Tienen por costumbre algunos políticos agrandar los temores hasta tal punto, que se convierta el miedo su arma principal. Hace escasos días lo vimos con Aznar cuando dijo que Pablo Iglesias era “un peligro para la democracia” pero no nos centraremos este jueves en este abuso del miedo (al que etimológicamente bien podríamos considerar terrorismo) si no, más bien en los tremendistas. Aquellos personajes que exagerando los peligros han caído de bruces en el más absoluto ridículo.

Nos remontamos al año 1582, cuando un tal Nicolás el Griego, denunció a un diplomático compatriota suyo de haber incurrido en el grave delito de herejía. 

En lo que hoy es el Palacio del Cardenal Lorenzana se llevó a cabo este rocambolesco proceso inquisitorial.
En lo que hoy es el Palacio del Cardenal Lorenzana se llevó a cabo este rocambolesco proceso inquisitorial.
 
El denunciado, Demetrio Focas, era un dignatario llegado desde Roma en una especie de misión humanitaria que consistía en reunir limosnas para liberar a los griegos que estaban siendo esclavizados por sultán de Constantinopla.
 
Demetrio Focas conocía de primera mano esa situación dado que el joven criado que le acompañaba por tierras hispanas había llegado a Italia escapando de su cautiverio turco. El muchacho en cuestión era Miguel Rizo, su segundo apellido posiblemente era Calcondylas pero en los documentos del Archivo Histórico Nacional aparece castellanizado como Carcandil tenía 18 años y había nacido en Atenas. Siendo apenas un niño fue apresado por los turcos y llevado a Constantinopla donde tiempo después logró escapar con su tío, el monje Macario y arribar juntos a Roma.
 
Aunque Miguel había sido obligado a convertirse al Islam reconoció no haber dejado de ser cristiano nunca e incluso rezar ante esta imagen de la Virgen en Santa Sofía de Estambul.
Aunque Miguel había sido obligado a convertirse al Islam reconoció no haber dejado de ser cristiano nunca e incluso rezar ante esta imagen de la Virgen en Santa Sofía de Estambul.
 
Tras estas aventuras Demetrio Focas y su criado Miguel llegaron a España donde les servía de intérprete un tal Ferdinando, el cual de nada sirvió cuando el joven Miguel fue apresado. ¿Por qué? Por una sencilla razón, su señor Demetrio Focas había sido denunciado, y al estar fuera del alcance del Santo Oficio toda la culpa sobre Miguel como acusado de conocer las prácticas heréticas de su señor y no haberle denunciado.
 
Pedro Soto Cameno inmortalizado por el arte de la escultura y por haber participado como fiscal en uno de los procesos más ridículos de la historia.

 

Pedro Soto Cameno inmortalizado por el arte de la escultura y por haber participado como fiscal en uno de los procesos más ridículos de la historia.

Si para Miguel Rizo Carcandil era difícil entender el castellano más complejo aún fueron los retorcidos planteamientos de la Inquisición. Por ello y dadas su dificultades para declarar y ser entendido se recurrió a un paisano suyo, un cretense de oficio pintor que residía desde hacía años en Toledo, en el proceso inquisitorial se le nombra como Dominico Teotocópoli, pero pasó a la historia como el Greco.
 
El 24 de noviembre de 1582, cuando intervino por primera vez el Greco, el reo ya llevaba 7 meses en prisión por unos delitos que ni siquiera había cometido, pero lo más singular del caso es la insistencia del tribunal para que aclarase porqué su señor Demetrio Focas “se lavaba con vino las partes de detrás” en un extraño ritual que solo podía ser herético.
 
Toledo visto por el Greco y su nombre en el proceso inquisitorial. (Fuente Archivo Histórico Nacional).
Toledo visto por el Greco y su nombre en el proceso inquisitorial. (Fuente Archivo Histórico Nacional).
 
Finalmente y gracias al Greco el misterio y el terror creado por la propia Inquisición se desvanecieron porque tal y como aclaró el pintor cretense, todo se debía únicamente a “unas almorranas que tenía” y que Demetrio Focas se curaba como le habían indicado los médicos tanto  de Roma como de España.
 
Para disipar cualquier duda se recurrió al médico (también griego) Antonio Calosinás, hombre respetado en Toledo, que dejó claro cuál era la causa científica de tamaña herejía.
 
Finalmente el 10 de diciembre de ese año, la Inquisición se tuvo que rendir ante la evidencia, librando al joven Miguel Rizo Carcandil de su condena pero no así a ellos mismos del ridículo cometido para el resto de la historia, una vergüenza a la que parecen verse abocados aquellos que se dejan cegar por la ignorancia, por la mala fe o por ambas a la vez.