Vivir como un rey, es una expresión que hoy entendemos como sinónimo de placer y despreocupaciones, pero a veces ser pariente del rey suponía bastantes agobios e incluso la muerte.
Porque, vivir como un rey, solo era posible, si eras hombre y eras parte de la rama legítima de la familia. Pues bien, nada de esto tuvo Ana Dorotea, heredera de un emperador, pero mujer y bastarda.

Rodolfo II gozó de todos los privilegios de ser emperador, pero ninguno de sus hijos pudo heredar el cargo pues todos eran bastardos.
Nacida muy probablemente en Praga, en el año 1612, fue hija del emperador Rodolfo II de Austria y su amante Catalina Strada. Algunos historiadores, basándose en la correspondencia diplomática, sospechan que nació un día antes de morir su padre, es decir el 19 de enero y cuya custodia le fue retirada de inmediato a la madre.
Al morir sin herederos legítimos, el cargo de emperador pasó de Rodolfo a su hermano Matías y fue este nuevo monarca, quien con su esposa Ana de Tirol, crió a la niña en Viena. Este matrimonio no tenía hijos y parece que quisieron hacer de Ana Dorotea una auténtica princesa, lamentablemente de nuevo los planes salieron mal. Cuando la niña tenía sólo 6 años murieron sus tíos, quedando de nuevo desamparada.
El nuevo emperador, Fernando II, envió a la pequeña Ana Dorotea al convento agustino de Porta Coeli, donde permaneció hasta los 10 años de edad.

Viena en el siglo XVI.
En ese momento, surgió la duda de qué hacer con aquella niña: La versión más benevolente dice que el objetivo era ponerla a salvo de la guerra de los Treinta Años, que ya estaba en marcha, otros opinaron que se eliminaban gastos y preocupaciones si se le enviase fuera de Austria. Así lo reconoció la emperatriz Leonor Gonzaga cuando carteándose con Margarita de Austria dijo: “aquí fuera no se valora mucho a los hijos naturales o ilegítimos”.
Margarita de Austria, también conocida como sor Margarita de la Cruz, era una religiosa hermana de Rodolfo II, y que por aquel entonces, vivía en Madrid, concretamente en el convento de las Descalzas Reales.

Sor Margarita de la Cruz era hija de emperadores, hermana de emperadores, tía de reyes y la gran protectora de nuestra protagonista de hoy.
Este era el lugar idóneo para enviar a la pequeña Ana Dorotea, viviría con su tía e incluso le reservaron la celda que habitó su abuela, la emperatriz María (madre de Rodolfo). A tal efecto, y como dicen los documentos de la época, la niña viviría "sin buscar consuelo en otra parte que en la religión, conservando la virtud, la piedad y la inocencia".
Para ello se preparó un viaje en secreto, se vistió a la niña de dama española y tal como nos cuenta el franciscano Francisco Díaz “desconocida y acompañada de pocos criados, aunque los bastantes para su regalo, y servicio; pero ocultando siempre las demostraciones que pudiessen dar a conocer su grandeza. Con este dissimulo partió de Viena, y passó por Alemania, y por la Italia hasta llegar a Genova, donde se embarcó, y navegó la Costa de Italia, Francia, y el Golfo, hasta dar vista a España con felicidad”.
Sin embargo, un ataque de una escuadra turca destartaló el viaje. Qué hacer, era una decisión que sólo el capitán de la galera podía tomar, según Juan de Palma, un religioso coetáneo a Ana Dorotea, el capitán resolvió de esta manera: “Y como hombre de mar, y más militar, que político, viendo que aquella niña había de ser despojo de los bárbaros, se resolvió de echarla a la mar, pareciéndole menor inconveniente, que aquel ángel acabase en las ondas, que reservarla a tan indigno suceso.”
Afortunadamente no fue necesario lanzarla al mar porque una tormenta alejó la escuadra turca e hizo naufragar la galera de Ana Dorotea, finalmente, cuando todo parecía perdido unos pescadores catalanes salieron al rescate.

Sor Ana Dorotea retratada por Rubens.
Finalmente llegó a Madrid con todo el boato propio de su rango, agasajada por nobles e incluso por el rey Felipe IV. El resto de su vida lo pasó en el convento, operando en las sombras para mover hilos secretos del gobierno. A su muerte se relataron prodigios dejando abierta la puerta a la beatificación y aunque son episodios más poéticos que creíbles terminamos con uno de ellos:
“El padre Marcelo de Aponte (…) dijo que en espíritu había visto a María Santísima, que debajo de su glorioso manto amparaba a muchas personas de todos estados y sexos y entre ellas vio a una niña, que por entonces no conoció. Después vino a España y a esta Corte este religioso, y visitó a la señora soror Ana Dorotea, conoció era la misma que se le había manifestado amparada del manto de María Santísima.”