Madrid, como el PP, tiene Esperanza. El dos de Mayo Esperanza luchó contra el gabacho hasta que lo expulsó del Madrid patrio. Colocó una corona de laurel en la puerta de su casa grande y manchó la estación de Atocha con bilis-Ben Laden-alimento-de-olas-verdes, con terrorismo islamista y sal gorda de ETA que le da sabor a la sangre y a la muerte. “Bin Laden reconoció el atentado de Bali, el de Londres, el de Casablanca y, por supuesto, el de las Torres Gemelas. Nunca ha reconocido el de Madrid, ni eso dice la sentencia… Luego está por ver” Lo dice Esperanza, despreciando a los tribunales de justicia de España, ignorando las palabras del propio terrorista oscuramente ejecutado, de la Secretaria de Estado de EE.UU.


Esperanza Aguirre, como Aznar, como Pedro J, como Intereconomía, como Mayor Oreja, como Losantos y su clonado César Vidal, necesitan que ETA sea la responsable del dolor de madres, de padres, de enamorados vacíos de amor para siempre, de España llagada, tendida en las aceras, sin vida, con los pulmones arrugados de tanta sangre negra, inútilmente negra, eternamente negra.


Han pasado siete años desde aquel descarrilamiento existencial. Me he preguntado muchas veces por qué esta necesidad de la autoría de ETA. Aznar engañó al mundo. Acebes engañó a España. Pero esta persistencia en la mentira, este empeño en falsear los hechos, este encono en buscarle a la muerte una paternidad falsa no he conseguido entenderlo después de tanto tiempo.

Esperanza Aguirre busca votos con estos comentarios. ¿Pero alguien puede votarla si fue ETA o dejar de votarla si fueron los discípulos de Ben Laden? ¿Hasta ese barranco miserable pueden llegar electores y elegidos? ¿Hasta disfrutar el dolor, hasta comercializar sangre por adhesiones? ¿De verdad es la democracia un sistema tan ruin como para que los candidatos canjeen votos por desgracias infinitas? ¿Puede algún elegido proclamar su victoria poniéndose de puntillas sobre muertos y más muertos?


Dice Miguel Angel Rodríguez que Zapatero tendrá algún día que revelarnos qué grupo terrorista le llevó a la Moncloa. Yo, firmante de este artículo, soy un terrorista. Yo, junto a otros millones de votantes, llevamos a Zapatero al poder. Que lo sepa Miguel Angel, Aznar, Acebes, Pedro J y todos los demás monaguillos de la miseria.

Pasaré los próximos siete años interpelando la existencia. Al fin y al cabo el hombre no es más que eso: una eterna pregunta cuya respuesta se convierte en una nueva interrogante. Así hasta el misterio último de la vida que es la muerte.

Rafael Fernando Navarro es filósofo
http://marpalabra.blogspot.com