La actualidad política es protagonista por antonomasia a lo largo del año en todos los medios de comunicación. Su impacto social suscita el interés del lector y la relevancia de los acontecimientos convierte en noticiable todo aquello que rodea al hemisferio parlamentario. Ahora bien, ¿hay límites?

Con la campaña electoral en marcha, los dirigentes de las diferentes bancadas aprovechan cada espacio ante los medios para presentar su proyecto y mostrar cercanía con el espectador a través de sus poliédricas facetas. Un maratón al que se someten en pro de extraer un rédito electoral a su esfuerzo. Ahora bien, el acercamiento personal al que se exponen, siempre con el filtro de las cámaras de por medio, no es bien recibido en según qué situaciones.

El último de los casos que ejemplifica a la perfección el interés ciudadano y el rechazo político es la noticia de la supuesta relación entre Albert Rivera y Malú. La revista Semana publicaba la semana pasada que el político catalán y la cantante mantenían una relación más allá de la amistad. ¿Es esto periodismo o se está traspasando el derecho a la intimidad?

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Derecho a estar informado

Sobre el debate entre periodismo y vida privada, la BBC es tajante en su libro de estilo: “El interés del público y su derecho a estar informado prima sobre el derecho a la privacidad de las figuras públicas, especialmente cuando se trata de políticos o personas en puestos de poder”. 

Una reflexión a la que ya llegaron en 1992 ‘Press Complaints y Comissions’, órgano independiente que se encarga de dilucidar en qué casos la prensa transgrede el código de conducta británico: “La vida privada de los políticos es de interés público cuando interfiere en su actividad política”, manifestaron hace ya 25 años. 

Los estadounidenses también entendieron que tienen derecho a saber lo que hacen sus gobernantes y que ese derecho es mayor al de privacidad de su gobernador. Tanto es así que en 2009 el periódico The New York Times ganó varios premios ‘Pulitzer’ por su investigación sobre las relaciones extramatrimoniales que mantuvo el entonces gobernador del estado de Nueva York, Eliot Spitzer.

“Cuando interfiere en su actividad”

Aquí está el verdadero interrogante. ¿Importaban las fotos de Aznar en bañador? ¿Era relevante el desnudo del Rey Juan Carlos en el yate Fortuna? ¿Y la relación de Andrea Levy con el cantautor Nacho Vegas? Juzguen ustedes mismos.

El periodismo no es más que un servicio ciudadano, un elemento central entre el poder y la ciudadanía. El cuarto poder entendido como perro guardián entre las altas esferas y el ciudadano que pretende ser influenciado.

Pero, si limamos todas estas mayestáticas definiciones, cargadas de solemnidad y poder, también es un negocio. Un negocio en el que las declaraciones insultantes, los desnudos, la verborrea lanzada por personajes públicos y la trifulca entre las partes consiguen el gancho mediático necesario para subsistir.

El debate está sobre la mesa en la profesión, en las aulas de la Facultad y en la calle. La dictadura del algoritmo, la necesidad de ver las visitas crecer y los titulares cargados de sensacionalismo para provocar que la comunidad consuma tus noticias. Vender para subsistir. Callar para poder contar.

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