En los últimos tiempos, parece haber renacido con más fuerza que nunca la furia de la censura. Libros, imágenes o programas de televisión, han sido reprobados por las más diversas gentes que sin embargo tienen un denominador común. El fanatismo.
Curiosamente, cuando uno echa la vista atrás y recurre a la historia, comprueba con facilidad cómo la censura se ejerció en obras absolutamente inocuas o que a lo sumo (como demuestra el pasar de los años) cometían el único delito de decir la verdad.
De este modo, libros capitales de nuestra cultura fueron objeto de la más feroz persecución, buen ejemplo de ello son El Lazarillo de Tormes, las obras de Miguel Servet, las de santa Teresa, e incluso el Si de las Niñas de Leandro Fernández Moratín.

El Lazarillo de Tormes, como otras tantas maravillas de nuestra cultura, podría haber desaparecido por culpa de la censura

El Lazarillo de Tormes, como otras tantas maravillas de nuestra cultura, podría haber desaparecido por culpa de la censura.

Esta última obra fue procesada por los inquisidores de Corte y el fiscal del Tribunal de Barcelona en 1814, momento revanchista de la Inquisición por excelencia, ya que unos años atrás el Santo Oficio vio como José Bonaparte disolvía este funesto tribunal y vuelto Fernando VII al trono aprovecharon para cobrarse sobrada venganza.
Un año más tarde, un buen amigo de Moratín, Francisco de Goya también tuvo que declarar ante la Inquisición, en este caso para indicar quién posó para la Maja Desnuda y quién realizó el encargo.
Del mismo modo otras obras del genial aragonés sufrieron todo tipo de censuras a base de repintes.

La Maja desnuda de Goya

La maja desnuda también provocó que su autor, Francisco de Goya tuviese que ir a declarar ante el tribunal del santo oficio.

A tanto llegó el afán por censurar pinturas que estableció el cargo de “veedor” de la Inquisición cuya misión era la de supervisar que los cuadros no contraviniesen las normas religiosas. Como ejemplo de este oficio tenemos a Francisco Pacheco, maestro y suegro de Velázquez a quien transmitió la rigurosidad de no pintar desnudos ni siquiera en lo referente al niño Jesús, de ahí que en el lienzo de la Adoración de los Magos el niño aparezca arropado hasta el cuello.
Tampoco se escapó la música y así vemos como en el año 1588 el Tribunal de la Inquisición de Zaragoza condenó unas coplas impresas en Logroño y décadas más tarde, en 1765 hizo lo mismo con unas seguidillas. Quizá lo jocoso o lo procaz de algunas canciones explicasen tal censura, pero en 1782 nos encontramos que los reproches llegan hasta los villancicos como fue el caso de un repertorio preparado para la iglesia de San Salvador de Jerez de la Frontera.
 

Hasta obras tan inocentes como estos villancicos fueron censurado por la Inquisición

Hasta obras tan inocentes como estos villancicos fueron censurado por la Inquisición. (Fuente: Archivo Histórico Nacional)

Un gran experto como es Henry Kamen, autor de “Censura y libertad: El impacto de la Inquisición sobre la cultura española” establece que la repetición continuada de este tipo de condenas terminó por generar una mentalidad, que curiosamente se prolonga mucho más en el tiempo de lo que duró la Inquisición.
Esto hace que los “delitos de imprenta” del siglo XIX sigan los mismos patrones que las condenas inquisitoriales del siglo anterior. Y el mejor ejemplo lo encontramos en periódico El Motín, quién en menos de 2 años tuvieron 84 denuncias por delitos de imprenta de las cuales catorce acabaron en multas de 500 pesetas y por si fuera poco el carácter anticlerical de la revista les valió 47 excomuniones a sus redactores.
Pero como el humor es un síntoma de inteligencia, no tardó en aparecer una réplica a tan severa prohibición. Esta consistió en una excomunión dirigida a los censores, y firmada por un sospechoso fraile:  Fray Motín. Cuyos méritos más destacados fueron ser obispo de “la religión del Trabajo” y administrador de “la diócesis del Sentido Común”.

Los censores trataron de destruir la imagen de José Nakens director de periódico El Motín

Los censores trataron de destruir la imagen de José Nakens director de periódico El Motín, y como resistió a esos golpes se le acusó falsamente de participar en atentados terroristas y todo un sinfín de barbaridades hasta que lograron su objetivo de verle detenido.