Su fallo ha consistido en entrar al detalle y haber enunciado los tres valores que defiende en mayor grado porque, según dice, “los comparte y cree que son imprescindibles en la vida pública”. Y reitero que en la concreción ha estado su desacierto porque, ni siendo extremadamente indulgentes en el análisis, podríamos estar de acuerdo en que los valores especificados por la sucesora de Ruiz-Gallardón son defendidos, ni de lejos, por la “gran política” recientemente retirada.

La prueba del algodón al que se la podría someter es sencilla. Contrastar estos valores con su reacción y actitud ante un determinado acontecimiento concreto. Por ejemplo, la que tuvo a través de sus declaraciones ante el denigrante episodio que protagonizó uno de sus vasallos en la televisión pública que con mano dura ha controlado desde que accedió al poder merced al dudoso episodio de El Tamayazo. Se trata de Hermann Tertsch. Este periodista -no se me ocurre otra forma de referirme a él- recibió una paliza a las tantas de la madrugada en un bar de copas en un fin de semana.

Y la ahora tan elogiada presidenta de la Comunidad de Madrid, sin prueba ni indicio alguno que lo soportara, se apresuró, con la desfachatez, el descaro y el desparpajo habitual que la caracteriza, a culpabilizar de este desgraciado suceso a otro periodista, El Gran Wyoming, porque en su programa, de índole humorístico, se habían realizado algunas bromas sobre este personaje, a la sazón, presentador, editorialista y analista político -a pesar de su descarado sectarismo- de uno de los informativos de Telemadrid; el medio público -repito público- de la Comunidad que dirigía la señora Aguirre.

Pero ahí no quedó todo, al día siguiente de culpabilizar al Gran Wyoming y a la Sexta del atentado contra su periodista se atrevió a afirmar, con la osadía, la insolencia y diría que con su escasa inteligencia -si no fuera por lo lista que parece ser para más de la mitad de los madrileños- que “la actitud crítica de Tertsch con el Gobierno de la nación no puede justificar una agresión física ya que la esencia de una democracia es la protección de los discrepantes”. Es decir, de una sola tacada, ella reconocía que su televisión, sufragada con el dinero de todos sus conciudadanos -subrayo lo de todos-, no tiene como principal objetivo ofrecer un información imparcial, objetiva y plural sino, antes al contrario, contratar a periodistas afines para que informen de forma partidista, sectaria y con una clara finalidad: criticar sin tapujos a, entre otros objetivos hostiles para ella, todo lo que huela a adversario político, discrepancia o, simplemente, que no le hagan la ola o no presten su lengua para quehaceres escatológicos.

Y ya ha llegado el momento de contrastar este comportamiento con los valores destacados por Ana Botella en su artículo. Dice la edil madrileña que Esperanza pone la libertad en el frontispicio de la actividad política, que es leal a un proyecto político abierto y democrático y, por último -el tercer valor que destaca-, que es una profunda patriota cuya mejor expresión es su respeto a las instituciones.

Ustedes mismos podrán llegar a sus propias conclusiones pero ¿es liberal, abierto, democrático, patriótico y respetuoso con las instituciones contratar para informar, editorializar y analizar en un medio de comunicación público -que se paga con el dinero de todos- a un periodista tan sectario como Hermann Tertsch? ¿Es liberal, abierto, democrático, patriótico y respetuoso con las instituciones manejar y manipular un medio público de comunicación y ponerlo al exclusivo servicio de los intereses partidistas de un Gobierno que debiera ser de todos?

Y, por último -que como el Cid gana batallas en su ausencia- ¿es liberal, abierto, democrático, patriótico y respetuoso con las instituciones esperar para desarrollar la noticia de la muerte de Santiago Carrillo hasta el minuto 37,05 del Telenoticias de Telemadrid y acompañarla con una extensa información -con Cesar Vidal al frente ¡otro que tal baila!- sobre el no aclarado episodio de unos fusilamientos en un municipio de la Comunidad madrileña y referirse a Carrillo como el “asesino de Paracuellos”?

Si esta mujer -o señora, no sea que se me ofenda- es liberal abierta, democrática, patriótica y respetuosa con las instituciones, reconozco no haber entendido nada sobre el contenido real de estos valores y tendré que hacer un cursillo acelerado en FAES -la fundación que preside su admirado Aznar- para pillar el “conceto” -como diría el gallego-.

Gerardo Rivas Rico es licenciado en Ciencias Económicas