Las recientes maniobras de distintos medios de comunicación y periodistas hacen que se hable ya de una conspiración contra la familia real. Estas artimañas no son nuevas en la historia de España y solo hace falta echar la vista atrás para darse cuenta que en la mayoría de los casos se han gestado en: la ultraderecha, la rama más radical de la Iglesia y los otros candidatos al trono

Evidentemente no podríamos hablar de “ultraderecha” en el siglo XV porque sencillamente no existía, pero teniendo en cuenta la preponderancia que ha tenido (y tiene) la nobleza en este sector si, si podríamos encontrarnos comportamientos idénticos en los nobles del siglo XV y la ultraderecha más reciente.

Partidarios de sus intereses familiares y cambiantes de bando en función de los dividendos que recibiesen, los nobles de la corte de Enrique IV no dudaron en difamar al rey en el momento que vieron peligrar sus “mercedes”, es decir, los privilegios que desde la corona se les podía dar o quitar.

La farsa de Ávila es el ejemplo perfecto de cómo los conspiradores pueden montar el mayor escándalo si la corona no accede a sus intereses

La farsa de Ávila es el ejemplo perfecto de cómo los conspiradores pueden montar el mayor escándalo si la corona no accede a sus intereses.

Como bien estudió Luis Suárez en su libro Enrique IV de Castilla: La difamación como arma política desprestigiar la imagen del rey es una maniobra perfectamente estudiada y ejercida en el siglo XV.

El primer paso era el rumor, habladurías que se difundían principalmente en las ciudades, dominio por excelencia de los nobles, quienes con sus poetas y juglares extendían con habilidad los improperios. De esta manera calaban en la ciudadanía dando origen a algo así como la opinión pública, de ahí, era fácil dar el siguiente paso a las crónicas (como las de Alfonso Fernández de Palencia) donde el rumor tomaba cuerpo en expresiones como “según las fablas”, cuentan las “nuevas”, “es fama que…”

Y así las cosas, se pasaba a las “suplicaciones” documentos elegantemente redactados generalmente por el alto clero en los que se reclama el poder para uno u otro bando a embajadores, el papa, e incluso otras potencias extranjeras. Y de nuevo vemos como el modus operandi era el mismo. Siempre atacar de menor a mayor, es decir, primero el valido (un noble sustituible por otro y cuyo puesto podía poner fin al conflicto) y si este no caía se daba el paso a la reina, menos poderosa que el rey y a la que siempre se le criticaría lo mismo, el mayor delito que para un machista puede ejercer una mujer: la infidelidad. Y en el caso de no poder ni con uno ni con otro se lanzaba un tercer ataque al rey acusándole de sodomía.

Ante la imposibilidad de eliminar políticamente al valido Álvaro de Luna se difamó al rey Juan II argumentando que el favor del rey era muestra de su homosexualidad

Ante la imposibilidad de eliminar políticamente al valido Álvaro de Luna se difamó al rey Juan II argumentando que el favor del rey era muestra de su homosexualidad.

En el momento de mayor eclosión se llegaron a hacer peleles para difamar al rey que, a modo de muñecos (como los que hubo en Ferraz), se vapuleaban por la masa fanatizada.

Pero no pensemos que estas actitudes eran exclusivas del siglo XV, en el XIX la nobleza representada por Pedro de Alcántara Álvarez de Toledo (duque del Infantado) y el clero con el canónigo Juan Escoiquiz volvieron a las andadas con funestas consecuencias.

Deseosos de poder, vieron una oportunidad de oro para quitar de en medio tanto a Manuel Godoy como a Carlos IV y por supuesto a Maria Luisa de Parma. Los conspiradores se basaron en la miseria moral de Fernando VII capaz, como se vio, de traicionar a sus mismos padres. De todo ello sacarían tanto el noble como el clérigo buena tajada.

Juan Escoiquiz volvería del destierro al que había sido condenado, no por tener una amante y dos hijos con ella, sino por tratar de enfrentar al príncipe contra el rey. Por su parte, el duque del Infantado mostró todo su interés en la conspiración pues reclamó para sí el título de jefe supremo de todas las fuerzas militares de la corte, los reales sitios y de Castilla la Nueva amén de dirigir todas las instituciones civiles.

Juan Escoiquiz y el duque del Infantado, sus tejemanejes contra Carlos IV dieron la clave a Napoleón de cómo hacerse con España

Juan Escoiquiz y el duque del Infantado, sus tejemanejes contra Carlos IV dieron la clave a Napoleón de cómo hacerse con España.

En tal derroche de ambición no tardó en aparecer la imprudencia, de modo y manera que Escoiquiz terminó contactando con el embajador francés en España, François de Beauharnais, ofreciendo al príncipe para que se casase con cualquier dama que Napoleón decidiese, llegándose a exponer que Fernando VII haría “absolutamente todo lo que su majestad quiera”.

También llama la atención la serenidad con la que se da por hecho que Carlos IV viviría poco tiempo, más aún cuando la historia ha demostrado que vivió 11 años más.

Afortunadamente para las mujeres francesas dicha boda no se produjo pero si quedó al descubierto el paso por el que Napoleón podría dominar España: un príncipe traidor con un clero y una nobleza siempre ávidas de poder. Una ambición desmedida que se pagó con la Guerra de la Independencia.

Aun así podríamos seguir con otras tantas conspiraciones, bulos y difamaciones en pos del poder que siempre salieron caras a España aunque los conspiradores salieran de rositas.
Un ejemplo de hasta donde son capaces de llegar dichos conspiradores lo encontramos el 18 de julio de 1872 cuando el rey Amadeo de Saboya fue tiroteado en la calle Arenal de Madrid. Tanto el rey como su esposa estuvieron en el punto de mira de la ultraderecha y consciente de ello el 11 de febrero de 1873 expuso sin medias tintas su dictamen sobre los verdaderos enemigos de España: “Todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la Nación son españoles, todos invocan el dulce nombre de la Patria.”

El rey Amadeo de Saboya como rey y como víctima identificó claramente a los conspiradores “españoles que invocan el dulce nombre de la patria”

El rey Amadeo de Saboya como rey y como víctima identificó claramente a los conspiradores “españoles que invocan el dulce nombre de la patria”.