la crisis se consigue estrangulando a la mayoría, ensalzando las prebendas de otros y vendiendo el Estado de Bienestar. Modernizar el mercado de trabajo al estilo de Rajoy, dentro de las debilidades de nuestro modelo productivo, no contribuirá a generar empleo. Parece necesario el estímulo de la actividad investigadora e innovadora para pisar fuerte y producir más y mejor, cosa de la que depende el nivel de vida. No obstante, el salvador Mariano mandará y bueno va a ser todo lo que haga.

Irá mucho más allá en los recortes que el Gobierno de Zapatero a pesar de haberle atacado sistemáticamente con hipocresía y fines electorales. Era imprescindible en la carrera de Rajoy hacia el éxito. El plan de ajuste italiano puede ser una referencia. Bienvenidos sean los golpes para la ciudadanía y los sacrificios de la clase pudiente aunque sólo equivalgan a quitarle un par de pelos a un buey.

Impulsar un nuevo tratado propone el elitista dúo Merkel-Sarkocy, esa extraña pareja que pretende reconquistar la confianza de los mercados. Salvar el euro y la regla general de un déficit inferior al 3% del Producto Interior Bruto. La desconfianza y el naufragio de la gente de a pie no tienen la menor importancia.

Esto es la base de la civilización occidental. El cristianismo que defiende Esperanza Aguirre, o desesperanza más bien, y toda la derecha extrema, cada día más extrema, en defensa de la igualdad, la libertad y la dignidad. La solidaridad cristiana o el esfuerzo por preocuparse de los demás. Da gusto.

La educación es un elemento básico para hacer de las suyas. El poder, el saber y el tener forman un trío que, por mandato celeste, es propiedad de la derecha extrema. Es cierto. Las crisis son oportunidades de cambiar. De regresar al pasado con la amplia gama de nuestros queridos verdugos. La respuesta no puede ser otra. Reverencias y nada de conflictividad ni de movilizaciones frente al desaguisado y a los recortes sociales.

Marc Llorente es periodista y crítico de espectáculos