El 2018 toca su fin y muy pocos medios se han acordado de que en este año se cumplen 400 años del nacimiento del genial compositor José Marín. Algunos se ampararán en no recordarle dada su vida turbulenta, pero todos sabemos que si no se ha puesto en valor es por dos únicas razones, pasotismo y desconocimiento.
1618 fue un año conflictivo en lo político, en España comenzaron los juicios al Gobierno corrupto de Lerma, y a nivel internacional dos gobernadores católicos fueron arrojados desde una ventana del castillo de Praga provocando a la postre el inicio de la guerra de los 30 años.

Mientras tanto, la cultura brilló con varios hitos que marcarían la historia, Martín Casillas acabó la catedral de Jalisco (después de más de medio siglo de obras), Guillén de Castro escribió Las hazañas del Cid, al tiempo que nacía en Sevilla el pintor Bartolomé Murillo y en Martorell el músico Juan Cererols.
En ese periodo convulso y resplandeciente nació José Marín, un genial compositor de villancicos, amén de un virtuoso del canto y la guitarra, cuya vida fue igual de brillante que truculenta.
Sabemos muy poco de él, incluso se desconoce la fecha exacta de su nacimiento, pero nos han llegado noticias suyas desde joven, precisamente por su destreza en el canto, tanto como para ser tenor de la Capilla Real a los 26 años, allí permaneció durante cinco años, hasta que en junio de 1649 dejó tan privilegiado cargo para abandonar España.
Según las crónicas de la época tan brusco cambio se produjo por la muerte de Tomás de Labaña cuyo asesinato se atribuye a José Marín. De esta primera víctima también se sabe poco pero solo un Tomás de Labaña aparece en los ambientes cortesanos de esa época, me refiero al escribano real a quien Álvaro de Cubillo le dedica su obra El enano de las Musas.

De ser así, el crimen tendría las suficientes repercusiones como para que Marín saliese huyendo del país, Labaña era además caballero de la orden de Cristo y miembro del Consejo de su Majestad. Bien pudiera ser por esto que Marín no volviese a España hasta cinco años después tras haber logrado ser ordenado sacerdote en Roma y haber vivido otras tantas peripecias en las Indias donde también llegó a viajar.
Con treinta y seis años José Marín parecía haber reconducido su vida, de hecho, en 1654 le volvemos a encontrar en el entorno cortesano al aparecer como cantante en el Real Monasterio de la Encarnación.

Sin embargo, no duró mucho la tranquilidad en su vida, según nos cuenta el cronista Jerónimo Barrionuevo, en junio de 1656 José Marín volvió a las andadas participando en el robo de la casa de Pedro Aponte en las cercanías de la calle Atocha.

Afortunadamente aquella condena parece que surtió efecto. José Marín murió como un hombre respetado por haber reconducido sus pasos gracias a la música, siendo a su muerte solo famoso por sus villancicos y demás composiciones musicales.