Como viene siendo habitual en esta sección, cada cierto tiempo desvelamos esos episodios de la Historia falsa de España. Hechos históricos que nunca existieron o que cuando ocurrieron fueron protagonizados por farsantes, impostores y todo tipo de caraduras.

Tal es el caso del pseudo Alfonso el Batallador. Un anciano espabilado que se hizo pasar por el difunto rey aragonés, sus maniobras, repercusión y final, son dignos de novela.
Todo comienza el 17 de julio de 1134, cuando tras la estrepitosa batalla de Fraga se le pierde la pista al rey aragonés.

Las crónicas del siglo XIII dirán que murió honorablemente en la batalla, pero los escritos más antiguos como los documentos de Calahorra (fechados a penas un mes después de los hechos) nos hablan de la huida del rey con un puñado de nobles: “la grande y terrible matanza de cristianos en Fraga, en la que casi todos perecieron por la espada, salvo unos pocos, que, sin armas, se dieron a la fuga con el rey”.

Cómo murió realmente Alfonso I

¿Cómo murió realmente Alfonso I? Este enigma histórico dio pié a la más disparatada conspiración medieval.

Finalmente y como coinciden la mayoría de los historiadores actuales Alfonso acabaría muriendo a principios de septiembre de 1134 a la edad de 61 años en Poleñino (Huesca), pero no todos los documentos coinciden.

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La Crónica de Alfonso VII dice el rey se retiró y murió en el santuario de San Juan de la Peña; sin embargo el cronista islámico Ibn-al-Athir lo sitúa en Zaragoza; mientras que El Cronicón de San Víctor de Marsella dice que murió junto al castillo de Almuniente.

Por si esto fuera poco, el testamento del monarca dejaba buena parte de la herencia a las órdenes religiosas como los templarios, haciendo que la familia real y buena parte de los nobles se echase las manos a la cabeza. En resumen, la muerte del rey batallador supuso una peligrosa inestabilidad política con curiosas consecuencias.

Después de Alfonso I, vino Ramiro II y a este le sucedió la reina Petronila, quien tendría que asumir las temidas consecuencias. Nos situamos ya hacia 1173 cuando apareció en territorio aragonés un anciano diciendo que toda la dinastía era un despropósito, porque quien debería reinar no era Petronila ni su hijo, el todavía niño Alfonso II si no él, el misteriosamente desaparecido Alfonso I el Batallador.

Según los farsantes Alfonso I se creó una doble vida gracias a la cual estuvo otras tantas décadas batallando en lejanas tierras incluso yendo a Tierra Santa

Según los farsantes Alfonso I se creó una doble vida gracias a la cual estuvo otras tantas décadas batallando en lejanas tierras incluso yendo a Tierra Santa.

En cualquier otra circunstancia la credibilidad de aquel personaje habría sido nula (recordemos que de haber sido verdaderamente el rey tendría ya más de 100 años), pero Aragón atravesaba una crisis económica con parte de la nobleza enfrentada a la reina.

A esto se le suma que las únicas personas que podrían reconocer a Alfonso I eran los más ancianos, quienes le habrían conocido en sus años de mocedad. Por lo tanto si unos cuantos nobles le daban información privilegiada a semejante impostor, a poco que tuviese dotes de actor podría hacer creíble su papel ante un público que como decía el historiador Jerónimo Zurita: “es amigo de cosas nuevas, y ligeramente las recibe y aprueba”.

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En 1175 el falso rey debió dar la murga con especial insistencia porque desde la monarquía aragonesa se concedió un privilegio a la localidad de Montearagón. La razón era sencilla, allí reposaban los huesos de Alfonso I como dieron fe 3 obispos y 18 ricos-hombres.

Los enemigos del gobierno recurriendo a noticias falsas y todo tipo de paparruchas (que tanto nos suenan hoy día) seguían dando alas aquel anciano farsante del que ya se empezaba a decir que tenía más de herrero que de rey.

Ni siquiera pruebas sensatas como los huesos de Alfonso I impidieron que la noticia falsa siguiese creciendo


Ni siquiera pruebas sensatas como los huesos de Alfonso I impidieron que la noticia falsa siguiese creciendo.

Por su parte el rey vigente, Alfonso II, tomó medidas en 1178 cuando parece que el impostor se había refugiado en Francia. En la correspondencia conservada, Alfonso I le pide amablemente al rey galo Luis VII que, tan pronto como pille al viejo farsante, castigue su cuerpo y ejerza sobre él la justicia más severa.

Aún así, parece que el “pseudo-Alfonso” (como es conocido por los historiadores) siguió dando de qué hablar incluso regresó a Aragón, pero en 1181 tras ser detenido en Zaragoza sus mentiras tocaron fin acabando ahorcado en Barcelona.

Curiosamente tras la ejecución hubo voces que siguieron alimentando la conspiración, diciendo que en realidad le mataron por ser el verdadero rey batallador. Curiosamente quien dio alas aquella fábula era el juglar Bertrán de Born, enemigo de Alfonso II y conocedor de cómo se difunden las leyendas y los mitos.

Quizá, por esta razón, todo este jaleo político pudo pasar a la juglaría creando mitos como el del añorado rey Arturo que, se supone, en algún momento volverá mágicamente. Un paralelismo, este de Alfonso I y el rey Arturo, que perspicazmente ha establecido el investigador Sergio Solsona para quien la corte aragonesa supuso toda una fuente de inspiración para el mito del Grial.

Investigadores como Sergio Solsona sostienen que la corte aragonesa pudo ser el origen de las leyendas griálicas
¿Pudo Alfonso I inspirar al rey Arturo? Investigadores como Sergio Solsona sostienen que la corte aragonesa pudo ser el origen de las leyendas griálicas.