Resulta inspirador, por ser domingo de Ramos y por la cantidad de burradas que se oyen estos días, hablar hoy de burros en la historia. Si equinos como Bucéfalo, Babieca o Marengo destacaron por su heroicidad, no podemos olvidar a los jumentos que también dejaron huella de su paso por el mundo.
El asno del sabio sufí Nasrudin, la burra de Balaam (capaz de hablar según la Biblia), el rucio de Sancho Panza o el inolvidable Platero de Juan Ramón Jiménez son algunos ejemplos, pero si hay un pollino famoso por encima de todos, ese es el que cabalgó tal día como hoy Jesucristo en su entrada triunfal en Jersualén.
 

Rucio no es el nombre propio del jumento de Sancho Panza sino un tipo de asno de color blanquecino.

Rucio no es el nombre propio del jumento de Sancho Panza sino un tipo de asno de color blanquecino.

De dicho animal nos han llegado noticias a través de los cuatro evangelios, pero solo el de Mateo (en el capítulo 21) y el de Juan (en el capítulo 12) inciden en el carácter profético de este pollino.
El profeta Zacarías presagió que el futuro rey de Sión vendría: “cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna” y así lo hicieron, Jesús y los suyos tomando prestado al animal cerca de la aldea de Betfagé para, en teoría, devolverlo luego.
A decir verdad, poco se sabe sobre lo qué pasó con el burro, pero su historia no se detiene en las sagradas escrituras. Las leyendas y las tradiciones piadosas crearon un relato digno de conocerse y del que célebres autores como Giordano Bruno o Voltaire nos dan buena cuenta.

¿Qué tiene que ver Voltaire con el burro más famoso de la historia?

¿Qué tiene que ver Voltaire con el burro más famoso de la historia?

Como decía, la intención inicial era devolver el burro a su legítimo dueño pero la tradición piadosa nos cuenta otra versión. Este relato recogido por Voltaire en su Diccionario Filosófico cuenta cómo Jesús apiadándose del animal decidió liberarlo para siempre. El burro por su parte al verse horrorizado por la crucifixión decidió abandonar la ciudad santa y trotar por el mundo a sus anchas.
Nada se interponía entre el burro y sus deseos pues el mar se cristalizaba a su paso recorriendo, Chipre, Rodas, Candía, Malta y Sicilia, hasta dar con sus pezuñas en Verona. Allí advirtieron que el recién llegado tenía sobre su lomo una marcada cruz (cosa que por cierto les pasa a la mayoría de los burros) entendiendo que era la seña divina de aquel pollino bíblico.
Esculturas del siglo XIV como La muletta hacen pensar en que ya desde la Edad Media rendía culto a las reliquias del burro en la iglesia de la Madonna degli Organi de Verona, donde la leyenda dice que los monjes recitaban una oración que terminaba diciendo “Cristo con todos y su asno con nosotros”.

Se llegó a decir que en el interior de la escultura conocida como La muletta, en Verona, se encontraba la piel del burro de Jerusalén.

Se llegó a decir que en el interior de la escultura conocida como La muletta, en Verona, se encontraba la piel del burro de Jerusalén.

En cualquier caso el culto a las reliquias del burro debió existir pues el obispo Gulielmus Durandus tuvo que solventar el siguiente debate teológico: ¿Cómo era posible que se celebrase una fiesta en homenaje a la cruz, siendo el aparato de tortura de Jesús y no se festejase al burro en el que el Mesías fue aclamado?
Según este teólogo francés, la fiesta de la cruz se basaba en que en ella Jesús redimió a la humanidad y lo del burro fue un mero trámite en su misión.
Aun así Verona no fue el único santuario asnológico de la cristiandad, también Génova rindió homenaje a estas borriquerías. Lo sabemos gracias a Giordano Bruno, quien en su libro Candelaio menciona la reliquia de la cola del burro en el convento de los dominicos de Santa María in Castello.
El jesuita francés Théophile Raynaud en su libro De immunitatibus Ciriacorum vuelve a incidir en que los dominicos de Génova conservan “la cola de la borrica en que iba montado Jesucristo”

 El historiador Joaquín Lorenzo Villanueva, en su obra Vida literaria, se lamentaba de la pérdida de la cola del burro: “ahora nadie sabe quién posea esta alhaja”.

El historiador Joaquín Lorenzo Villanueva, en su obra Vida literaria, se lamentaba de la pérdida de la cola del burro: “ahora nadie sabe quién posea esta alhaja”.

Un protagonista el de hoy, que sin comerlo ni beberlo tuvo que cargar con el Mesías, dar tumbos por el mundo y ni siquiera muerto logró descansar entre tanto ajetreo de reliquias. ¿Todo ello por qué? Según los evangelios, porque andaba suelto por la calle. Así que querido lector, no seas burro y quédate en casa.